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Arroyo junto al nacimiento del Segura, en la localidad jienense de Pontones.
Desmontar el Segura

Desmontar el Segura

No fue mala idea llegar a Pontones (Jaén) de noche, porque aunque la pista por la que el GPS envía a quien pide el recorrido más corto dejaba entrever que no faltaría naturaleza -mereció la pena solo por intuir en la oscuridad a tres ciervos-, la sorpresa fue mayor a la mañana siguiente

PILAR M. MACIÁ

Viernes, 17 de junio 2016, 09:41

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Un recorrido en bicicleta junto al río, desde su nacimiento, permite ver los contrastes que ofrece en sus 325 kilómetros de recorrido de Pontones a Guardamar

No fue mala idea llegar a Pontones (Jaén) de noche, porque aunque la pista por la que el GPS envía a quien pide el recorrido más corto dejaba entrever que no faltaría naturaleza -mereció la pena solo por intuir en la oscuridad a tres ciervos-, la sorpresa fue mayor a la mañana siguiente. Una cuesta no demasiado larga, de un par de kilómetros, separa el pueblo de la poza en la que nace el Segura a 1.400 metros sobre el nivel del mar. De ella a las aldeas de Fuente Segura, la más cercana, y Pontón de Arriba, entre verde y ganado, las piedras rezuman agua. Del nacimiento ya se sale con la idea de que el Segura no es un río cualquiera. No estalla en una cascada como otros ni apoyado en ninguna roca de grandes dimensiones, sino que comienza su recorrido hacia Guardamar de forma mansa, desde las entrañas de la tierra, en un agujero del que aunque se intente no se puede ver el fondo.

Pontones, que no es pueblo sino pedanía de Santiago de la Espada, vuelve a dar la bienvenida con luz del sol ya río abajo. Oficialmente es la 'cuna del Segura', como reza en el cartel de entrada, y se encuentra a 1.326 metros de altitud. En su bar, donde empieza la jornada para muchos de los hombres, empleados en los montes cercanos que visten con los mismos colores de su entorno, un cartel prohibe expresamente hablar de política. Pontones se cruza en un momento. La localidad intenta reconvertirse al turismo rural, y por eso muchas de sus casas están en obras. Un pequeño puente da paso a un sendero y el río empieza a encañonarse. Poco después las paredes son tan altas que el Segura se queda minúsculo entre verdes de todas las tonalidades, ocres, colores de piedras cenicientas y tierra roja salpicada de amapolas, rosales silvestres, margaritas y manzanilla. Pequeños arroyos afluyen al cauce que discurre igual de manso que en el nacimiento, pero caudaloso en plena primavera.

El terreno cada vez más boscoso hace mirar hacia todos lados. En cualquier rincón hay un detalle, un pájaro, una rapaz que surca el cielo azul, mariposas de mil colores. La zona se conoce como 'las huelgas' y ha estado explotada tradicionalmente con distintos cultivos. La señalización en la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas es buena para seguir el cauce, que discurre por el GR-247 'Bosques del Sur' de la sierra andaluza hasta La Toba, donde una carretera apenas transitada y paralela al río conduce a la provincia de Albacete. El bosque es continuo, como el rumor del agua que llega al pantano de Anchuricas. Camino de Yeste la señalización se pierde, y nada más entrar a esta población comienzan unas largas bajadas que abocan en el embalse de la Fuensanta. El camino busca Peñarrubia, una pedanía de Elche de la Sierra en cuya cima se sitúa el poblado íbero más importante de los que se conservan en la zona -tal y como reza el cartel informativo situado enfrente de la piedra-. El embalse ya da muestras de la falta de caudales existente, con taludes de arena seca de metros de alto sin regar desde hace meses, pero la situación empeora con la llegada a la cola del Cenajo.

El paso por el puente de Híjar deja a la vista un paisaje lunar, repleto de árboles secos y quebrados en un lecho apenas encharcado. Arriba un mirador descubre que el término municipal al que pertenece es Férez, aunque núcleos de población no hay en kilómetros. La vista disfruta con el meandro imposible que forma el río en la que se considera la zona más árida de esa comarca. El paisaje cambia con respecto a apenas unos kilómetros aguas arriba, donde fluye el agua camino de Letur, un pueblo acostumbrado a los visitantes, lugar de aguas limpias que en este caso si que rompen en la piedra para crear cascadas que dan la bienvenida en un paisaje de película.

Conforme prepara el río su entrada a Murcia abunda lo seco, lo agreste, las montañas bajo las que nace el bosque típico de ribera y vuelve a abrirse para dar la bienvenida a los arrozales en Calasparra. Los campos de cultivo bajos tardan poco en desaparecer para levantarse altivos los frutales, en especial melocotoneros de camino a Cieza. La huerta estalla en el arranque del Valle de Ricote y el Segura, aún caudaloso, verdea los campos en los que todavía se cosecha al empuje de norias del siglo XIX como la de la Hoya de Don García, en la localidad murciana de Abarán. El agua ya no es tan cristalina, los aportes naturales desaparecen y se empiezan a ver los ingenios hidráulicos puestos en marcha hace siglos para permitir el cultivo en la ahora fértil vega. En forma de acequias y azarbes, algo más modernos con las norias y las obras más actuales a base de presas, se encuentran en apenas unos metros. Todas ellas permiten la vida y entre los pequeños cultivos de huerta se levantan las primeras palmeras del recorrido, que ahora adornan, pero que antes sirvieron para proteger los campos y delimitar los bancales. Las montañas encañonan de nuevo en Blanca al paso de la Vega Media y se abre el cauce de forma generosa antes del azud de Ojós. Quien quiere seguirlo debe serpentear al compás del Segura hasta Archena y su balneario.

Las cañas empiezan a invadir el cauce y el color del suelo abandona pronto el de la tierra húmeda para volverse blanco y seco, cosa que ya no cambia hasta casi la desembocadura. Sobre él, el sol del mediodía se refleja hasta el punto de deslumbrar. El río sigue su curso en busca del mar mientras su caudal disminuye conforme se acerca. Aún quedan kilómetros. El paisaje cambia y nada más pasar Murcia el mal olor no abandona hasta Orihuela. Apenas unas semanas antes el azahar de los miles de cítricos a ambos lados lo camuflaban, pero empeora de cara al verano.

La llegada a la cuarta de las comunidades autónomas por las que atraviesa, la valenciana, es la más triste. Las norias gemelas de Desamparados, primera muestra valenciana, alicantina y oriolana del patrimonio industrial hidráulico de hace dos siglos, pasan desapercibidas. La acción del hombre y los encauzamientos desecharon el meandro que las bañaba y ya sin función alguna mueren, poco a poco, sin que nadie se preocupe por ellas. Sus vecinos iniciaron el pasado invierno un movimiento para promover la rehabilitación de estas norias sin que su petición haya tenido repercusión.

Un balón de fútbol, un colchón, botellas, garrafas de plástico enmarañados entre cañas dan la triste bienvenida a un 'estirado' cauce urbano de Orihuela, sin las curvas que caracterizan el serpenteo del resto, y casi sin posibilidades de vida, la esperanza la ponen los patos que hace meses se afincaron en el azud que distribuye el agua de riego a las acequias oriolanas entre los puentes de poniente, el viejo, que fue durante siglos única entrada a la ciudad con barcas, y el de poniente, el nuevo creado a raíz del ensanche urbano.

Conforme se abre el lecho vuelve la vegetación camino de Molins en un intento de supervivencia que logra. Al menos se consigue, una vez pasada la depuradora de Orihuela, dejar de oler a lodo y purines. La avifauna vuelve a ser numerosa e incluso los conejos se cruzan sin miedo a quien discurre por la zona. Como ocurre desde que se coge el cauce en Abarán, la actuación realizada en su día por la Confederación Hidrográfica del Segura para dotar de un corredor verde al río permite circular junto a él hasta prácticamente la desembocadura, un continuo desde Molina de Segura, donde arranca un carril bici que se acaba a más de veinte kilómetros, casi en la frontera alicantina, hasta Guardamar del Segura.

Este corredor abre a sus lados, en los terrenos de dominio público hidráulico, los sotos convertidos en su mayoría en lugares de esparcimiento, aunque la conservación de los mismos se hace costosa para los ayuntamientos que los tienen asignados por estar en su territorio. Entre Molins y Jacarilla, el Reguerón se une al Segura, y entre cañaverales el paisaje vuelve a cambiar, con una combinación de cítricos y huerta que ya será un continuo hasta el final. El picudo rojo ha hecho desaparecer las palmeras, por lo que los tarays y las moreras cobran protagonismo entre el verde.

Los pueblos quedan a cierta distancia del cauce, pero se ven desde él. Benejúzar, Almoradí con su azud de Alfeitamí prácticamente oculto por el vegetación y la escasez de agua; enfrente Algorfa y, aguas abajo, Formentera y Benijófar se disputan la remozada noria y el antiguo molino convertidos en un elemento de visita para conocer un patrimonio etnológico en uso hasta hace apenas unos años. Rojales es el primer pueblo que hay que cruzar sobre unos puentes entre los que destaca el de Carlos III, construido en piedra en el siglo XVIII.

Rojales tiene otro cauce urbano cimentado similar al de Orihuela, y con parecido caudal de agua, si es que se le puede llamar caudal. Conforme acaba el cemento, el río empieza a abrirse camino a su desembocadura, aunque la rambla que ocupa tiene de todo menos agua. Aún así, es en esta zona donde más abundan los pescadores en busca de algún ejemplar de carpa que logran, y de un tamaño considerable.

El agua vuelve donde el Segura a punto está de unirse al Mediterráneo, en el canal de la gola de Guardamar donde incluso hay restos de alguna pequeña embarcación que ha remontado. El Thader para los romanos y Río Blanco para los árabes muere, sin más ruido que el que realiza durante todo su manso recorrido, y, un poco antes, el cruce en pleno cauce de una Cañada Real deja patente que siempre ha sido una zona que por momentos ha podido vadearse a pie. Entre dunas, las últimas acequias y azarbes parten por la que es otra obra de ingeniería, la realizada por el ingeniero Mira en su momento para evitar la desaparición de Guardamar bajo la arena, lo que deja especies arbóreas que no son autóctonas como el eucalipto en su recorrido. Destaca una parada que impide que aboque al mar la basura que flota en el agua en estos últimos tramos, un lugar repleto de botellas de plástico y otros desperdicios a la espera de que alguien vaya a recogerlos.

Llama la atención a los habitantes de la Vega Baja la pureza del agua del Segura hasta más de la mitad de su cauce. El contraste es aún mayor si en pocos días se visitan la parte alta y la baja, donde al escaso caudal se suman los restos de basura que, sobre todo si se trata de botellas, flotan en el cauce. En Guardamar, poco antes de la desembocadura, una parada recoge todos esos desperdicios para evitar que vayan a parar al mar.

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