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Josh, con su perra Arena, organiza experiencias náuticas y de aventura para los turistas.
El surfero itinerante

El surfero itinerante

Josh Rudin, surfero sin hogar fijo, vividor sin zapatos, casado con el riesgo, sueña con tirarse de todas las alturas: «Será un milagro si llego a los treinta»

ALEXIA SALAS

Martes, 1 de septiembre 2015, 11:50

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Es fácil para Josh -20 años, mirada melancólica, tableta de chocolate- abrirte las puertas de su casa. Vive sin llaves ni cerrojos, y solo tienes que sonreírle y acariciar a la perra Arena, que duerme con su amo en La Manga pensando que es hawaiana. Ambos comparten la filosofía 'Limitless' (sin límites) que se tatuó el joven en la mente como mandato de vida, y lo lleva en volandas de lebeche a colgarse de la cometa de kite por el Mar Menor, a bajar por una pendiente nevada en los fiordos o a tirarse por el pico más alto que haya encontrado en la troposfera. «No he nacido para ser un empleado», se encoge de hombros, como si una enzima tóxica le ordenara en la sangre devorar a dentelladas cada experiencia de riesgo. «Mi meta es tirarme de todas las alturas. Ahí no hay espacio para el error. Si calculas mal, te comes el asfalto, y luego piensas 'he sobrevivido' y ya te enganchas a la adrenalina para siempre», se crece Josh sin miedo, una sensación de libertad absoluta a la que él le ha puesto nombre: «¿No sabes qué es 'engorilarte'? Motivarte a tope, venirte arriba». «Una vez me desperté con la cadera fracturada en un hospital de Austria. Me 'engorilé' demasiado haciendo snow», admite. A ras de suelo guiña un ojo calculando su índice de osadía: «Será un milagro si llego vivo a los treinta».

  • Quién.

  • Josh Rudin.

  • Qué.

  • Surfero y vividor.

  • Dónde.

  • La Manga.

  • Pasiones.

  • El mar y el cielo.

  • Pensamiento.

  • «Si te arriesgas, o triunfas o aprendes».

  • Momento estelar.

  • Surfeando en Sudáfrica.

En tierra firme camina siempre descalzo, ya sea sobre asfalto o en alfombra de algas marinas: «Me gusta sentir la arena, el cemento, el césped. Solo uso calzado para patinar. En Noruega iba con chanclas».

Conocer a Josh es como reencontrarse con el Alexander Supertramp de 'Hacia rutas salvajes': no hay equipaje, ni caminos trillados ni asideros. Solo una obsesión por el latido salvaje de la existencia. «Mi madre esperaba un niño pijo y le ha salido un surferilla basurilla», entorna los ojos clareados de tanto mar, aceptando lo inevitable. «No entiende que no vaya a la universidad, pero yo no puedo seguir un estereotipo social», se defiende Josh, gorro descuidado hacia atrás, terco, vulnerable. El joven indómito, nacido en Suiza, planeó por su cuenta escaparse a los 15 años de la naturaleza consumida de La Manga. En Noruega encontró su «burbuja perfecta»: nieve, libertad y picos totalmente desaconsejables para tirarse, como el Troll Wall, la pared montañosa vertical más alta de Europa, una locura al nivel del descaro de Josh. «No hay límites, si hubiera desistido cada vez que me han dicho que estoy loco, no hubiera vivido nada», razona el joven volador, que aconseja: «Cuando asumes riesgos, solo pueden pasarte dos cosas, o triunfas o aprendes». Por eso lo mismo salta en paracaídas que «hago carpintería, electricidad, me arreglo el coche y llevo mi contabilidad. Aprendí en la calle».

«Cansado del mal tiempo y de las caras largas de los noruegos, me fui a Sudáfrica. Allí trabajé en el campo, flipé con la migración de las ballenas y delfines, y me dediqué a surfear. ¿Sabes que hay unos monos caníbales que tienen el culo azul?», asusta el aventurero. Josh se 'engorila' de nuevo para contar cómo surfeaba por Victoria Bay: «Allí las olas eran monstruos», se pasea por su guarida elevando los brazos. En La Manga no ha querido dejar de soñar y ha creado su plataforma de actividades para el turismo, www.thelimitlessplatform.com.

En su corta vida solo le ha dado tiempo a arrepentirse de la dilatación que se hizo por amor en la oreja izquierda, pero deja la puerta abierta a futuros errores siempre que sean solo suyos: «No escucho a nadie, porque nadie me entiende». Bajo el sombrero de granuja callejero no deja en estos días de sonar un nuevo desafío: viajar a Indonesia en busca de picos para saltar al vacío. «Soy un loco. No, más bien cuerdo. Bueno, un poco loco. No sé qué soy».

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