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Uno de los puentes sobre los que circulaba el tren que transportaba el mineral que se extraía de las minas hasta el embarcadero de Parazuelos.
De la mina al mar, una ruta con historia

De la mina al mar, una ruta con historia

En tierra de nadie -justo en el límite de los términos municipales de Lorca y Mazarrón-, al pie de la Sierra de la Almenara y surcadas por innumerables ramblas que sirvieron desde el Eneolítico como vías de comunicación y fuentes de recursos, se encuentran las diputaciones lorquinas de Morata y Ramonete, con Ugéjar y Puerto Muriel, y las pedanías mazarroneras de Ifre y Pastrana.

PEPA GARCÍA

Viernes, 17 de junio 2016, 09:40

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La diputación lorquina de Morata encabeza una iniciativa para recuperar los valores naturales y culturales del antiguo trazado ferroviario

Pobladas desde el inicio de los tiempos, estos pequeños núcleos diseminados por el campo, se han ido vaciando en las últimas décadas. Con la agricultura intensiva como motor económico -los valles y llanuras de las estribaciones de las sierras de La Almenara y Las Moreras (LIC y ZEPA) se cubrieron de invernaderos para liderar el cultivo del tomate-, el auge de esta actividad ha ido dejando en el olvido un pasado ligado a la ganadería extensiva y al cultivo de secano, y a la explotación de hierbas aromáticas para la fabricación de esencias, pero también a las riquezas minerales, que vivieron su máximo esplendor en el último tercio del siglo XIX y principios del XX.

Descendientes de mineros, como recuerda el pedáneo y presidente de la Asociación de Vecinos de Morata, Fulgencio Méndez Dávila -«aquí todos son bisnietos o tataranietos de mineros, el único medio entonces para sobrevivir»-, un grupo de vecinos ha decidido impulsar un proyecto para recuperar su historia: reconvertir el antiguo trazado de la vía férrea Morata-Parazuelos, que se construyó a finales del siglo XIX para transportar el hierro de las minas hasta la costa, en un itinerario ecocultural.

Con el apoyo del pedáneo, de la asociación de jubilados de Morata, el plácet de los Ayuntamientos de Mazarrón y Lorca -ha dado el visto bueno en la última Junta de Gobierno-, y la asistencia técnica de la Asociación para la Custodia del Territorio y el Desarrollo Sostenible (Acude), esta idea pretende contribuir a «poner en valor los recursos ambientales, paisajísticos, históricos y culturales de los parajes y localidades por las que discurría el trazado y sus alrededores; dinamizar turísticamente el área; contribuir al desarrollo sostenible del entorno; implicar a los habitantes en el fomento del itinerario; promover la movilidad no motorizada, junto a una nueva cultura del ocio y del deporte; y potenciar el desarrollo de una oferta turística en torno a la iniciativa», explica Carlos Cegarra, miembro de Acude y experimentado en el diseño de rutas ambientales.

Pedro Ortiz Mármol, vecino de Puerto Muriel, es un agricultor jubilado, amante de la naturaleza y de su tierra, y aficionado a la geología y gemología. De él parte esta idea que ya llegó a presentar en el Ayuntamiento de Lorca «hace un puñado de años» y que quedó «olvidada en algún cajón». Ahora, con el apoyo de Diego Sánchez, otro vecino de Morata, y su sobrino Juan Sánchez Calventus, director de Fotogenio, la idea va tomando forma. «Un día se lo comenté a Juan Luis Castanedo -portavoz de Acude- y nos ofreció el apoyo de la asociación», comenta emocionado Pedro Ortiz, que conoce al dedillo la zona.

El trazado del antiguo ferrocarril de The Morata Railway and Iron Mines Company Limited parte de las inmediaciones del Cabezo del Bosque, en el Rincón de la Oliva, junto al coto minero de La Positiva y recorre, pegada a la rambla de Morata, primero, y luego de Pastrana, los 15 kilómetros que separan este paraje de la playa de Parazuelos y la cala del Muerto. Un tramo privilegiado de la costa regional donde todavía perviven parte de los embarcaderos de mineral que se construyeron para cargar el hierro en barcazas y llevarlo hasta barcos de vapor.

Estos parajes, maltratados por la agricultura intensiva que no deja de depositar plásticos y basura en las ramblas de la zona, dan cobijo a la tortuga mora, pero también a rapaces como el búho real y el águila real y la perdicera, y el halcón peregrino, entre otros importantes valores naturales. Nada más iniciar el itinerario, junto a la carretera que va de Morata a Lorca, permanece todavía en pie la Casa Grande, en la que hasta no hace mucho, cuenta Pedro Ortiz, funcionó el molino, una almazara y el cine de la zona. «Ahora es una ruina», constata apenado. Apenas 50 metros más adelante, si se desvían por la Cuesta de Morata y a una distancia de 1 kilómetro podrán llegar al Caserío de Viquejos. Por el camino pueden ver pastar uno de los pocos rebaños de cabra blanca celtibérica que siguen pastoreando la zona. Este caserío, cuyo origen estuvo, sin duda, ligado a la explotación minera, gozó hasta los 50 de «una extraordinaria huerta que se labraba con vacas murciano-levantinas y un bosquete de almeces asomado a un impresionante barranco. Hoy todo está abandonado y perdido», cuenta Ortiz. Y recuerda que, más abajo estaba Viquejicos, «con su molino de agua». En el camino, en las laderas de los cerros se intuyen todavía los caminos de herradura por los que se accedía a la mina La Positiva.

La ermita de Morata, construida por los vecinos del pueblo, es otro de los puntos visitables. Aunque la actual se levantó a principios del siglo XX, hay constancia documental de que este templo dedicado a San Juan Bautista ya existía a mediados del siglo XVIII. Varias norias de sangre más adelante, el trazado férreo (hoy ocupado en su mayoría por caminos y carreteras) llega a uno de los puentes. Tres pilares monumentales que, por medio de vigas de madera, permitían a los vagones salvar oscilantes la rambla de Morata. Hoy, las explosivas avenidas que soporta este cauce han inclinado el pilar central, pero la sólida fábrica permanece en pie.

Unos cientos de metros más adelante, a la izquierda, permanece semiderruido el antiguo hospital minero. Un centro que hasta los años 60 atendió a la población de la zona, recuerda Pedro Ortiz, y antes a los mineros de todos los cotos. «Aquí estaban también las cuadras de las caballerías que se usaban en las minas», rememoran los vecinos de Morata.

En la intersección de la rambla de Morata con la de Las Tórtolas, a unos 4 kilómetros ascendiendo por su cauce, se puede llegar a la rambla de Los Loberos, donde sobrevive un algarrobo monumental con más de 400 años: el 'garrobo' del Tío Nené, que bien merece una visita.

Continuando el itinerario se llega, bajo el Cabezo del Cuco, al cargadero de la mina Vulcano, al que, mediante vagonetas tiradas por bestias y un cabrestante, se bajaba el mineral de este coto. «Todavía se ve desde aquí la infraestructura construida para hacer posible el tránsito de las vagonetas», indica Pedro Ortiz. En Morata todavía se recuerda que, cuando encontraron un filón de galena en la zona se hizo una fiesta. «Mataron corderos y de todo. Luego, la veta era de un metro y se acabó enseguida», cuenta.

La ruta propuesta bordea el Cabezo de Montajul y pasa junto a la cueva del mismo nombre, a la que los vecinos asocian un antiguo cuento de fantasmas. «Este recorrido se usaba para llevar de la costa hacia Cermeño (Lorca) productos de contrabando. Los propios contrabandistas divulgaron una historia de fantasmas para que el camino quedara libre cuando iban a pasar», explica Pedro, que añade que llevaban las mulas y los burros con las herraduras al revés, para que pareciera que iban hacia la costa.

Antes de entrar en el Camino de la Estación, merece la pena desviarse hacia Ugéjar. Sobre un abrupto cerro continúan en pie parte de las murallas, los torreones y los aljibes que conformaron el Castillo del Estrecho, una fortificación islámica que protegía las alquerías de las sierras prelitorales. Además, muy cerca está la olivera de Ugéjar, un olivo milenario del catálogo de árboles monumentales de Lorca. Y desde ahí, a golpe de vista, está el yacimiento del Cabezo Negro de Ugéjar, un poblado de origen eneolítico que ha aportado numerosas piezas de alfarería argárica y hachas y puntas de la industria metalúrgica prehistórica.

La ruta continúa luego por el Camino de la Estación de Pastrana, hoy propiedad privada, pero identificable porque sus propietarios han conservado el nombre de El Apeadero para la finca. Todo un detalle.

El recorrido se diluye luego, pero corre paralelo a la rambla y bajo el Cabezo de Ifre (coronado por un antiguo poblado argárico -sin excavar-), junto a una antigua noria que conserva aún su andén (espacio por el que circulaban las bestias para mover la noria) y que hasta tiene agua. Y pasa bajo la explotación minera de Pozos Negros para, en trinchera, llegar hasta los cargaderos de Parazuelos y la cala del Muerto. Un paseo de, al menos, 15 kilómetros que no tiene desperdicio y ha ilusionado a todo un pueblo.

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