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La conmovedora esquela de Amaia: «Me marcho con pena, pero rebosante de alegría»

La conmovedora esquela de Amaia: «Me marcho con pena, pero rebosante de alegría»

Lunes, 18 de septiembre 2017, 11:13

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«Mi amor». Estas dos palabras fueron lo último que dijo Amaia antes de morir. Estaba ya muy débil, pero consiguió abrir los ojos un momento, esbozó una leve sonrisa y se despidió de Ernesto, el amor de su vida, su compañero de viaje durante 36 años. Horas después falleció en su casa de Santutxu, donde pasó sus últimos días rodeada de sus seres queridos. Tenía 54 años.

A Ernesto se le vino el mundo encima. Como él dice, se le partió el alma. Le vinieron a la cabeza recuerdos de toda una vida, que comenzó cuando se fijó en las botas de arlequín con cascabeles que llevaba Amaia en el bar Mikeldi de Barrencalle. Eran sólo unos niños. Pero sobre todo le invadieron algunas imágenes de todas las batallas que habían librado en los últimos 128 días. Desde que el 5 de abril entraron en Urgencias por unos fuertes dolores de estómago o cuando el médico le dijo que aquellas manchas que habían aparecido en el escáner eran, en realidad, un cáncer de páncreas con metástasis de hígado. Irreversible. «Esa palabra me sigue retumbando en el cerebro», se duele.

La carta de agradecimiento al personal del hospital de Basurto.
La carta de agradecimiento al personal del hospital de Basurto.

Aquel día comenzó su lucha sin tregua contra el cáncer en el hospital de Basurto. No tanto por vencer a la enfermedad. Eso, sencillamente, era ya imposible. El objetivo era menos ambicioso, pero igual de sacrificado: alargar la existencia y mejorar la calidad de vida de Amaia en la medida de lo posible. En un momento tan duro de gestionar, Borja López de San Vicente, su oncólogo, se acercó a ellos y les habló con claridad. «Hoy os dejo que os caguéis en la puta, que estéis rabiosos. Pero mañana nos ponemos a currar. Voy a intentar que vivas de la mejor manera posible», les dijo.

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