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Nadie se quita la chaqueta como él
TEATRO SAN JAVIER

Nadie se quita la chaqueta como él

Raphael cantó casi tres horas a sus 'groupies' de siempre y a los más jóvenes, que corearon su himno 'Mi gran noche'

ALEXIA SALAS

Martes, 19 de agosto 2014, 12:16

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No nos pillaba por sopresa. Cuántos hemos crecido escuchando de fondo 'Digan lo que digan' (1968) o 'Cuando tú no estás' (1966) y recibiéndolo en casa con el 'ropopompón' navideño cuando la familia no está del todo reunida hasta que llega él, Raphael de negro, con sus miradas de reojo, el vozarrón que siempre tuvo, sus vocales campanudas y esa forma de dramatizar unas historias más trágicas que un blues de los esclavos negros del Mississippi.

No nos cogía desprevenidos, sobre todo a sus 'groupies' de toda la vida y de la nueva, porque él mismo lo dijo, que vive una segunda juventud después de estrenar hígado, de que la vida le recordara que era mortal a pesar de tener el único disco de uranio de un artista de habla hispana (los otros tres son de Michael Jackson, Queen y ACDC, toma ya) y por eso casi que le quieren más. Por luchar, por sobrevivir y por volver, porque ha demostrado que se puede pelear y no desfallecer. «Gracias por vivir», le gritó alguien desde la grada.

No nos extrañaba, tampoco a quienes le hemos visto antes en su salsa en directo, dándolo todo en el escenario, pero aún así nos sorprendió de nuevo en su concierto en el Festival de Teatro, Música y Danza de San Javier. Fue un llenazo más de los que cosecha por donde va -esta semana en el festival indie Sonorama, nada menos-, una muestra más de devoción popular al artista universal: él mismo se asombra de que lo adoren en Rusia y, ¡ay! lo que se pierden los rusos que no entienden eso de: «Te veo muy nerviosa y acalorada/ deja pasar las horas y espérate a mañana/...la dicha de esta casa la estás poniendo en juego/ por tu desconfianza, por tus celos». Ese momentazo, al final de 'Por una tontería', en el que el de Linares derrama su vaso en el escenario como golpe de efecto final de una discusión de pareja (con la acalorada).

Casi tres horas de concierto, ante más de dos mil personas, mayoría femenina pero de todas las edades, que se deshicieron en aplausos, piropos y ovaciones. En mayo cumplió 71 primaveras y sigue siendo el hombre más admirado. Cada uno/a tendrá sus razones, pero puede que tenga mucho que ver su estilo tan español y romántico, su carisma indiscutible y ese pacto con el diablo que ha hecho para envejecer tan dignamente, porque conserva voz para dar y tomar, algo fatigada a ratos, pero viva en su esencia, una forma física que le permite hacer florituras de bailarín y, quizá también esa honestidad de trabajador siempre fiel a su estilo, ya sea en un teatro o en un festival indie, infatigable y de eterna sonrisa, que jamás nos ha dado disgustos del tipo de su coetáneo Julito -nuestro 'Ruiseñor de Linares' se quedó aquí en vez de pagar impuestos en Miami- ni se le conocen culebrones familiares ni de evasión de capitales u otros pecados capitales, que ya es mucho admirar para lo que está cayendo. La sonrisa de Raphael -«no olvides que hombre soy, y no de hierro», dice en 'Provocación'- nos parece honesta, y eso se aplaude. Crucemos los dedos, que no se nos hundan más mitos. Luego está esa chispita de rebeldía que tuvo siempre al contestar, con su chulería habitual de torero, a los chismorreos sobre su ambigüedad sexual, y que casi te arranca un ¡ole! cuando canta 'Qué sabe nadie', con ese temblor de manos cargado de razones. Permítanme aportar mi propia teoría al éxito del cantante-bandera, y es que nadie se quita la chaqueta como Raphael. Lo hizo al principio, primero aflojándose la corbata de lunares para mostrar un pecho despoblado, luego dejó caer la chaqueta hacia atrás con un golpe final de la orquesta y se la llevó arrastrando en una de esas fugas airadas de las que es experto. Glorioso e inimitable. Ya había cantado 'Mi gran noche' para alborozo de todas las generaciones, que la han asumido como suya, pero Raphael siempre tiene más.

En medio de un monumental escenario con escaleras luminosas, nos recordó que 'Yo sigo siendo aquel', mientras nos enseñaba fotos de juventud, con su pelo a lo Beatle o con aquella melena a lo Jim Morrison que lo convirtió en sex symbol. Entre todas sus letras 'De amor & desamor', el disco que sacará en octubre -ya es número 3 de iTunes por compras anticipadas-, del tipo de 'vete pero vuelve y ámame locamente pero hazme sufrir', se explayó a gusto para delicia de sus seguidoras. Ya saben, 'Detenedla ya', 'Que vuelva', 'Y fuimos dos', y más. A pesar de sus dramatizaciones -dignas de presenciar una vez en la vida, ya más, usted verá-, para muchos alcanzó su momento más emotivo cuando cantó, solo acompañado por una guitarra española -qué pena que no presentara a sus músicos- ese himno universal, 'Gracias a la vida', que compuso Violeta Parra y que él relacionó con su casi milagrosa curación.

Para el final dejó su diálogo 'Frente al espejo', que incluye uno de sus clímax en el escenario cuando, cabreado consigo mismo, se carga el cristal en pleno escenario -ya se veía venir cuando empezó 'No me mires así, que me molesta...'- para conmoción de las cientos de almas. Varios bises, casi tres horas a golpe de garganta y, al final, esa mirada suya que recorre el auditorio en pie y que parece cobrarse en ese momento todos los tragos amargos de lo que es ya una larga, intensa y afortunada, a pesar de todo, vida de artista.

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