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Sáenz de Elorrieta, en el jardín de su casa-taller.
«Recibimos una señal de que un misil venía hacia nosotros»

«Recibimos una señal de que un misil venía hacia nosotros»

Exmilitar y escultor

Antonio Arco

Domingo, 28 de agosto 2016, 08:53

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De la Primera Guerra del Golfo, a conocer la Antártida a bordo del Hespérides y a navegar por medio mundo. De experto buzo y personal sanitario de la Armada, a esculpir obras como su popular 'Cola de ballena', ubicada en el Puerto de Cartagena. De militar a escultor, de artista a concejal del PP. Todo con la misma alegría de vivir y la naturalidad como forma de estar, siempre activo, en el mundo. Fernando Sáenz de Elorrieta nació en Cartagena en 1961.

  • 1

  • -¿Un sitio para tomar una cerveza?

  • -La Fortaleza, en Cartagena.

  • 2

  • -¿Qué música le suena en el teléfono móvil?

  • -¡Ring ring ring...!

  • 3

  • -Un libro para el verano.

  • -'Ultramar', de mi amigo Rubén Santiago.

  • 4

  • -¿Qué consejo daría?

  • -No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.

  • 5

  • -¿Facebook o Twitter?

  • -Facebook.

  • 6

  • -¿Le gustaría ser invisible?

  • -A ratos, sí.

  • 7

  • -¿Un héroe o heroína de ficción?

  • -Supermán.

  • 8

  • -Un epitafio.

  • - «No me esperes que no voy a llegar».

  • 9

  • -¿Qué le gustaría ser de mayor?

  • -Feliz.

  • 10

  • -¿Tiene enemigos?

  • -Creo que no.

  • 11

  • -¿Lo que más detesta?

  • -La falsedad.

  • 12

  • -¿Lo peor del verano?

  • -Las moscas.

-¿Qué tuvo que hacer?

-Con 18 años, mi vida dio un giro espectacular. Murió mi padre, que era también mi amigo, y tuve que empezar a buscarme la vida en todos los sentidos. Ya no estaba él para guiarme. Mi padre era marino, por eso nací yo en Cartagena. Él era gallego y mi madre vasca.

-¿En qué cambió su vida?

-Acababa de terminar COU y Selectividad y mi futuro estaba planificado. Se iba a cumplir mi sueño: me esperaba la Academia General Militar, pero mis planes de vida se truncaron por completo un mes de agosto. Me tuve que poner a trabajar, primero como botones en el Banco de España, aquí en Cartagena, porque, entre otras cosas, a mi madre le quedó una pensión mísera y yo tenía que ayudar a mi familia. Todos mis amigos se fueron a la Universidad y yo me dediqué a trabajar. Me puse

las pilas rápidamente y eso me hizo madurar a gran velocidad. Tampoco lo lamento, me tocó y ya está.

-¿Qué pasó después?

-Siempre he sido muy inquieto y muy tenaz. La vida militar era mi sueño y no renuncié a él. Estudié Enfermería y cuando terminé, mientras trabajaba en todo lo que me salía, intenté librarme de la mili por ser hijo de viuda, pero me dijeron que, como en efecto era hijo de viuda de la Armada, tenía que hacerla. '¡Premio, qué suerte!', pensé echándole sentido del humor. Estando ya en las Milicias Universitarias, de sargento ATS en Canarias, surgió la posibilidad de hacer el curso de buceo en Cartagena y no me lo pensé. Bucear ha sido una de mis grandes pasiones. Tras terminar el curso, aprobé una oposición para la escala básica de la Armada, de la que se salía de brigada, y directamente me embarqué, literalmente, durante 13 años de mi vida: Costa de Marfil, Guinea, Senegal, Marruecos, Túnez, Argelia, Egipto, Arabia Saudí, Creta, Grecia, Estados Unidos, Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Patagonia, la Antártida...

-¿Qué experiencias fueron las más intensas?

-Por motivos muy diferentes, la vivida en la Primera Guerra del Golfo, en 1991, frente a las costas de Jordania; y la campaña de seis meses en la Antártida con el Hespérides, a la que pedí ir voluntario. Fueron seis meses inolvidables, durante los que entré en contacto con las ballenas, que tanta presencia tienen en mi obra. Tanto contemplándolas desde el barco, como desde las zódiacs, sentirlas cerca de ti es algo que te impacta. Estaba maravillado. Empecé a dibujarlas y a fotografiarlas, y se convirtieron en una de mis fijaciones artísticas. En ningún otro lugar del mundo he contemplado unos colores y he disfrutado de un silencio como los de la Antártida. También tenían lugar temporales que duraban quince días, con olas de doce metros. Recuerdo que [la periodista] Rosa María Calaf embarcó con nosotros para estar tres días a bordo, pero se metió un temporal y tuvo que estar diez porque no podíamos desembarcarla. El pelo naranja se le puso verde a la pobre de tantos mareos.

En cuanto a la Primera Guerra del Golfo, la sensación de peligro real es algo que también te deja huella. Incluso llegamos a recibir una señal de que un misil venía hacia nosotros y tuvimos que lanzar las contramedidas para evitarlo. En las corbetas, yo era el encargado de Sanidad y también el responsable de buceo de la Unidad.

-¿El apoyo entusiasta del Gobierno de José María Aznar a la invasión de Irak fue un error?

-Sí, sí, está claro que fue un error.

-¿De qué tiene la suerte?

-Hago amigos con facilidad, he conocido lo que es el compañerismo, me apasiona la aventura y soy una persona disciplinada.

-¿Qué no hace?

-No salgo corriendo de los problemas. Mi padre me decía siempre que resolviese yo mis propios problemas, que no esperase a que vinieran a resolvérmelos los demás. En ese sentido, he estado siempre al pie del cañón y me ha gustado echar una mano a otros; eso es algo que me surge de manera natural, no porque yo sea mejor que nadie.

-¿Por qué dejó la Armada?

-Fue a raíz de una operación a Líbano a la que me querían mandar. Yo tenía ya diagnosticadas dos patologías, un síndrome de Ménière y una cardiopatía hipertensiva, consecuencia de tantas inmersiones y descompresiones como había realizado durante años. Mi último destino embarcado fue en el Poseidón, el barco de salvamento subacuático. Después, pasé a la Escuela de Infantería de Marina. Estando allí, fue cuando me proponen la operación en Líbano, sin médico y con más de cuatrocientas personas participando. Ahí fue cuando dije: «Me pasa esto y lo otro, ¿si tengo un problema a quién echo yo mano?». Tras pasar un reconocimiento médico, me dijeron que mis problemas de salud eran causa de exclusión, de abandono del servicio. Yo no contaba con eso, y cuando dejé la Armada, al principio, echaba de menos la vida militar. Fueron 28 años de servicio.

El lado bueno de las cosas

-Y fue entonces cuando comenzó una segunda vida, ahora como escultor.

-Empecé con la escultura en 1995. De hecho, estando en el Poseidón, mientras permanecíamos fondeados en cualquier sitio, yo sacaba mis pellas de barro y me ponía a hacer mis esculturas. Creo que soy el único escultor que ha hecho esculturas a bordo de un barco, apuntalándolas para que el movimiento no las hiciese caer [risas].

-¿Cómo se define?

-Soy una persona feliz. Ni me complico la vida, ni se la complico a los demás. Y, aunque sea Leo, me gusta pasar desapercibido. Tengo la fortuna de que la gente tiene un buen concepto de mí y de que no tengo que esconderme de nadie.

-¿Qué tiene claro?

-Que, en la vida, la fortuna también te la tienes que buscar tú con tu actitud. En cualquier circunstancia que se complicaba, me decía a mí mismo. '¿Qué hago, me amargo la vida o procuro disfrutar de ella y hacérsela un poco más feliz a los que están alrededor mío?'. Y así ha sido: en cada sitio que he estado he procurado aprovechar el lado bueno de todo.

-¿De qué no se olvida?

-[Se emociona.] Mi hermana Ascensión y yo éramos uña y carne. Tenía 53 años. Una mañana estuve hablando con ella con toda normalidad, y a las seis de la tarde de ese mismo día falleció de muerte súbita. Cuando llegué a su casa, acababa de morir. Han pasado ya ocho años y todavía no se me borra ese día de la cabeza. No nos pudimos despedir. Fue durísimo. Otra vez un ser muy querido que se va...; a mi padre, como yo era socorrista desde los 14 años, intenté reanimarlo durante 45 minutos hasta que llegaron los servicios de urgencia. Sabía que estaba muerto, pero seguía intentándolo. ¿Cómo puedes olvidarte de eso?

-¿Cree usted en el Más Allá?

-Sí. He sentido que mi padre, mi hermana y algunos amigos queridos que he perdido, me echaban una mano en momentos en los que he pasado por dificultades. He sentido claramente que no estaba solo, que ellos están ahí, de alguna forma, cuidándome. Lo he sentido muchas veces, y es muy reconfortante, un apoyo enorme. No tengo dudas de que estamos acompañados por nuestros seres queridos que ya no viven; los he sentido.

-¿Qué disfruta haciendo?

-Muchísimo, irme de turismo rural con los amigos. Somos un grupo que nos conocemos desde el colegio, amigos a muerte. Lo curioso no es que nosotros nos sigamos llevando tan bien y disfrutando tanto juntos, sino que nuestras mujeres también se llevan bien y se lo pasan en grande.

-¿Qué ha sido lo mejor?

-Mi mujer, Juana, y mi hija Marina. Es independiente y tiene las ideas muy claras. A Juana le estoy muy agradecido, porque pienso que convivir conmigo no tiene que ser nada fácil. Soy una persona muy movida, no paro quieto. Mi mujer, que es maestra, dice que seguro que yo de pequeño era hiperactivo en un grado supremo.

-¿Qué es un escándalo?

-La corrupción lo es.

-¿Qué se ha convertido para usted en adictivo?

-El arte. Me puedo pasar horas trabajando en mi taller, en mitad del campo. Yo no molesto a nadie y nadie me molesta a mí. Allí, con mis perros y con mi música, soy feliz.

-¿Cómo se cuida?

-El cardiólogo me insiste en que no coja peso, así es que cuido mi alimentación. Me encargo de mi propio huerto, que cultivo solo con estiércol y con tierra vegetal: tomates, berenjenas, calabacines, pimientos, naranjas, limas, limones, sandías, puerros, zanahorias. Me gusta comer bien y equilibradamente.

-¿Qué no recomienda?

-A la gente con mala uva. Tampoco recomiendo a los intolerantes, a los intransigentes y a quienes no intervienen, en la medida de lo posible, cuando ven abusos a sus alrededor.

-Si se pierde, ¿dónde vamos a buscarlo?

-Si no estoy en Cartagena, que es la ciudad de mi vida, reconozco que Buenos Aires me encanta. Perderme en su antigua zona portuaria no estaría nada mal.

-¿Por qué se metió en política?

-Eso mismo me pregunto yo [risas]. Nunca he pertenecido a ningún partido político, y todavía hoy sigo siendo independiente. Fui en las listas del PP al Ayuntamiento de Cartagena porque pensaba que, como concejal de Cultura, podría haberle sido útil a mi ciudad y a sus artistas. Creo sinceramente que con más gente del mundo de la cultura metida en política, otro gallo cantaría.

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