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Los equipos de rescate dejaron al descubierto las catas, protegidas con neumáticos, con las que Jilani intentó acceder a un supuesto tesoro enterrado.
El tesoro que enterró un sueño

El tesoro que enterró un sueño

Jilani, pastor de ovejas, dedicó sus noches durante cuatro años a buscar dinero y joyas junto a una ermita zamorana

ANTONIO CORBILLÓN / ALICIA PÉREZ

Lunes, 29 de agosto 2016, 12:51

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La fiebre del oro californiana se tragó las vidas de miles de aventureros que perdieron el sentido persiguiendo el viejo mito del golpe de fortuna. Este 15 de agosto, el día más festivo del año en España, mientras el país se llenaba de romerías, junto a la ermita de Valderrey, a las afueras de Zamora, se vivió un viacrucis.

Probablemente Jilani B. nunca oyó hablar de esa fiebre en su Marruecos natal. Pero el virus de la fortuna rápida también le atrapó. En su caso, las crecientes necesidades de su familia debieron elevar el 'termómetro' de su obcecación. Pero sus ensoñaciones acabaron el lunes sepultadas en un estrecho túnel a diez metros bajo tierra. En sus delirios, se imaginaba de regreso a su pequeño pueblo del interior marroquí con riqueza suficiente para evitar que su mujer, sus tres hijos y el cuarto en camino acabaran como él. Un alma errante que malvivía en España con un exiguo jornal de pastor sin contrato. Lo poco que lograba ahorrar se iba al otro lado de Gibraltar.

Efectivamente Jilani B., 36 años, ha regresado este fin de semana repatriado a su hogar, vía Marrakesh. Le espera una sepultura mirando a La Meca. «El único dinero que tenía era el de pastor. Ahora trataremos de ayudar a su viuda», promete Mohamed, presidente de la comunidad musulmana de Medina del Campo, donde vivía uno de los dos hermanos que Jilani tenía en España.

En los casi cuatro años que vivió en Roales del Pan, un pueblo de 850 habitantes pegado a Zamora, no ha dejado más huella que su inaudita forma de morir. A pesar de ocupar una vivienda en la calle General Franco, una de las más céntricas del pueblo, casi nadie es capaz de ponerle cara al protagonista de esa historia que estos días corre de boca en boca llena de interrogantes. Ahora todos se explican esa ausencia en vida, ese hombre sin apenas rostro ni nombre, una invisibilidad solo rota por algunas noches en las que se le veía aparecer sobre su bicicleta tras cuidar del rebaño.

Llegó a la zona como ayudante de Antonio, un pastor portugués contratado para cuidar una granja y varias atajos de ovejas. La oferta laboral incluía una humilde casa que compartían ambos y un exiguo salario, inferior a 800 euros. Muy poco para sacar adelante a las bocas que, en cada visita a Marruecos, no dejaban de aumentar. Mientras Antonio siempre guardaba un rato de su jornada por la tarde-noche para irse al bar e integrarse con el vecindario, Jilani se convirtió en un fantasma casi invisible. Pero con el suficiente oído para hacerse eco de algunas leyendas que corrían por la comarca.

Roales del Pan se comunica con Zamora a través de un páramo arcilloso y lleno de oquedades bajo las que, mucho tiempo atrás, se construían bodegas. Cuando el pastor magrebí se dirigía a la granja donde recluía al ganado, un paisaje pajizo y adusto, junto a la ermita de Valderrey, empezó a fabular con que su fortuna tenía que estar bajo sus pies, no persiguiendo a esas ovejas que a veces se le despistaban por los pedregales. Alguien, ¿el dueño del ganado?, ¿su compañero portugués?, ¿el boca-oreja del pueblo? (hoy todo el mundo niega haberle dicho nada), le habló de que en su camino diario había un tesoro enterrado bajo una casa en ruina. Son apenas cuatro restos de los muros, abandonados hace décadas. Ningún vecino recuerda siquiera quién pudo vivir allí.

Rafael Chicote conoce bien la zona. La finca de su familia linda con ese lugar, enfrente de la ermita. «De pequeños bajábamos por aquí con martillos y palas para escavar tesoros. Pero también lo hacían los mayores. Era una leyenda urbana de nuestro barrio». Se refiere a la barriada de San José Obrero, en la periferia zamorana. Y también lo era en Roales del Pan. Aunque su alcaldesa, Bernarda Miguel, se empeñe en negarlo. «Nadie ha oído nunca ninguna leyenda de tesoros. Más que tesoros, ha sido una desgracia».

Pero el octogenario Felipe Rosón, que vive en la misma calle que los pastores, le corrige. «En mis tiempos, la gente iba con cuerdas y hacía pozos. Lanzabas una piedra y la oías caer al fondo, sobre el agua. Yo nunca busqué por ahí mi fortuna». A pesar de la cercanía, Felipe y su mujer, Agripina, tampoco le ponen cara a su vecino difunto Jilani, pero recuerdan que en una ocasión las ovejas se comieron su viñedo porque el pastor se quedó dormido. El portugués pagó los desperfectos trayéndoles un cordero. «¡Cómo para no dormirse! Con el trajín que debía llevar!», lamenta Agripina.

«Qué triste trabajar en algo tan duro como el pastoreo y luego acabar enterrándose así». Los Chicote, que tienen varias casas contiguas a la falsa mina del tesoro, son los únicos que logran ponerle encarnadura al fantasma del desgraciado minero. Le veían tan a la deriva y pusilánime junto a sus ovejas que a veces le invitaban a una cerveza o le daban comida. «En cuanto le decías algo agachaba la cabeza y respondía con un monosílabo. Era evidente que 'le faltaba un verano'», explica Rafael Chicote. Se cruzó muchas veces con él. Incluso alguna vez le llevó a la granja cercana ovejas que encontraba descarriadas mientras paseaba a su perro. También vio los minúsculos montículos de arena junto a la vieja casa pero nunca le dio importancia. Como tampoco lo hizo la Policía cuando recibió tiempo atrás un aviso por la existencia de agujeros en la planta de la casa. Chicote reconoce su resquemor consigo mismo porque nunca llegó a saber ni su nombre. Pero es una de las pocas personas que le pone rostro al alma volátil del marroquí.

-¿Puede describir su aspecto?

-No era el típico pastor enjuto. Era más bien fuerte, pelo moreno, usaba gafas de ver. ¿36 años? Parecía mucho más joven.

Cuando la ruleta del oro se instaló en la cabeza de Jilani, ya no había pensamiento para nada más. Su vida se convirtió en una doble jornada laboral autoimpuesta. Madrugones de pastor, todo el día al raso en el monte o en la granja pendiente de las ovejas parturientas. Noches de brega con el subsuelo de la vieja vivienda. Su equipación de minero no desentonaba de esas películas de la fiebre del oro en las que, mal apuntalado con cuerdas y palos, todo parecía a punto de venirse abajo.

Una mina de juguete

Empezó a picar por las noches. Su sueño de dinero y joyas lo alumbraban unas velas y alguna linterna. Todo cachivache que encontraba por ahí le valía. Un par de escaleras abandonadas de piscina para bajar al tajo. Unas cuerdas de alpaca atadas a los pinos cercanos le sirvieron de improvisada polea para extraer la tierra, que iba sacando en bidones de agua reconvertido en cubos. Le ayudaba a sacarlos otro marroquí, único que debía conocer su secreto, además de Antonio el portugués, que estos días anda más por el monte que por Roales para no responder a más preguntas.

A medida que avanzaba en profundidad, iba encofrando cada hueco con neumáticos para que no se cerrara. En aquel minúsculo círculo iba cavando con una varilla metálica. «Nunca he visto nada más claustrofóbico -asegura el concejal de Seguridad Ciudadana de Zamora, Antidio Fagúndez-. Él tenía que trabajar de pie porque apenas podía maniobrar». Cuando llegaba a una profundidad que consideraba suficiente sin resultados, casi siempre unos diez metros, iniciaba un nuevo túnel escalonado cercano al anterior. Fueron cuatro años de avances rápidos con el buen tiempo y derrumbes de estos sifones en invierno que obligaban a Jilani a oradar de nuevo el agujero por el que esperaba mirar hacia un futuro sin carencias. «La arcilla se desprendía fácil y eso debió envalentonarle», asegura el concejal Fagúndez. Los meses y años fueron pasando. Solo la ermita de Valderrey, situada enfrente era testigo muda del 'queso gruyer' en que se estaba convirtiendo aquel talud.

El lunes pasado, el cómplice marroquí de Jilani se extrañó de que no diera señales de vida. En la boca de entrada a su sueño vio su móvil, su ropa, su cartera, sus zapatos... incluso escuchó un leve gemido de ayuda, según explicó a la Policía cuando llegó alertada por él mismo. El sábado fue visto por última vez junto a su inseparable rebaño. Los bomberos descartaron entrar en aquellos agujeros inferiores a medio metro de diámetro. «No cabía un hombre con botellas de oxígeno».

Tras casi 24 horas, el trabajo de dos excavadoras dejó al descubierto la primera extremidad de Jilani junto a las galerías protegidas por neumáticos. El jefe de bomberos, Ramón Luego, describió estupefacto el terreno liberado como una «sima, excavada durante meses y con mucha minuciosidad».

El forense confirmó que el sueño de Jilani se agotó sin violencia. Sufrió la 'muerte dulce': la somnolencia letal que produce la reducción paulatina del oxígeno. A la profundidad en que se encontraba, el oxígeno no superaba el 18%. Los ácidos sulfurados y el monóxido de su propia respiración hicieron el resto. Días después sus aperos, incluida una vieja pala con mango de rama de árbol, asoman como testigos mudos de su locura. Llevaba siete años en España pero buscó su particular El Dorado los últimos cuatro en Roales del Pan. A la ermita de Valderrey volverá la alegría el domingo después de Pascua, cuando su Cristo salga en romería. Tal vez alguien le rece por el descanso de Jilani.

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