Borrar
Ana Escarabajal, en su casa del campo de Cartagena.
«Recuerdo una luz y que pacté con ella volver a la vida»

«Recuerdo una luz y que pacté con ella volver a la vida»

librera

Antonio Arco

Miércoles, 31 de agosto 2016, 22:47

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Ana Escarabajal (Cartagena, 1949), recibió en 2005 el prestigioso Premio Librero Cultural por su labor al frente de la Librería Escarabajal, un faro cultural en Cartagena que la crisis hizo naufragar. Dice: «Los libros son todo. Yo vivo en los libros, me meto dentro de ellos, viajo por los lugares que describen y soy los personajes que los protagonizan. He sido muchos de los personajes, buenos y malos, que han pasado por mis manos: he sido sirena, gigante, pirata, Alicia, he viajado a la isla del Tesoro...». Los libros le han hecho ser «una persona más segura. En los momentos difíciles, el libro me ha buscado a mí. Creo que los libros siempre te están esperando, y que hay un libro para cada minuto de la vida y para cada persona. A lo largo de mi vida, he comprobado que en los momentos duros siempre ha habido un libro que, como un compañero, me ha ayudado a levantarme en ese momento, a equilibrar mi vida o incluso a darle un giro radical».

  • 1

  • -¿Un sitio para tomar una cerveza?

  • -El chiringuito que hay junto al faro de Cabo de Palos.

  • 2

  • -¿Qué música le suena en el teléfono móvil?

  • -Me gustaría que sonase el 'Concierto para violín en Re Mayor, Op. 35' de Tchaikovski.

  • 3

  • -Un libro para el verano.

  • -'Mendel el de los libros', de Stefan Zwig.

  • 4

  • -¿Qué consejo daría?

  • -No deje de leer.

  • 5

  • -¿Facebook o Twitter?

  • -Facebook.

  • 6

  • -¿Le gustaría ser invisible?

  • -Pues sí, a veces claro que sí.

  • 7

  • -¿Un héroe o heroína de ficción?

  • -Huckleberry Finn.

  • 8

  • -Un epitafio.

  • -«Siempre buscó la belleza».

  • 9

  • -¿Qué le gustaría ser de mayor?

  • -Ana Escarabajal.

  • 10

  • -¿Tiene enemigos?

  • -Ojalá no los tenga.

  • 11

  • -¿Lo que más detesta?

  • -La falsedad y la falta de ética.

  • 12

  • -¿Lo peor del verano?

  • -No aguanto el calor.

-¿Qué no hay que dejar de leer?

-'Veinticuatro horas en la vida de una mujer', de Stefan Zweig. Te traspasa la piel y te llega al alma.

-¿Otro más?

-'La mujer habitada', de Gioconda Belli. Un libro con el que fracaso cuando lo recomiendo: lo hago entusiasmada y luego no gusta. ¿Por qué? No lo sé, pero es uno de los libros más bellos que he leído.

-¿A quiénes sigue leyendo?

-A Julio Verne y a Robert Louis Stevenson, por ejemplo; 'La isla del tesoro' me la habré leído ya como nueve veces.

-¿Qué le ha hecho ilusión?

-Emilio Lara le ha puesto al protagonista de su primera novela, 'La cofradía de la Armada Invencible' (Edhasa), el apellido Escarabajal. Se llama Fabián Escarabajal. Me contó que lo había hecho en mi honor, porque admiraba mucho mi trabajo, y como homenaje a la librería de la que tenía tan buenos recuerdos.

-¿Qué quiso?

-Poner distancia cuando cerré la librería. Lo hice con todo el dolor del mundo, pero cerré una página de mi vida y no caigo en la nostalgia. Nadie me quita mis experiencias, mis emociones, mi incesante aprendizaje y el agradecimiento de tantos lectores de todas las edades con los que he hecho este maravilloso viaje que fue la librería Escarabajal.

-¿Cómo se cuida?

-Soy vegetariana y hago yoga desde hace muchos años. Tomo muchas algas y cereales, por un tubo. Ya soy medio macrobiótica.

-¿Imposible qué es?

-Como verá, encontrar un solo rincón en toda mi casa que no esté lleno de libros.

-¿Qué es lo último que ha hecho?

-Un bizcocho de pera, para usted, esta misma mañana. [Da un salto, no para quieta.] ¡Ahora mismo se lo traigo, con un té japonés con especias indias y una miel riquísima de la que ya no se encuentra!

-Qué bien, hoy me había puesto a régimen... pero todo sea por Japón. Como librera, ¿cuál fue su gran acierto?

-Leí de las primeras 'El tiempo entre costuras', la novela de mi amiga María Dueñas, a la que adoro porque es una persona maravillosa, y le dije: «¡María, es buenísima. No me voy a cansar de recomendarla!». La presentamos en la librería y vinieron solo los amigos de ambas. Un año después, cuando celebramos la fiesta del primer aniversario, ya se había convertido en un fenómeno extraordinario. Había gente que se llevaba cuatro ejemplares de golpe: para su prima, para su abuelo, para su tía, para su novio... Yo no había visto nunca una cosa igual. También acerté al apostar por la literatura infantil, trabajando para despertar en los niños el sentido crítico a través de la lectura. Tenía claro que había que crear futuros lectores, gente que piense y que no se lo trague todo.

-¿A qué autor de novela policíaca hay que seguir?

-A Fred Vargas, que también es historiadora. Magnífica.

-¿Qué necesita leer de vez en cuando?

-Leer a [el poeta murciano] Eloy Sánchez Rosillo y [al cartagenero] José María Álvarez. Y, por supuesto, volver a leer 'El cantar de los cantares' ('Antiguo Testamento').

-¿Qué tal el amor?

-Tengo cuatro hijos, tres de mi primer marido y uno del segundo. Los dos han fallecido.

-Vaya.

-Mis amigos me dicen, ¡de broma, claro!, que hay que llevar cuidado conmigo porque donde pongo el ojo... [Risas.] Del segundo me separé hace 15 años. Puedo decirle que sé muy bien lo que es estar enamorada.

-¿Qué comprobó?

-Que, a veces, llegamos tarde a las cosas importantes. Mi padre murió cuando yo tenía 27 años. Era un señor estupendísimo, al que yo adoraba pero al que nunca llegué a conocer en profundidad. Como todos los adolescentes, fui una adolescente rebelde y, después, pues también, una joven rebelde, muy inquieta, muy joven y muy del Mayo del 68. Realmente, cuando me empecé a dar cuenta, de verdad, de mi buena suerte por el padre tan maravilloso que tenía, ya era tarde: un cáncer se lo llevó en dos meses y medio.

-¿De qué no se olvida?

-De muchísimas cosas. Entre ellas, de mis años maravillosos de estudiante en Madrid. Yo me fui de Cartagena dispuesta a no volver, porque necesitaba volar. Pero las circunstancias me hicieron regresar. Mi padre se había hecho cargo de la librería que mi abuelo Horacio, con 18 años, fundó en 1888. Finalmente, cuando mi padre falleció, comenzó mi gran aventura como librera; y no me arrepiento, pese a los disgustos y a algún fracaso muy doloroso, porque ha sido apasionante.

Luchadora

-¿Qué ha sido siempre?

-Una mujer luchadora. Desde muy niña supe que tenía que ser fuerte y que la vida estaba llena de cosas inesperadas a las que tendría que hacer frente. Cuando tenía 10 años, mi padre me llamó para decirme que el 19 de marzo se iba a marchar a Madrid, para operarse, y que estaría fuera dos semanas. La operación salió mal, casi se muere, y volvió a casa a finales de mayo. Mientras mi padre estaba en Madrid, y mi madre con él, mi abuelo falleció en abril. Yo escuchaba detrás de las puertas, y escondida por los rincones de la casa de mi abuela, cómo los mayores hablaban de que mi padre se estaba muriendo. Pensé: «Mi abuelito Horacio ha muerto y mi padre se va a morir, tengo que ser fuerte». Se acabaron pronto los cuentos de hadas.

-¿Qué buena decisión tomó?

-En los años 80, cuando yo me separé, no era tan normal eso de separarse, siendo madre de tres hijos, solo por el hecho de que ya no estuvieses enamorada; eso no se entendía muy bien. Pero yo no quería vivir con cara de palo; quería vivir sonriendo, feliz, disfrutando, siendo yo misma. A las mujeres de mi generación nos educaron para ser estupendas amas de casa, estupendas madres, maravillosas mujeres, monísimas a muerte y, por supuesto, sumisas. Yo siempre me negué a eso. Jamás ha ido conmigo eso de ponerme mechas, colocarme una falda estrecha y dedicarme a hacer lomo mechado; siempre he tenido una enorme curiosidad por conocerlo todo, por aprender, por formarme.

-¿La soledad pesa?

-A veces sí, claro que pesa. Yo he vivido hasta hace poco con mi hijo menor, y recuerdo muy bien el día que se marchó y me di cuenta de lo grande que era esta casa...; estaban mis libros, sonaba música y se escuchaban las voces de cantantes maravillosos, pero había una ausencia que lo impregnaba todo: la de las voces de las personas que he amado y amo profundamente. Pero no me deprimo, qué va. Tengo muchas cosas estupendas con las que llenar la soledad; por ejemplo, tengo los mejores amigos del mundo, y los mejores hijos y nietos. Seguir manteniendo una relación fluida, grata y libre con mis hijos es mi gran deseo. Yo no soy esa madre que los invita a todos a comer todos los domingos, pero estoy para todo lo que necesiten cuando lo necesiten. Me gustan mis hijos, los adoro: son gente de fiar, nobles y cariñosos.

-¿Qué no le ha interesado a usted nunca?

-Jamás me han interesado los lujos, me horrorizan. Cuando me casé por primera vez, mis suegros me preguntaron lo que quería de pedida; en vez de unos brillantes, por ejemplo, yo les dije que una lavadora. Se quedaron muertos.

-¿Qué le caracteriza?

-Soy muy positiva; siempre veo el vaso medio lleno y encuentro un rinconcito dentro de mí en el que encuentro fuerzas para seguir adelante. Y no vivo de recuerdos, me interesa mucho el presente.

-¿En qué no cree?

-En ninguna institución, solo por casualidad yo no soy ácrata.

-¿Teme a la muerte?

-¿A la mía? No, nada.

-¿Por qué?

-Sé que la muerte no es el final. Esto no se acaba aquí. Morir es un trámite. Ya sé yo que el cuerpo se va a la mierda, pero es que no solo somos cuerpo.

-¿Por qué está tan segura?

-Con 25 años, tuve una peritonitis. Estuve una semana en el hospital, me pusieron antibióticos por un tubo. Acababa de parir a mi segunda niña. La tarde en la que me iban a dar el alta, empecé a encontrarme muy mal. A partir de ahí, cuando recobré el conocimiento, cuatro horas después, solo recordaba que había tenido la sensación, completamente real, de que me moría, de que me iba de esta vida, todo con una gran paz y tranquilidad. Recuerdo una luz y recuerdo que pacté, que negocié con ella volver a la vida si de mi existencia desaparecía una cosa que me molestaba mucho. Se me dio otra oportunidad para vivir, claramente. Yo jamás había escuchado hablar de esa luz; después, salió el libro titulado 'Vida después de la vida' [de Raymond Moody], en el que se hablaba de esa luz que yo había visto.

-¿No sintió temor alguno?

-Nada, en absoluto. Yo me hubiera quedado allí, pero ya le digo que negocié una larga vida con unas condiciones estupendas, y parece que llevo camino de que así sea [risas]. Yo no me siento poseedora de ninguna verdad absoluta, no puedo asegurar que existan la reencarnación o la Eternidad de la que habla la religión católica... Lo que sí sé, ya le digo, es que morir es un trámite.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios