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pilar manzanares
Lunes, 14 de abril 2014, 10:31
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Inés Rodríguez Iglesias, a sus 55 años, es toda una experta en lidiar con esta enfermedad, que comenzó a padecer a los 14 años y que se comenzó a cronificar a partir de los 30, hasta que los dolores ocuparon 25 días de cada mes. «Su migraña es crónica y de larga evolución y además ha sido refractaria a todos los fármacos orales que hay en el mercado. Ahora está solo tratada con toxina y tiene poquísimas crisis», explica el doctor Pascual.
«Yo llevo tratándome con la toxina tres años y desde el primer pinchazo no tuve más dolor. Antes iba cada tres meses a repetirlo y ahora ya cada cuatro, pero en todo este tiempo solo he tenido una crisis y ni siquiera de las fuertes, mientras que antes llegaba hasta a perder la memoria. Ni viajaba, ni iba a cenar ni nada. De hecho cada vez que he salido de viaje he visitado las urgencias de donde he estado. El doctor Pascual ha sido mi salvador, gracias a él he empezado a vivir», dice Inés que ahora puede trabajar normalmente como celadora en el Hospital Grande Covián de Arriondas (Asturias), cuidar de sus nietos sin problema y llevar una vida normal.
Carmen padece de un espasmo hemifacial secundario a una parálisis facial que se produjo cuando a los 23 años fue operada de un oído. Ahora, a los 65 años, reconoce: «He vuelto a tener ilusión por arreglarme y ya no rechazo el espejo, que no es poco». Solo se duele de que su marido muriera sin poder verla así: «Tuvimos un amor tan precioso».
Cuando el doctor Lassaletta, especialista en otorrinolaringología en La Paz, remitió a Carmen a la consulta de la doctora Moraleda no imaginaba cómo iba a cambiarle la vida. Su tratamiento consiste en una reeducación neuromuscular facial para aprender a controlar el gesto, completado con infiltraciones de toxina botulínica. «Y así empezó nuestra relación, ya llevamos cuatro años de amor», se ríe sin dejar de alabar a los dos doctores que tanto le han ayudado. No es para menos, porque en parte Carmen ha recuperado su vida: «Ya me atrevo a comer en público, puedo ir a restaurantes, y como ves me dejo hacer fotos, mientras que antes las odiaba y hasta llegaba a romperlas».
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