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La bailaora Manuela Carrasco, durante su actuación del domingo en La Unión. Pablo Sánchez / AGM
La sublime manera de Manuela

La sublime manera de Manuela

El jerezano Jesús Méndez y la trianera Manuela Carrasco ofrecieron una gran noche de cante y baile en el ecuador de las galas flamencas

PATRICIO PEÑALVER

Jueves, 10 de agosto 2017, 12:47

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La tercera gala de la 57 edición del festival, con el cartel del cantaor Jesús Méndez y la bailaora Manuela Carrasco, no dejó indiferente ni al más pintado en ese viaje para los sentidos, entre Sevilla y Jerez, en una gran noche flamenca con muchas aristas y momentos sublimes en la que el duende, a veces juguetón y esquivo, también quiso participar.

El cantaor Jesús Méndez, que era nuevo en esta plaza, ya sabía a lo que venía, y antes de salir al escenario se templó en los camerinos cantando por siguiriyas. Así salió al escenario, con los naturales nervios, pero con la intención de disfrutar.

Con la guitarra siempre presta de Manuel Valencia y las palmas de Diego Montoya y Manuel Salado, comenzó cantando por alegrías, con ese cadencioso compás, oloroso al rumor de las olas. Acordándose de las tablas que pisaba prosiguió con taranto y levantica, hasta que se presentó: «Ni qué decir tiene que es un orgullo estar aquí, en este sitio tan mágico en el que todos los cantaores soñamos estar». El jerezano se encontraba a gusto, y se había hecho el dueño del escenario ante el silencio y el refrendo de los aplausos. Se acordó de esos cantes de La Plazuela, marca de la casa, con una muy buena tanda de soleares por bulerías, con un poderoso tercio que remató llevando su voz a lo más alto. Tenía la voz como un cañón y con buen temple se dejó una escalofriante serie de siguiriyas, recordando a Manuel Torre: «Era un día señalado de Santiago y Santa Ana / Le rogé yo a Dios / que le aliviara a mi madre / las dudas, de mi corazón».

Carrasco bailó magistralmente por tarantos, con la fuerza que caracteriza su taconeo

Jesús Méndez, que viene de una de las sagas más importantes que ha dado Jerez, la familia Méndez, sobrino de la gran Paquera de Jerez, es un cantaor que a pesar de su juventud está muy 'placeado', por esos mundos que recorrió con el guitarrista Gerardo Núñez, que apostó por él. Siendo joven y gran emergente del cante, ya tiene una veteranía. Para terminar su gran recital eligió uno de los palos que domina y en los que se siente como si cantara en el patio de su casa; por bulerías sencillamente lo bordó, cuando terminó cantando a capela el romance de Osuna de Manolo Caracol: «A las dos de la mañana. / Me vinieron a llamar. / Tres pares de ojitos negros / Y me tuve que entregar». El público le pidió más con sus aplausos, y Méndez se dejó unos muy buenos fandangos a capela, y con un improvisado fin de fiesta, se echó una pataíta.

Con mantón

Entre bambalinas, la bailaora Manuela Carrasco, concentrada en sí misma, a través de un televisor seguía las últimas evoluciones del cantaor y del público. Y al escenario salió elegante, con mantón y con sus solemnes andares, que son ya en sí todo un baile. Vaya por delante que si yo tuviera vocación de poeta escribiría una crónica en verso para glosar el baile poético que hace Manuela Carrasco.

La bailaora, con el cante de Enrique 'El Extremeño', bailó magistralmente por tarantos, con esa fuerza que caracteriza su taconeo, sin estridencias, rítmico y al compás, pero no como una ametralladora, dejando en su leve movimiento de cadera esa elegancia de la levedad. La trianera cuando alza sus brazos y se despega de la tierra en su vuelo hacia el aire, hacia cielo, en ese majestuoso bracear, con esos movimientos de manos, ya rompe el cuadro. O si lo prefieren, diseña con su figura unos cuantos lienzos y otras tantas esculturas.

No le gusta que la llamen diosa, pero es una maestra de maestras, siendo autodidacta. Y es un espejo en el que se miran todas las jóvenes bailaoras. Al cante también le acompañaron Samara Amador y Ezequiel; las guitarras de Joaquín Amador y Ramón Amador; y a la percusión, José Carrasco, quienes tocaron, con la voz de Samara, por tientos-tangos, mientras descansaba la artista.

La Trianera, vestida de negro, volvió al escenario para bailar por soleá, otro de sus bailes fuertes, que domina a la perfección. Y desde su salida, sus cambios de ritmos, sus desplantes y sus sublimes escobillas, todo era un prodigio de baile. Quizá la cantaora se acordaba de las palabras de su padre, que le decía que si quería bailar, tenía que tener mucho respeto y vivir para el baile. Y eso es lo que ha hecho ella, que sabe que es una bailaora de fuerza y de carácter, y que llegará un momento en que las fuerzas flaqueen. Aún está muy fuerte. Aunque la Carrasco ya puede bailar en una sola losa sin moverse, ya que con el movimiento de sus manos ya es mucha Manuela. La Carrasco tiene mucho tronío, su manera de vivir y de estar es su manera de bailar. A su manera; la manera de bailar de Manuela es sublime.

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