Borrar
Voluntarios en el campamento de la playa de El Saler, en Valencia, donde ondea la bandera con la silueta de una tortuga boba. Al fondo, los nidos protegidos por una malla.
Los ojos de las bobas

Los ojos de las bobas

Frío, soledad, rutina... la guardia nocturna no es nada fácil, pero hay cola para ver la carrera hacia el mar de los recién nacidos

LAURA CHIRIVELLA

Martes, 6 de septiembre 2016, 11:05

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La noche cae y el frío y la humedad se apoderan del Campamento Tortuga de la playa de La Punta, en la pedanía valenciana de El Saler. Es tarde, pero los jóvenes voluntarios siguen al pie del cañón sin quitar los ojos del nido de tortuga boba localizado a principios de julio a orillas de Sueca. El reciente nacimiento de sus hermanas, que aguardan entre algodones en el Oceanogràfic de Valencia, supone la cuenta atrás para la eclosión de los otros 71 huevos que aún anidan a medio metro de profundidad de la arena de esta playa del parque natural de La Albufera, a unos doce kilómetros de la capital valenciana. A las nuevas tortuguitas se las espera en días... tal vez en horas.

Mientras tanto, no hay tregua para los voluntarios. Nadie quiere perderse el feliz acontecimiento. Están dispuestos a doblar turnos, a hacer guardias nocturnas, a chupar frío... son gente que ha dedicado sus vacaciones de verano a vivir esta experiencia que la Asociación Xaloc lleva organizando desde 2014 para custodiar los huevos de tortugas bobas, una especie amenazada y muy poco frecuente en nuestras costas.

Y, además, han pagado para ello. Cuarenta euros por seis días de vigilancia. Mañana, tarde y noche los voluntarios aguardan impacientes a que los embriones salgan del cascarón. La madrugada y su vigilia no son fáciles. La humedad atraviesa los huesos. Lo sabe bien Andrea Villanueva, responsable de explicar a los recién llegados lo que se espera de ellos. Apenas le queda un hilo de voz, pero su amor por las bobas bien vale una afonía. Esta joven de 25 años se graduó en Ciencias del Mar y posteriormente cursó el máster de Biodiversidad de la Universidad de Valencia. Hizo prácticas en el Oceanogràfic y en ese acuario trabajó en la recuperación de fauna marina, donde conoció el proyecto de Xaloc y su Campamento Tortuga. El año pasado ya fue una de las afortunadas en presenciar la eclosión de los huevos en esta misma playa de la Albufera. Hasta allí llega gente de toda España que quiere ser testigo del momento en que las recién nacidas encarrilen su vida en esa desmañada carrera hacia el mar.

«Hay ratos en los que esto se llena de curiosos; sobre todo preguntan por el voluntariado. Muchos se interesan por lo que estamos haciendo y alguno hasta se ha animado a participar», cuenta Villanueva. Para ser voluntario no hace falta ser un experto en biología marina, basta con tener la ilusión de querer vivir una experiencia única. Es el caso de Lydia Aguilar, valenciana de 31 años, que estudió para trabajar de auxiliar de enfermería, pero ahora se gana el sueldo como administrativa en una correduría de seguros. Se enteró de la existencia del Campamento Tortuga en un curso de vela latina al que se había apuntado en sus vacaciones y no lo dudó ni un momento. Cambió la navegación y el manejo de los cabos por pasar horas y horas al cuidado de los huevos de tortuga boba. «A partir de aquí, todo lo que vives se queda en ti», admite visiblemente emocionada. Ella es de las que «tendría un zoo en casa», pero de momento se contenta con sus dos periquitos y un jilguero tras haber perdido a su perrito, que murió de leishmaniasis tras la picadura de un mosquito. «Estar aquí y cuidar de que esas tortugas nazcan bien y lleguen al agua sanas y salvas es una forma de rendirle homenaje», dice recordando a su mascota.

Cada dos horas

El 'cuartel general' de los voluntarios es una tienda de campaña cedida por el Ejército de Tierra y levantada hace unas semanas por los soldados a unos metros del mar. Allí dentro no hay comodidades, pero estirarse en las literas (hay quince repartidas en cinco módulos de tres alturas), tomar un café caliente o compartir las vivencias con los compañeros durante las horas muertas siempre se agradece. Hablan de anécdotas, intercambian impresiones, aprenden los unos de los otros, y todo lo hacen con la pasión del que está viviendo un sueño. El sol se ha ocultado hace horas, el frío entumece el cuerpo. Se agradece el calor de las mantas que proporcionan los de Xaloc. Fuera de esa tienda solitaria solo les acompaña la luz de sus linternas y una incipiente brisa marina que peina la arena en la que los 71 huevos de las bobas pronto eclosionarán. Tomar su temperatura, echar un ojo a los nidos cada dos horas y arrancar las plantas invasivas de las dunas es parte de la rutina diaria de estos jóvenes centinelas.

Ya va para quince días los que llevan allí los voluntarios, que se animan a hacer apuestas sobre cuándo verán la luz las pequeñas tortugas. Los biólogos creen que será esta misma semana. Pero nada de esto habría sido posible sin el concurso de Carles y Rut, la pareja que se encontró anidando a la tortuga boba en Sueca la madrugada del pasado 3 julio. Su llamada al 112 permitió poner en marcha el protocolo e iniciar el ciclo que finalizará en breve. El hallazgo les caló tanto que durante varias noches han compartido su tiempo con el resto de voluntarios. El flechazo de Rut, que tiene 26 años y trabaja para la Ford, con la tortuga boba que hizo su nido para desovar en la playa de Sueca ha sido tal que ha decidido tatuarse el número de localización que el Oceanogràfic puso a este ejemplar de 'caretta caretta', su nombre científico.

La acción de esta joven y de su novio ha servido para concienciar de la importancia de informar de la presencia de uno de estos ejemplares marinos en las costas españolas. De hecho, esta misma tortuga reapareció en el municipio almeriense de Cuevas de Almanzora, a más de 350 kilómetros, a los pocos días de anidar en Sueca. Pero esta vez no pudo cumplir su objetivo debido a la gran afluencia de gente que se acercó a ver cómo excavaba el que hubiese sido su próximo nido.

«Hay que ver lo que se puede conseguir con una simple llamada al 112», asegura Rut. «Esta experiencia no tiene precio para mí. La satisfacción de haber contribuido a esta causa es inigualable».

La tortuga boba suele vivir entre 50 y 70 años y su peso ronda los 135 kilos. La que llegó a la costa valenciana el pasado 3 de julio dejó un total de 88 huevos. Debido a la afluencia de gente a la playa de Les Palmeres de Sueca se tomó la decisión de trasladar 17 huevos a las instalaciones del Oceanogràfic y el resto llevarlo a la reserva natural de La Punta.

De los 17 huevos que se trasladaron a las incubadoras del acuario valenciano, sólo 10 estaban fecundados. El nacimiento de estas tortugas hace seis días suponen el 'chivato' para la cuenta atrás de sus hermanas de la playa, que aún no se han desprendido del cascarón.

Una vez que todos los huevos rompan el cascarón, algunos ejemplares serán devueltos y liberados en la playa de Les Palmeres, mientras que el resto permanecerá en el Oceanogràfic durante un año para coger peso y endurecer el caparazón.

Cuando las tortugas 'caretta caretta' (el nombre científico de las bobas) alcanzan la madurez (aproximadamente a los 30-40 años) vuelven al lugar donde nacieron para desovar. Por eso los expertos creen que esto puede mejorar la situación de peligro en extinción de la especie en el Mediterráneo.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios