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«Jamás invito a gente maleducada»
LA HUERTA DE... ELENA BENARROCH

«Jamás invito a gente maleducada»

Diseñadora de pieles. Tánger, 59 años. Felipe González o Isabel Preysler disfrutan de las verduras que planta en Marbella. «Hay personas que han entrado a comprar en la tienda y acaban cenando en mi casa»

DANIEL VIDAL

Lunes, 4 de agosto 2014, 13:40

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Los amigos son «la familia elegida» para la diseñadora Elena Benarroch (Tánger, 1955). Es una frase que suele repetir. «La otra te la imponen». Y cuando reconoce que por su casa de Marbella han pasado muchos «invitados ilustres» -Felipe González, Gabriel García Márquez, Pedro Almodóvar, Miguel Bosé, Daniel Barenboim o Isabel Preysler, entre otros-, aclara que sobre todo «son ilustres por ser mis amigos, que es lo que me importa. Esos son los que todo el mundo conoce, pero hay muchos anónimos que para mí son igual de importantes». Benarroch es «muy exquisita eligiendo», pero también admite que le encanta «la relación con la gente». Hasta el punto de que la reina de la peletería patria se considera una «tendera de profesión. Hay personas que han entrado a la tienda a comprar y han terminado cenando en mi casa».

Porque allí, en su casa de la urbanización Los Monteros -una de las más elitistas de la Costa del Sol-, es donde Elena Benarroch agasaja a toda su tropa, incluidos hijos y nietos. También es su «refugio cuando ya no puedo más en Madrid», confiesa. Un refugio que también sirve como centro de reunión obligado para las pantagruélicas cuchipandas que la diseñadora organiza cada dos por tres. O, sencillamente, cuando alguien aparece con unas sardinas recién sacadas del mar y de repente se tercia un buen vino, un buen queso y, por supuesto, los muchos productos de la huerta que Elena Benarroch tiene en su casa, y sobre la que gira buena parte de la vida de este particular fortín que, precisamente, se llama 'La Huerta'. Le dedica poco tiempo, pero era casi «una obsesión» que la diseñadora tenía desde niña. Y, por supuesto, era un proyecto que tenía en mente «si conseguía hacerme una casa en Los Monteros, que es el sitio que siempre me gustó de Marbella» y donde veraneaba con su padre, «al que le encantó el lugar». Ella y su marido, el escultor Adolfo Barnatán, compraron en 1996 un terrenito perteneciente a un hotel, una zona con bungalows y una piscina común para todos los inquilinos que estaba abandonada. Poco a poco fueron ampliando la propiedad. Reformaron la piscina, construyeron una espectacular vivienda inspirada en 'La Maison de Verre' (La casa de cristal) del arquitecto francés Pierre Charreau y, por supuesto, al fondo del jardín, Elena Benarroch empezó a cultivar su propia huertecita. «Es pequeña, pero tiene muchas cosas. Lo suficiente para hacer un gazpacho todo el verano: tomates, pimientos, pepinos, cebollas, hierbas...». Vamos, que no necesita gastarse un pastizal en género cada vez que la mesa se le llena de invitados.

La boloñesa de Miguel Bosé

Y si una huerta se define por la cantidad de platos que pueden salir de ella, la de Elena Benarroch es poco menos que jauja. Además, tiene mano con los fogones y lleva años dándole vueltas a un libro que no podía tener otro título: 'Las recetas de La Huerta'. A la modista le encanta cocinar y, por si había alguna duda, casi todas las reuniones que tiene con sus amigos están relacionadas con el arte del yantar. Sin embargo, no siempre es la anfitriona la que coge la sartén por el mango. «Todo el que viene a mi casa cocina su especialidad. Miguel Bosé hace una pasta riquísima con salsa boloñesa; Felipe González, atún a la parrilla; Juan Gatti, -diseñador y fotógrafo argentino-, empanadas criollas...». De su particular vergel, al que entra descalza como Pedro por su casa, ella se queda con los productos más llamativos a la vista... Y seguro que también al paladar. «Me encantan los colores. Las berenjenas, las fresas...». A veces, su huerta también le sirve para decorar: «Cojo hojas y hago ramos sin flores, solo verdes». Y la mayor parte del tiempo, para soñar con una jubilación dorada: «Aquí será donde me retire. No he encontrado ningún sitio mejor para vivir». Y en eso, las normas de la anfitriona también ayudan: «Jamás invito a gente maleducada».

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