Borrar
Las joyas de la Ruta de la Seda

Las joyas de la Ruta de la Seda

Aunque parezca tan postmoderna y del siglo XXI, la globalización empezó hace más de dos milenios en la Ruta de la Seda, la primera autopista que comunicó Oriente con Occidente. Desde Chang’an, la actual Xi’an, hasta la antigua Constantinopla, la Estambul de nuestros días, recorría miles de kilómetros a través de China, Asia Central y Oriente Medio hasta llegar a Europa. Desde el siglo II antes de Cristo hasta el XVI, las caravanas de camellos siguieron este trayecto y sus ramales, que se adentraban en la India o Birmania y se extendían hasta Rusia, para transportar la seda china a Europa. Hilanderas trabajan en una fábrica de las alfombras de Khotan / M. R.EYNOLD Pero la Ruta de la Seda, que estuvo operativa más de 1.700 años, no era sólo el marco de transacciones comerciales, ya que se convirtió en un crisol de culturas que fomentó el intercambio de ideas, filosofías y religiones de una parte a otra del mundo. El lugar más emblemático donde confluyó este cruce de caminos es el corredor de Hexi, que discurre entre montañas y dunas por la provincia china de Gansu hasta salir a la región musulmana de Xinjiang. Para recorrer tan espectacular trayecto, que incluye ciudades como Zhangye y Tianshui, nada mejor que empezar en Jiayuguan, el punto del oeste de China donde finaliza la Gran Muralla tras serpentear por 6.700 kilómetros desde el paso de Shanhaiguan, frente a las costas del Pacífico en la bahía de Bohai.

PABLO M. DIEZ

Viernes, 17 de junio 2016, 09:53

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Dando buena fe de que ésta era la frontera occidental del país y su puerta de entrada, el paso de Jiayuguan fue apodado la «boca» de China, mientras que el corredor de Hexi que comunica con el interior era la «garganta». En este estratégico lugar, el emperador Hongwu de la dinastía Ming construyó en 1372 una imponente fortaleza entre las nevadas colinas de Qilian Shan y el monte negro de Hei Shan.

Bautizado como el «inexpugnable paso bajo el cielo», este recintoM amurallado cuenta con dos torres de 17 metros sobre las puertas de la Iluminación y la Conciliación desde las que se divisa la árida e interminable meseta que lo rodea. A unos seis kilómetros de la fortaleza, la Gran Muralla Colgante de Jiayuguan, que data de 1539, asciende hasta la cima de Hei Shan proporcionando al atardecer otra sobrecogedora panorámica del desierto. Por sólo 23 yuanes (2,6 euros), y junto a decenas de campesinos que emigran con sus fardos para trabajar en las ciudades, a la mañana siguiente se puede comprar un billete para el destartalado tren 7527 que, al cabo de cinco horas y media, llega a Dunhuang.

Allí se ubican las famosas cuevas de Mogao, que, junto a las deDazu, Yungang y Longmen, constituyen uno de los tesoros más preciados de China y también han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde que, en el año 366, el monje Shamen Lezun horadara una cueva y construyera un santuario tras tener una visión de mil Budas sobre el monte Mogao, este enclave se convirtió en uno de los paraísos espirituales, filosóficos y culturales de la Ruta de la Seda.

Desde el siglo IV hasta el XIV se cavaron 735 grutas, de las cuales 492 contienen más de 2.000 esculturas pintadas y 45.000 metros cuadrados de cuadros en sus paredes, mientras que en las otras 243 vivían y meditaban los 1.400 monjes, monjas, traductores, artistas y calígrafos que llegaron a tener sus 18 monasterios en su momento de máximo esplendor.

Debido a su posición como centro neurálgico e importante centro de peregrinación y estudio de la Ruta de la Seda, ricos mercaderes, poderosos gobernantes locales, influyentes caudillos militares y hasta emperadores realizaban donaciones para construirse sus propios templetes, en cuyos murales y esculturas se reflejaba su vida.

Durante mil años en los que recibieron influencias artísticas de la India y Asia Central y de distintas dinastías como lasWei y Zhou septentrionales, la Sui o la Tang, las grutas de Dunhuang se fueron extendiendo por 1.700 metros a lo largo de la pared de un cañón.

Entre ellas, destacan algunas de las 230 cavadas en la dinastía Tang (618-907), la «Edad de Oro» de China, por sus estatuas de más de 30 metros labradas en la piedra natural. Representando a Buda en distintas actitudes y posiciones (de pie, sentado, reclinado), las paredes de las grutas eran ricamente decoradas con finas pinturas, figuras de Boddhisatvas (personas que han alcanzado la Iluminación), motivos del taoísmo asimilados por el budismo, retratos de los donantes y escenas de la vida de la época.

La caída de la estirpe Tang y lam posterior decadencia de la Ruta de la Seda sumieron aMogao en el olvido hasta que, el 22 de junio de 1900, un monje taoísta llamado Wang Yuanlu descubrió en la Cueva 17 una de las mayores bibliotecas de la Historia. Sellada durante siglos, esta pequeña gruta albergaba más de 50.000 documentos que contenían sutras budistas y valiosos manuscritos, así como objetos religiosos y artísticos como bordados, seda e instrumentos musicales.

Pero debido a la debilidad y a la corrupción reinante durante estos últimos años de la dinastía Qing, varios arqueólogos y aventureros extranjeros expoliaron tan magnífico hallazgo entre 1907 y 1924. Las ignorantes autoridades locales les vendieron incalculables tesoros nacionales a cambio de un puñado de monedas, por lo que buena parte de dichos objetos se puede contemplar hoy en museos repartidos por once país.

Tras semejante pillaje, China sólo conserva 8.697 piezas. Aunque los más críticos denuncian dicho expolio y exigen su devolución, otros creen que sirvió para que miles de estatuas y documentos se salvaran de los destrozos cometidos durante la Revolución Cultural (1966-76). Con esta duda en la cabeza, uno abandona Mogao y, tras pasar por las cercanas y más pequeñas Cuevas de los Mil Budas Occidentales, se despide de Dunhuang en el Lago de la Luna Creciente.

En este oasis, rodeado por una impresionante montaña de arena de 1.715 metros (Mingsha Shan) a la que se puede subir en camello, un estanque con forma de luna creciente resiste al desierto.

Desde Dunhuang, la Ruta de la Seda continúa al oeste hasta Xinjiang, la región turcófona de donde es originaria la etnia musulmana de los uigures. Allí la Ruta se bifurcaba en un ramal al norte y otro al sur que cruzaban la cuenca del Tarim y el desierto de Taklamakan y dejaban atrás ciudades de leyenda como Turpan, Hotan, Yarkand o Yengisar, famosas respectivamente por su vino, su jade, sus alfombras y sus cuchillos. Ambos caminos desembocaban en la mítica Kashgar, bajo la CordilleradelPamir y a las puertas de Asia Central antes de continuar su recorrido hacia la lejana Europa.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios