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Ixone Díaz Landaluce / XL SEMANAL
Lunes, 15 de enero 2018, 13:23
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Más de 750 millones de personas carecen de acceso al agua potable y casi dos millones fallecen cada año por razones relacionadas con este problema. Y las previsiones son mucho más alarmantes. En 2030, la demanda de agua será un 40 por ciento mayor que ahora por el aumento de la población. Si no se hace nada, la guerra del agua será el próximo conflicto planetario.
Los tejados de Amán son un inmenso mar de depósitos de plástico. Acumulan miles de litros de agua en una ciudad donde los cortes del suministro son constantes y nunca se sabe qué día o a qué hora volverá a salir agua del grifo.
Algunos barrios viven prácticamente sin ella. No tienen para limpiar los platos o la ropa, para ducharse y, a veces, ni siquiera para cocinar.
En algunas mezquitas, los imanes ya predican en sus sermones sobre la necesidad de ahorrar hasta la última gota y, acuciados por la escasez, los granjeros jordanos riegan sus cultivos con agua salada echando a perder sus tierras para siempre. Y eso que un jordano apenas utiliza 90 metros cúbicos de agua al año, uno de los consumos per cápita más bajos del mundo, que solo representa un 3 por ciento del agua que usa el norteamericano medio.
Por su situación geográfica, Jordania nunca había tenido demasiada agua, pero siempre había sido suficiente para abastecer a una población relativamente pequeña. Sin embargo, la presión migratoria ha convertido la escasez en una auténtica crisis de Estado. Primero, fueron los refugiados palestinos y, más tarde, los libaneses, iraquíes y sirios que huían de la inestabilidad y la guerra en sus países. Y el problema, que ya está creando tensiones entre las comunidades de refugiados y los jordanos, va a más cada día que pasa. Además, la tasa de fertilidad (cada mujer tiene 3,8 niños de media) añade otro enorme desafío al problema. Un solo dato elocuente: las previsiones poblacionales para 2035 se alcanzaron en 2015
Y los recursos están prácticamente agotados. El río Jordán, el único navegable del país, está exhausto y lleno de excrementos, y los acuíferos más importantes han sido prácticamente vaciados. Además, la construcción de presas en Siria ha disminuido el cauce de ríos como el Yarmouk, el mayor afluente del Jordán, en un 60 por ciento.
No es un caso aislado… Lo mismo le ocurre al Nilo con las presas que se construyen en Etiopía o al Mekong, en Asia. En China, por ejemplo, el 35 por ciento de sus pozos están secos y algunos de los ríos más importantes están tan contaminados que su suministro se ha convertido en un riesgo para la salud pública. Por eso, aunque Jordania podría convertirse en el primer país en quedarse virtualmente sin agua, lo más probable es que no sea el único. Su caso resulta paradigmático y sirve para prever los desafíos a los que se enfrenta una sociedad de cuyos grifos ya no emana el recurso natural más imprescindible para el ser humano.
Puede sonar a previsión apocalíptica o al futuro distópico de películas como Mad Max, pero la realidad es que la escasez de agua ni siquiera es un problema del futuro: ya hay más de 750 millones de personas en el mundo que carecen de acceso al agua potable y casi dos millones fallecen cada año por razones relacionadas con este problema.
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