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Sábado, 17 de febrero 2018, 16:47
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La propuesta para este fin de semana es disfrutar de uno de los rincones más sorprendentes y desconocidos de la geografía regional, aprovechando que la Dirección General de Medio Natural y el Ayuntamiento de Moratalla acaban de adecuar y señalizar el sendero para recorrerlo sin posibilidad de pérdida. La visita es al Estrecho del Bolvonegro, un espacio de Moratalla en el que los ríos Alhárabe y Benamor se unen y sus aguas esculpen un impresionante y singular cañón con altos valores naturales, pero también docentes, que hay que aprovechar.
El itinerario, que recupera para el uso común antiguos caminos públicos y vías pecuarias, comienza sobre el Camino del Batán, que es también un sendero GR. Están en las llanuras cerealistas del municipio moratallero, que ocultan bajo sus leves y redondeadas lomas esteparias las profundas gargantas que dibujan en esta zona los cursos fluviales. En los 6 km. de recorrido (ida y vuelta) irán encontrando paradas interpretativas en las que la cartelería instalada facilita información cultural, geológica, paisajística, botánica y faunística de este espacio, incluido en la ZEC Sierras y Vega Alta del Segura y Ríos Alhárabe y Moratalla y Lugar de Interés Geológico (LIG). Un placer que se suma al de disfrutar la naturaleza en estado puro.
A los pocos metros de empezar, un cartel les indica dónde se sitúa el poblado íbero, cuyo origen es argárico (3.000 a.C.), y que tuvo un emplazamiento estratégico, el que le da situarse sobre el cerro elevado del Molinico, que rodean, cual fosos de castillo, los ríos Benamor -en primer plano- y Alhárabe. Un sitio amurallado que todavía conserva lienzos de muros de viviendas y murallas de esmerada factura, restos de cerámica y hasta enterramientos en cistas. Visitable un kilómetro más adelante, su interpretación les resultará mucho más clara si atienden a las explicaciones del cartel.
Aunque enseguida encontrarán en su camino el cauce del Benamor, en los primeros tramos no podrán intuir la belleza de este estrecho que es un museo geológico, arqueológico y biológico al aire libre. Así que, aprovechen la oportunidad, abran bien ojos y oídos, y dispónganse a observar.
Cómo llegar Desde Murcia, cojan la Autovía del Noroeste (RM-15) hasta la salida 57 (Moratalla / Calasparra), continúen por la RM-714 hasta la rotonda y sigan por la RM-B36 hacia Moratalla. Una vez en el pueblo, continúen en dirección a la Carretera de Calasparra (RM-B35), y, entre el km. 1 y 2, estén atentos a su izquierda, donde está ubicada la señalización de Bolvonegro. Sigan por esa vía asfaltada 1,25 km. De nuevo, a su izquierda, encontrarán el cartel de inicio del itinerario.
Recomendaciones Sigan las marcas de PR del itinerario señalizado para no molestar a los vecinos de la zona. La ruta se puede hacer perfectamente con niños, teniendo precaución con que no se aproximen solos al río, la falla por la que discurre es muy profunda en algunos tramos y el agua baja con fuerza. La ruta, ida y vuelta, es de unos 6 km. Lleven calzado de montaña y prismáticos, en la zona hay una importante comunidad de aves para observar. También hay nutrias, pero son casi imposibles de ver. Si hacen la ruta en época más cálida y caminan en absoluto silencio, podrán ver galápagos tomando el sol sobre las rocas, y también hay cabra montés por la zona. Las paradas interpretativas, dotadas de carteles informativos, permiten apreciar cada uno de los valores culturales, geológicos, botánicos, faunísticos y paisajísticos del itinerario.
Dónde comer Restaurante Montebenamor. Ctra. de San Juan, 67. Moratalla. 630 121 087. En invierno, cierra domingos noche y lunes. Menú: de martes a domingo, 10 euros (1º, 2º, postre, café y una bebida). Especialidades: carnes a la brasa, platos típicos de la zona como el cocido de Moratalla y arroces; y de tapeo: ensalada rústica (salmorejo, canónigos y lechugas variadas, virutas de jamón, huevo y picatostes), trifásico (solomillo de cerdo, salsa de queso, cebolla caramelizada y patatas paja), delicia (patata rellena de carne con queso y alioli) y lomo de orza (receta de la abuela). Precio medio: 20-25 euros.
Siguiendo la caminata, que, una vez iniciada no precisa de mayor explicación que la de seguir las marcas blancas y amarillas de PR que lo señalizan, encontrarán la primera huella de lo que fue este territorio en el Mioceno Medio, hace unos 15 millones de años, cuando un mar de características caribeñas cubría estas tierras de interior. Pisan fondo marino fosilizado y la primera prueba de ello es el 'Paleodictyon' -red antigua- que todavía es un misterio para la ciencia. Poco común, los expertos no saben si son las huellas de un ser unicelular gigante del reino de las protistas; un sistema de galerías, a modo de granja, labrado por un animal para almacenar alimento (como las colmenas); o galerías excavadas por algún animal marino. Lo cuentan Cristina Sobrado y Jesús Rodríguez, de la asociación Descubriendo Moratalla, orgullosos de que por fin se haya inaugurado este sendero, tras años luchando para conseguirlo.
La ruta cruza el Benamor y lo deja a la derecha, poniendo en su campo de visión algunas de sus bellas cascadas, las que provocan los deslizamientos de roca favorecidos por las múltiples fallas de la zona.
Enseguida pasarán junto al acceso al cerro del Molinico, que pueden visitar, siempre que sean escrupulosamente respetuosos con los restos, pasear junto a sus estrechas callejuelas, intuir su recinto amurallado y su plaza central de uso común. Por el suelo, hallarán restos cerámicos, antiquísimos molinos de mano y hasta nódulos de los que extrajeron lascas para raederas o puntas de flecha. No cojan nada, es delito y desvirtúa la huella de nuestros ancestros.
Siguiendo camino, pasarán junto al molino de la Traviesa, hoy propiedad de unos de los más importantes productores de miel. Tras desfilar bajo la protección de una olmeda ahora deshojada, el sendero vuelve a cruzar río, en esta ocasión el Alhárabe, que en unos pocos cientos de metros se convierte en Moratalla, ya con las aportaciones del Benamor. Transitan por la ribera, pero aquí la vegetación no es arbórea, salvo escasos olmos y pinos, alguno mastodóntico, que crecen junto al cauce. Abunda un espeso sotobosque clareado durante la adecuación del sendero. Baladres, retamas, zarzamoras, zarzaparrillas, juncos, espartos, cañas, carrizos o tarays, pero también enebro, sabina negral y espino negro, ocultan tras muchos tramos el cauce del río, que no deja de sentirse por su cantarín soniquete, y también sirven de escondite a la nutria, cuya presencia queda patente por los excrementos visibles en sus numerosos soleaderos.
Vayan atentos a dónde ponen los pies, y no porque el recorrido esconda peligros, salvo el de aproximarse demasiado al cauce y caer en él (algunos tramos son especialmente profundos y el agua baja a gran velocidad). Caminarán sobre 'ripples', las ondas que deja sobre la arena el oleaje, que han quedado fosilizados; pasearán sobre la huella de los volcanes de lodo, algunos de los cuales se pueden ver en sección por la fractura de las calizas; recorrerán terrenos plagados de fósiles marinos, entre los que llama especialmente la atención la costilla de una ballena.
Las paredes del cañón muestran en piedra viva 20 millones de historia de lo que fue el estrecho Norbético (el paralelo remoto del actual estrecho de Gibraltar) regalando la vista del observador. Si van en silencio, cuando el clima se temple, podrán ver galápagos leprosos tomando el sol en la roca. Escuchen atentos, quizá distingan al ruiseñor o al mirlo acuático; y miren atentos, el mosquitero común caza en bandada a ras de agua.
Ya solo queda la sorpresa final antes de regresar por donde han llegado, si no se les cruza antes una manada de cabras monteses -muy frecuentes en la zona-: el vertiginoso cortado con que el deslizamiento de la tierra en una falla ha tallado este paisaje. En ella, el río cae en cascada y los restos del antiguo molino de Bolvonegro son testigo de que el hombre siempre aprovechó los fabulosos recursos de estos pagos.
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