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El presidente de la Generalitat en funciones, Artur Mas.
Empate infinito en Cataluña

Empate infinito en Cataluña

Los votos unionistas e independentistas se mantienen en las últimas citas con las urnas sin que nadie sea capaz de imponerse

CRISTIAN REINO

Sábado, 10 de octubre 2015, 07:28

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¿Qué pasaría si se convocara un referéndum en Cataluña? La respuesta es toda una incógnita y desde luego el 27-S no sirvió para despejar dudas. Porque el independentismo ganó las elecciones catalanas de hace una semana por mayoría absoluta de escaños y sin embargo perdió el plebiscito, ya que no superó el 50% de los votos emitidos. Este doble resultado, que dificulta una lectura rápida del pleito catalán, fue posible por el sistema electoral que rige en Cataluña, que prima a las zonas rurales -más soberanistas-, y porque en la práctica las fuerzas entre los dos grandes bloques están muy igualadas. Esta circunstancia no es novedad y de facto Cataluña siempre ha tenido dos almas: la que anhela un Estado propio y la que se encuentra más o menos cómoda dentro de España.

Un repaso a la serie histórica de los resultados electorales arroja un empate eterno, como el que se dio el pasado domingo, aunque la diferencia de estas últimas elecciones ha sido que las fuerzas históricas del soberanismo se presentaron por primera vez con un programa inequívocamente independentista. Ninguno de los dos bloques se ha mostrado hasta la fecha lo suficientemente robusto como para desnivelar la balanza. El independentismo lo buscaba en las elecciones del 27 de septiembre, planteadas por Artur Mas como el referéndum que el Estado no le permite celebrar, y el resultado no fue lo contundente que Mas esperaba.

Junts pel Sí y la CUP sumaron el 47% de los votos y Ciudadanos, PSC, PP y Catalunya sí que es Pot (CSQP), el 48%. Desde el independentismo apuntan que a la fusión de Iniciativa y Podemos no se le puede incluir en el bloque del no porque apuesta por un referéndum y por un proceso constituyente. Se le ponga donde se le ponga a CSQP, la propia CUP ha reconocido que el separatismo perdió el plebiscito y que hay que descartar de momento la declaración unilateral. Junts pel Sí, en cambio, no admite este diagnóstico y está dispuesto a proclamar la independencia dentro de 18 meses, aun sabiendo que ni el 50% de la población está a favor de la ruptura. En realidad hay que suponer que no lo ha estado nunca, ya que el soberanismo solo ha superado la mitad de los votos registrados en 1984 (51,21%), 1992 (54,15%), 1995 (50,44%) y 2010 (50,04%), es decir en cuatro de las once elecciones celebradas desde 1980.

Con el matiz muy importante, de que en casi todas ellas quien concurría era la CiU de Jordi Pujol, que era un partido en el que cabían muy distintas sensibilidades y no era la Convergència independentista de Mas. Los no soberanistas, por su parte, han superado el 50% en 1980 (56%), 1999 (54%), 2003 (50,34%) y 2006 (50,03%). La lectura de los no independentistas también tiene letras pequeñas, pues en esta categoría se incluye a Iniciativa, que ha formado parte del proceso soberanista mientras el objetivo era la convocatoria de un referéndum, y se cuenta también al sector soberanista del PSC, inmerso durante años en la familia socialista y que al final ha acabado integrando las filas de Junts pel Sí.

Más recorrido

La pregunta del millón es si en algún momento se romperá este empate eterno. Los expertos consultados coinciden en que dependerá de la respuesta que dé el futuro Gobierno central. «En la medida en que el proyecto soberanista sepa disipar las dudas sobre su capacidad para aportar bienestar; si se supera el clima de temor que se creó durante la campaña electoral; si explica mejor cómo va a conseguir su objetivo... el independentismo va a seguir creciendo», afirma Salvador Cardús, profesor de sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona y asesor de Artur Mas.

«El independentismo tiene aún margen de crecimiento en el futuro», apunta Sandra Ezquerra, profesora de Sociología en la Universidad de Vic. A su juicio, la evolución del apoyo al secesionismo se la juega en las «respuestas que lleguen desde el Estado español, de la capacidad de las fuerzas soberanistas de dotar de contenido social a la noción de independencia y de que éstas sean capaces de demostrar que un Estado propio, entre otras cuestiones, sería realmente capaz de mejorar las condiciones de vida de las mayorías sociales».

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