Pérez Sánchez, un palmesano en El Prado
Llegó a la dirección del museo en 1983, y consiguió con la exposición Antológica de Velázquez en 1990 récord absoluto de visitantes
JOSÉ SÁNCHEZ CONESA
Miércoles, 13 de noviembre 2013, 18:23
Este artículo pretende ser una reivindicación de la obra de un cartagenero en gran medida desconocido, a pesar de su influencia más que destacada en la cultura española. Alfonso Emilio Pérez Sánchez nació el 16 de enero de 1935 en el barrio de Los Dolores de Cartagena, si bien tanto su padre, don Alfonso, ingeniero de caminos, canales y puertos, como su madre, doña Lola, eran palmesanos. Doña Lola y sus hermanas, Pepita e Isabel, fueron maestras de escuela que colaboraron con Carmen Conde en su empeño cultural de la Universidad Popular, lo que les supuso la depuración política tras la victoria de Franco. Pepita volvería a ejercer tiempo después, jubilándose en la escuela de La Palma.
Alfonso marchó a Valencia, siguiendo el nuevo destino profesional de su padre, quien dejó su puesto en la Mancomunidad de los Canales del Taibilla. Allí estudió la carrera de Historia para marchar a Madrid donde se doctoró bajo la dirección de su maestro Diego Ángulo, tras una estancia becada en Munich. Obtiene la cátedra de Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid para después ejercerla en la Complutense. Desde 1961 estuvo ligado al Museo del Prado, en un primer momento como 'chico para todo', según sus propias palabras, dedicándose especialmente a la catalogación e investigación de los numerosos cuadros perdidos o descuidados que llenaban los almacenes del museo y que no podían ser expuestos por la falta de espacio.
Fue nombrado subdirector de la que ha sido considerada primera institución cultural del país entre los años 1971 a 1981. Después se distanció y fue muy crítico con la gestión y dirección del Prado para después ser propuesto para el cargo de director por el primer gobierno socialista de Felipe González en 1983, siendo ministro de Cultura Javier Solana.
El paso enérgico de Alfonso Pérez Sánchez por la dirección fue decisivo en la modernización y renovación de la pinacoteca con la nueva organización de las salas, la política de exposiciones temporales multitudinarias que hizo que cobrara vida, así como la puesta en marcha del gabinete didáctico. Las exposiciones cambian la imagen del Prado en el panorama internacional como la Antológica de Velázquez en 1990, récord absoluto en toda su historia con medio millón de visitantes. Este aumento de la frecuentación elevó el número de tiradas y ventas de catálogos. Se realizaron restauraciones emblemáticas como la llevada a cabo con 'Las Meninas' o las Pinturas Negras de Goya y otras importantes actuaciones como la construcción de nuevas salas dedicadas a Velázquez y Goya, sala de conferencias y gabinete pedagógico, así como la mejora de la climatización de las salas. No podemos pasar por alto las grandes exposiciones dedicadas a Rembrandt, la pintura napolitana de Caravaggio a Giordano, Zurbarán o Goya.
En el año 1991 dimitió de la dirección porque su conciencia de hombre de izquierdas y de paz le llevó a discrepar con el gobierno que le nombró al firmar un manifiesto protestando por la intervención española a favor de Estados Unidos en la guerra del Golfo Pérsico. Más tarde fue nombrado Director Honorario del Museo del Prado en reconocimiento en su gran labor, tributándosele un sentido homenaje en el año 2007 con la edición de un gran libro sobre su figura: 'In sapienta libertas', en el que participaron ilustres autores como Antonio Gala, Juan José Millás, Francisco Nieva, Gonzalo anees, Valeriano Bozal y el propio Javier Solana, quien tituló su artículo 'El mejor director para el mejor museo'. Para entonces ya estaba aquejado seriamente de un ictus. Falleció el 14 de agosto de 2010, siéndole reconocida su trayectoria intelectual con diversos premios y distinciones nacionales e internacionales.
Nos dejó un gran legado con la escritura de numerosas obras dedicadas al estudio del Barroco español e italiano, materias de las que era considerado una autoridad mundial, especialmente en Velázquez, Caravaggio, Zurbarán, Murillo y Goya. Nuestro libro de texto de COU, 'Historia del Arte', de la editorial Anaya, estaba escrito por él. Había sido miembro de diversas instituciones prestigiosas como la Real Academia de Historia, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Academia dei Lincei de Roma, o la Hispanic Society de Nueva York.
Alfonso Emilio fue autor de un libro de poemas en el que se rastrean las huellas de Pablo Neruda, Pedro Salinas y Luis Cernuda, abordando temas como el amor y el desamor, el paso del tiempo y la espiritualidad con poemas dirigidos a Dios. Otra de sus aficiones fue el flamenco, que introdujo en la Complutense, y que debía a sus raíces familiares como recoge la cartagenera Génesis García en su libro sobre el cantaor José Menese.
Me facilita algunas fotos y sus recuerdos un amigo de su infancia palmesana, Rafael Ortega, autor de numerosos artículos en 'La Verdad'. De niños iban a las balsas del pueblo a cazar aviones; en la jerga popular son así llamados los insectos que sobrevuelan en verano las aguas y que Alfonso gustaba coleccionar. Se bañaban en un barreño de zinc, que Rafael aún conserva, y en la balsa del huerto jardín de Santa Isabel, a cuya casa familiar acudía en los periodos vacacionales. El padre de Rafael era el casero de dicha vivienda y quien se encargaba del huerto desde 1945. Desde esta casa partía Alfonso en Semana Santa para disfrutar de las procesiones cartageneras, murcianas y lorquinas. Cuando Ortega escribió su libro costumbrista 'La palmera y el pilón' no faltó el prólogo de su amigo. Por mediación de Rafael conseguimos que nos mandara desde Madrid un artículo dedicado a las pinturas barrocas del templo parroquial de La Palma para el libro que coordiné con motivo del III Centenario de la Parroquia de Santa Florentina en el año 2000. El aula de dibujo del IES Carthago Spartaria lleva su nombre, centro al que Alfonso donó un gran tapiz. Está enterrado en el cementerio de La Palma, junto a sus padres. A su muerte escribió unos versos su amigo el poeta Francisco Brines: «Vives ya en la estación del tiempo rezagado: lo has llamado el otoño de las/ rosas./Aspíralas y enciéndete. Y escucha./ cuando el cielo se apague, el silencio del mundo».