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El pescador retirado Salvador Hernández, preparando unas redes en los Nietos. Vicente Vicéns / AGM
Tertulia entre redes

Tertulia entre redes

Salvador Hernández Martínez, pescador retirado, pasa las mañanas platicando con sus dos amigos mientras cosen artes de pesca: «Al trabajo hay que quererlo más que a la mujer»

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Martes, 15 de agosto 2017, 02:59

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Las palabras suben y bajan, según sople el Levante o el Maestral, por la calle Isla Rondell de Los Nietos que baja derechita al Mar Menor. Las redes que cosen y festonean el pescador retirado Salvador Martínez y sus dos colegas, Paco y Juan, no atrapan palabras, sino otras especies menos escurridizas porque cuando caen apresadas ya no tienen escapatoria. En cambio los pensamientos se evaporan y la tertulia cabalga calle abajo sin ronzal, por eso cada mañana hay que revivirla. Y porque siempre hay una labor que concluir. Mientras Salvador cose con pericia de bordadora el ribete de la paranza para la dorada y la lubina, le indica a Paco, militar jubilado, a qué distancia tiene que fijar los plomos en la relinga. Con el tintineo fino de fondo del martillo sobre la emplomada, pasan la plática y los días. «Al trabajo hay que tenerle más cariño que a la mujer», sentencia Salvador, toda la vida en el Mar Menor menos 12 años que salió al Mediterráneo con un barco de traíña.

Con 12 años se embarcó con su padre en un tiempo sin más expectativa que el mar o la agricultura de subsistencia. El niño Salvador aún tenía edad de correr por Los Nietos como una flecha con su bici. «Un día aterricé en el 'mulear' -vertedero de basura-. No tuvo que venir nadie a rescatarme. Salí yo solo como alma que lleva el diablo», ríen los tertulianos a la sombra del más inclemente de los soles. No recuerda casi Salvador las lecciones que el maestro daba de noche a los niños pescadores, pero sí evoca con certeza cómo «con los soles de mayo las doradas se van para la orilla y así se sabe si va a haber muchas». Las ha visto durante miles de días iguales en la laguna, a las madres con sus hijas, plateadas y relucientes en mareas metálicas, moverse a contracorriente del Mar Menor. «Cuando hay viento y entra el agua del Mediterráneo, ellas se empeñan en salir», acepta el pescador. Por sus redes pasaron toneladas de «anguilas y chapas, magres, burros y cántaras, muy parecido al sargo, de carne casi mejor que la dorada».

  • Quién Salvador Hernández Martínez.

  • Qué pescador retirado.

  • Dónde Los Nietos. Cartagena.

  • Gustos . el mar y los amigos.

  • ADN buen conversador, positivo y trabajador.

  • Pensamiento «Este mar no tiene maldad».

Se libró Salvador de la mili porque todos los hermanos -tres de un total de siete bocas que alimentar en casa de los Hernández- habían cumplido con aquella llamada de garita y frío. El Estado, ese ente superior que nos mueve los hilos, consideró que los Hernández podían dedicarse a sus menesteres y así lo hicieron. Salvador hizo piña con dos hermanos para darse calor y aliento en la mar. «Nos llevábamos muy bien, salíamos juntos a pescar y hasta nos ayudamos a construir las casas de cada uno cuando hizo falta», recuerda el pescador. A él acudieron cuando se casó con una chiquilla del barrio de El Chichal. «A mi mujer había que verla lo guapa que era», entorna Salvador los ojos azules como el cielo de agosto. «Dicen 'en Roche no hagas noche', pero a mí se me apareció allí el sol con ella después de un baile», se ennovió el pescador, que por entonces recorría los caminos polvorientos en un sinvivir por vela al volante de un 'cuatroele' rojo. «Tuve que ir a hablar con su padre para pedirle entrar a verla. Antes las cosas eran así. No le tocabas el culo a una moza si no hablabas con el padre, o si no, al repelón», están de acuerdo los tertulianos de las redes.

«Antes ibas a los bailes del Club Náutico y te tomabas cuatro golpes. No había más»

No se arrepintió Salvador, quien ha vivido para que le congelaran la sangre -«perdí a un hijo en un accidente»- y para que el amor y los amigos se la volvieran a clarear en las venas. «Siempre aquí, en Los Nietos. Antes ibas a los bailes del Club Náutico y te tomabas cuatro golpes. No había más», continúa cosiendo la red a punto de paciencia. También el mar ha querido al pescador, quien recuerda que ha habido otros mal parados: «Vi cómo uno apareció a la semana con viento fresco de Maestral, y su cuerpo pasó por encima de mi red de pelo en 'La Sosica'», cuenta de la memoria, que no se vacía nunca. No rehúsa Salvador el palique, seguramente porque ya no tiene que ganarle minutos a la arribada.

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