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El trono de la Dolorosa, a hombros, y con la escolta de los doce nazarenos de la Virgen. P. A. / AGM
La Buena Muerte y la Dolorosa encogen el corazón en la Recogida

La Buena Muerte y la Dolorosa encogen el corazón en la Recogida

La madrugada gélida se convirtió en cálida cuando las imágenes llegaban a San Francisco, mientras la matraca ofrecía su lamento

P. W. R. / A. S. / I. R.

LORCA

Domingo, 1 de abril 2018, 08:33

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Difícil trance el de acompañar al hijo que yace muerto tras haber sido torturado. Con el perdón reflejado en el rostro y las lágrimas contenidas y semblante sereno, transitó pasada la media noche la Dolorosa por las calles del centro de vuelta a su templo.

En silencio, roto únicamente de cuando en cuando para recordar a la madre que no iba sola, miles de azules acompañaron a la Doloricas en su camino más triste, el de la recogida. La madrugada fría, helada, gélica... se transformó en unos instantes en la noche más cálida. Y el cielo, salpicado en los últimos días de nubes, se confabuló con los azules para ofrecer a la Dolorosa una madrugada repleta de estrellas.

El corazón se encogía a cada paso al contemplar a la madre que no perdía de vista a su hijo. Muerto, sobre su sudario y con la cabeza ligeramente inclinada y elevada en relación al torso, al igual que las rodillas, el pecho hinchado y los brazos extendidos a lo largo del cuerpo. Sus ojos entreabiertos denotan que acaba de exhalar su último suspiro antes de despedirse de su madre que, ahora, parece no poder contener las lágrimas que son sus hijos los que las derraman por ella.

El rostro de Cristo muerto sobrecogía en la penumbra de las calles del centro

Y, mientras, suena el lamento de las tablas del Cristo Yacente, la matraca, que desde lo más alto de San Francisco recuerda que ya falta menos para la despedida. Los más pequeños se muestran asidos a sus padres y abuelos. Con los ojos entornados por el sueño intentan evitar que sus párpados se cierren antes de ver la recogida. Y el trono de la Dolorosa se mece a cada paso de los que la portan que de cuando en cuando miran a lo más alto para contemplar la talla que Capuz regaló a los azules. A su paso caen pétalos como instantes antes lo hiciera por la carrera principal donde sus hijos volvieron a ponerse a sus pies para recordarle que es la Reina del cielo, la más hermosa.

A las puertas de San Francisco cuesta guardar silencio. Los azules parecen así querer alargar la despedida. Tras cruzar el umbral del templo, el silencio se convirtió en locura. Vitores que no cesaban y el sonido de 'Las Caretas' que se repetía una y otra vez. Los portapasos se felicitaban mientras daban el último adiós a su Virgen, la de los Dolores.

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