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Lunes, 2 de abril 2018, 02:32
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El Resucitado y la Virgen del Amor Hermoso celebraron, mecidos frente a frente por los portapasos junto a la iglesia de Santa María de Gracia, el 75 aniversario de la hermandad blanca, al final de la última procesión de la Semana Santa. El desfile de cinco horas y veinte minutos fue una fiesta perfecta de cumpleaños. El baile del trono titular con el de la madre de Dios es una de sus imágenes imperecederas. Pero los cofrades aprovecharon la ocasión para combinarlo con varias novedades y con la recuperación de estampas del pasado, en sus bodas de platino. El público lo premió con 'vivas' y aplausos.
A las 10.30 horas, las puertas del templo se abrieron ante 300 personas, que vieron salir a los guiones y a la escolta de granaderos, al ritmo de un redoble de tambor más alegre y juguetón cuanto más avanzó el día.
Las sorpresas se concentraron al principio de la comitiva. La cofradía invitó a hermanos veteranos a participar como penitentes y una docena de ellos accedió a ir en vanguardia, con el atuendo de 1945 y portando banderines con la enseña original de la hermandad. Por delante marchó la imagen fundacional del Resucitado (1943), sobre un sudario que es copia del original, que se encuentra inmerso en un proceso de restauración de financia la Comunidad Autónoma. El que ayer salió a la calle es obra del mayordomo de arte de la cofradía, Pedro Giménez Saura.
En la retaguardia del Santo Ángel, cuyo trono recibió los primeros 'vivas' de los propios portapasos, a las once de la mañana, la hermandad blanca incluyó otros hitos por su aniversario. El tercio titular estreno hachotes restaurados en los talleres ZaraSanta de Zaragoza. Y cuatro penitentes marrajos y cuatro californios desfilaron como invitados de excepción. Además, la escolta de la Policía Local, en uniforme de gala (los populares 'plumeros'), procesionó con un estandarte nuevo con el escudo de la cofradía y el del cuerpo. No en vano, sus miembros son hermanos de honor de la cofradía.
La alcaldesa, Ana Belén Castejón, desfiló con el hermano mayor del Resucitado, Bernardo Simó. También su homólogo marrajo, Francisco Pagán, en recuerdo de que la fundación de la hermandad blanca fue obra de miembros de la cofradía morada. Muy cerca iba la madrina de la agrupación titular, Noelia Arroyo. La consejera de Transparencia y Portavoz tuvo el inusual honor de dar el primer toque de campana, que suele ser cosa del capataz, para que los portapasos levantaran el trono del Resucitado, a su salida de Santa María de Gracia.
Para cuando salió el tercio de los Soldados Romanos, pasadas las once y media de la mañana, el gentío era considerable en las calles del Aire, Jara, Campos, San Miguel y San Francisco. El sol comenzó a dar avisos del calor que se avecinaba, mientras los grupos de nazarenos pasaban apostados entre tercios y pasos, sin dejar de repartir estampas y caramelos. El tintineo de las campanitas de los monaguillos complementó las fanfarrias de las bandas de música. Estas, con su alegre repertorio, proclamaron por todo el recorrido que, tras el pesar por la muerte de Cristo, ayer era un día de regocijo por su regreso.
En el desfile, destacaron el cariño y la admiración con los que el público contempló decoraciones florales y vegetales como el limonero cargado de fruta del trono de la Aparición de Jesús a María Magdalena, portado a hombros con mucho brío por la calle Duque y el eje Serreta-Caridad.
Ni una nube le hizo sombra al desfile. Tampoco sopló viento y la sensación térmica rondó los 25 grados, entre la una de la tarde y la recogida a las cuatro menos cuarto. No podía haber tiempo mejor para el paso de el tercio y del trono de la Aparición de Jesús a los Discípulos de Emaús, que estrenaban gala pintada, y del tercio y el trono de la Aparición de Jesús a los Apóstoles en el Lago Tiberiades, con las redes de su barca llenas de pescado de verdad.
Se acercaba la hora del aperitivo y el público, de pie o sentado en las sillas dispuestas en la calle, compartió devoción y espectáculo con quienes se instalaron para disfrutar de un refresco o de una cerveza, en las calles Santa Florentina, Carmen, Jabonerías y Puerta de Murcia. Pronto no quedó un asiento libre, ni allí ni en las calles Mayor y Cañón, para ver pasar toda la composición de la procesión. Mereció la pena esperar para contemplar al San Juan y su tercio, con cuatro representantes del Paso Blanco de Lorca y con la escolta de la Academia General del Aire. También comenzaron a escasear los espacios para ver de pie el paso de la Virgen bajo palio, con las 'manolas' con mantillas blancas, delante del trono, y con la escolta del piquete de artillería, detrás de él.
Cuando a la una los granaderos entraban en Santa María de Gracia, aún corría brisa entre los espectadores. Con la llegada del trono del Resucitado, el calor ambiental aumentó junto con el emocional y comenzaron a aparecer los abanicos. Cuando apareció el Santo Tomás, el sol picaba y costaba ver el suelo de la calle del Aire.
El entusiasmo se disparó con la llegada del San Juan al templo y fue incontenible cuando el Resucitado salió a saludar a la Virgen y los portadores de los dos tronos los mecieron durante unos minutos, ante los aplausos y bajo una intermitente lluvia de flores. Para entonces, los abanicos y los pañuelos sobre la cabeza, para burlar los rayos del sol, ya habían hecho su función. El calor no causó bajas entre penitentes y tampoco los portapasos sufrieron ningún efecto negativo, porque en el recorrido hubo calles enteras a la sombra, por las que siempre corrió algo de aire.
Tras el 'baile' entre el Cristo y la Virgen, el primer trono ingresó en la iglesia y el segundo paró frente a la puerta, para ser mecido mientras el público cantaba la Salve cartagenera. Después, las cornetas y los tambores del piquete de artillería acompañaron con el himno de España la entrada de la Virgen. Cuando sus miembros desfilaron hacia la Puerta de Murcia, todo el mundo supo que la Semana Santa había acabado.
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