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'Calle de la Aurora. Principio de los 50', de Antonio Balibrea.
Siete visiones del Arco de la Aurora

Siete visiones del Arco de la Aurora

La proximidad que nos puede expresar una obra de arte nos obliga con frecuencia a penetrar en ella con más sentimiento. El lugar, el personaje protagonista o el cercano trato con el propio autor transforman las apreciaciones que sobre esa obra se pueden enunciar. No hace falta poner ejemplos, pero sí reseñar la exposición que en el Museo de la Ciudad se inauguró a propósito de la pasada edición de Murcia Tres Culturas. Si se evoca ahora en estas páginas, no se hace por mero sentimentalismo ya pasado, sino porque todavía sigue abierta y puede visitarse hasta la próxima edición del citado manifiesto cultural.

PEDRO SOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 08:24

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Lo que aquí se quiere destacar, principalmente, es la presencia de siete pintores murcianos, de notable condición: Antonio Balibrea, Manolo Pardo, Hurtado Mena, Cánovas Almagro, Antonio Sánchez, José Burgueño y Jesús Silvente. Todos fueron voluntariamente reclamados para interpretar el tema común: el Arco de la Aurora, un lugar, todavía paso de estrecho trasiego y que, de algún modo, conserva la intimidad y la simbología que en otro tiempo derrochaba con más espontaneidad. El poeta Jorge Guillén lo descubre, más que lo describe, con unos versos preciosos, llenos de humanidad y pureza lírica.

Hay que insistir al ocuparse del reflejo que estos pintores murcianos han querido aplicar a este entrañable espacio. Cada cual ha aportado una interpretación que, dentro o fuera de la realidad actual del espacio protagonista, conserva un sabor que nunca debiera haberse perdido. Hay quien muestra ese arco como engullido por la monumentalidad desaforada de los edificios que lo absorben. Otros han recuperado todo el casticismo tradicional que recogía, rodeado de viviendas con toques huertanos, hasta que llegó el momento de su derribo. También aparece envuelto de soledad en horas intempestivas, o como lugar de concentración para el sobrevivir de los cantos de los auroros; o convertido en recreación, sobre la que se han aplicado unos planteamientos modernistas.

Son siete versiones, para la que cada uno de los pintores ha aportado su personalísimo modo interpretativo, pero con la certeza, como demuestran los cuadros, de que no se ha tratado de un simple 'cumplimiento'. No hay duda de que cada uno se ha planteado reproducir ese entrañable y transformado rincón con el diseño de originalidad con que se enfrentan a cualquiera de las obras más pretenciosas que sus mentes les provocan.

Cuando se acaba el recorrido por esa zona de tránsito peatonal, los recuerdos y la emoción se multiplican. Habrá quien no pueda reprimir un suspiro lastimero por lo que fue y lo que queda del Arco de la Aurora; y habrá también quien anime sus sentimientos, porque se ha reencontrado con interpretaciones que le reproducen lo que permanece, pero también lo que hubo. Es, como se comentaba al principio, el sentimiento que se amplía ante la contemplación de una calleja de la Murcia de siempre, más cercana, conocida y valorada, gracias a las obras de los siete pintores citados.

MATEO BOVET, EN CHYS

Mateo Bovet ha sido distinguido por ese puntillismo que siempre ha desarrollado en sus dibujos a plumilla. Sabido es que para conseguir ese afinamiento hay métodos muy dispares, que cada artista pone en vigor, en función de sus momentos, sus prisas y sus facultades.

Bovet presenta esta exposición, bajo el título de 'Cuarenta años de pintura'. Y, como si fuera un colofón definitivo o una explicación necesaria, ha aportado mucha variedad de su larga trayectoria. Si no se ha olvidado de esos exclusivos dibujos, también ha contribuido con otras obras -generalmente de pequeño tamaño, como siempre ha preferido- en las que el color desempeña un papel preponderante, que destaca sobre la habilidad, a la hora de interpretar la monumentalidad de famosos edificios. Son los leves tonos cromáticos los que se imponen al contenido de las obras.

Los paisajes descubiertos, sueltos en los trazos, y desprovistos de otras obligaciones, ocupan un lugar más novedoso que en precedentes ocasiones. Y con ellos juega, a través de la acuarela y el óleo y con una variedad temática que discurre por los enclaves más cubiertos de frondosidad, pero también por lo que el estío convierte en tierra de secano.

Es un conjunto de obras de etapas y contenidos muy diferentes, en las que la trayectoria de Mateo Bovet aparece a través de un largo trabajo. Nunca ha buscado más rémoras que las exclusivamente desprendidas de su modo de interpretar los paisajes o los edificios monumentales, asentados en la luminosidad y en los matices de la naturaleza.

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