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Félix Gómez y Diana Palazón, durante la representación de 'Alejandro Magno' en el Auditorio Parque Almansa de San Javier.
¡Otra vez será, Alejandro!

¡Otra vez será, Alejandro!

La falta de química entre sus intérpretes, principal problema del irregular montaje de 'Alejandro Magno'

ANTONIO ARCO

Lunes, 15 de agosto 2016, 17:16

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Dice el propio Alejandro Magno, todopoderoso rey de Macedonia cuyo recuerdo inmortal sigue haciendo correr briosos ríos de admiración, misterio, encantamiento y curiosidad, en uno de los momentos de mayor recogimiento del montaje teatral que, con la intención de «conocer más su corazón y su alma, más al hombre que al héroe», ha dirigido Luis Luque: «Se escribirán grandes historias sobre mis hazañas, pero ¿se sabrá quién era de verdad Alejandro, el joven primogénito de Filipo y Olimpia, el hombre que dudaba de sí mismo y de su destino? El hombre que se convertirá en un mito, en un dios. Un dios demasiado humano que no podía dormir antes de las batallas. Un dios que ni siquiera podía verse reflejado en las estrellas». ¡Pues mira, Alejandro Magno, desde aquí te lo digo!: solo viendo este espectáculo, estrenado recientemente en el deslumbrante marco del Festival de Mérida y producido por Pentación, ya te digo yo que no.

Y no porque el texto de Jean Racine, sobre el que han construido su versión libre tanto el propio Luque como el dramaturgo Eduardo Galán, no contenga suficientes reflexiones en primera persona que nos conduzcan a la parte más privada del héroe, a sus sentimientos y sus dudas más candentes, sus conflictos interiores y su obsesión titánica por el poder y la gloria, sino porque tanto lo que se dice en escena como lo que sucede en la misma -lentamente- carece de la menor emoción, del necesario alto vuelo poético, épico, carnal y sorprendente que tan alucinante biografía y personalidad requieren.

Escuchamos a Alejandro Magno -le da vida Félix Gómez-, pero no lo sentimos, no nos inquieta, no nos seduce, ni mucho menos nos perturba; lo observamos de cerca, pero nos separa de él una frialdad de pleno invierno, y una acción que fluye en todo momento sin la menor naturalidad y que no invita a la intimidad, a los ojos abiertos en espera de algún aullido de lobo emocional que nos deje sin aliento.

Estamos en el siglo IV antes de Cristo, en plena campaña de la India, con el héroe enfrentándose a los últimos pasos de su destino final. Su deseo es conquistar estos lejanos y exóticos territorios ofreciendo pactos y alianzas en lugar de utilizar el lenguaje incontestable de la violencia guerrera. Ya está en un momento de su existencia en el que duda de sí mismo, pues ha experimentado de sobra que cada victoria y cada frontera que traspasa es un sueño cumplido que deja atrás sin que amaine el ansia que lo devora; también él es, tan humanamente, frágil. Su política de pactos convence al rey Taxilos (Unax Ugalde), cuya hermana, Cleófila (Diana Palazón), vive una historia de amor con el 'enemigo' macedonio. Pero otro monarca, Poros (Aitor Luna), se niega en redondo a ser vasallo de Alejandro Magno y no duda en lanzarse al combate, alimentada su furia por Uxiana (Marina San José), princesa de la que tanto él como Taxilos están enamorados, aunque ella tiene claro su objeto de deseo: Poros.

A todos estos personajes se unirán Efestión (Armando del Río), el general macedonio que mantiene con su rey una incendiaria relación de complicidades y devoción; y la reina hechicera Olimpia (Amparo Pamplona), madre de Alejandro Magno. Pues bien: la química entre todos los intérpretes es, por muy sorprendente que pueda parecer, exactamente ninguna o incluso menos todavía. Y ni te crees sus historias de amor, ni de deseo, ni de odio, ni de gloria, ni de nada. Y por eso mismo, cuando la obra finaliza al grito de «¡vamos Bucéfalo, la historia nos espera!», flota en el aire de la medianoche la sensación de una gran oportunidad perdida, a la que tampoco ha sido ajena la escasa química que también se ha dado entre el equipo artístico de este 'Alejandro Magno': la escenógrafa Mónica Boromello, el iluminador Gómez Cornejo, el músico Mariano Marín y Paco Delgado (vestuario). Para todos ellos fueron los grandes aplausos del público.

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