Objetivo Obama
Le saca 7.000 fotos a la semana y tiene un asiento reservado en el Air Force One. Pete Souza lo mismo inmortaliza los arrumacos del presidente con Michelle que la reunión donde siguió la caza de Bin Laden
PIO GARCÍA
Domingo, 15 de mayo 2011, 04:52
Dicen que cada presidente de Estados Unidos puede ser recordado por un sola imagen; una fotografía oportuna y evocadora, que subraya el acontecimiento esencial de su mandato: John F. Kennedy recibiendo con su encantadora sonrisa los vítores de los ciudadanos de Dallas, segundos antes de morir tiroteado en plena calle; Ronald Reagan estrechando la mano de Mijail Gorbachov, derritiendo con un simple apretón cincuenta años de Guerra Fría; George W. Bush poniendo cara de atontado, en una escuela infantil, mientras le informan del inaudito ataque contra las Torres Gemelas... Ahora, a los dos años y medio de comenzar su mandato, podemos afirmar que el actual presidente americano, Barack Hussein Obama, ya ha conseguido su fotografía. Se la sacaron el 1 de mayo de 2011, en una sala pequeña, desnuda y un poco claustrofóbica de la Casa Blanca, mientras catorce personas seguían la 'Operación Gerónimo'.
Ajenos al objetivo de la cámara, los asistentes devoran las imágenes que registran los últimos minutos de vida del terrorista más buscado, odiado y temido. Obama ni siquiera ocupa un puesto preeminente. Está arrinconado, sentado en una silla baja y vestido con una sencilla cazadora, al lado de un militar lleno de placas y entorchados, el general Marshall B. Webb, que parece llevar la voz cantante. Todos contienen la respiración. El rostro de Hillary Clinton se contrae en una mueca de asombro, casi al borde del grito. Nadie se atreve a parpadear. Saben que están viviendo cuarenta minutos históricos; cuarenta irrepetibles minutos que marcarán el siglo XXI. Pero, en ese momento decisivo, una persona tiene el cuajo suficiente para olvidarse de Bin Laden, colocarse en frente de los otros catorce espectadores y disparar una cámara. Se trata de Pete Souza (South Dartmonth, Massachussets, 1954), jefe de la oficina fotográfica de la Casa Blanca, periodista, antiguo corresponsal de guerra y profesor universitario en excedencia.
Pete es la única persona del mundo que tiene la misma agenda que el presidente Obama. Idéntica. Se levanta cuando él se levanta y se retira cuando él se retira. Lo sigue a todas partes. Tiene su despacho en el ala oeste de la Casa Blanca y un asiento reservado en el Air Force One, el avión presidencial. Cada vez que Obama se monta en su coche oficial, un imponente Cadillac acorazado al que llaman 'La Bestia', Pete suele ocupar un sitio a su lado. «Es un trabajo extenuante -reconoce-, pero me siento muy afortunado. Tengo la oportunidad de documentar la historia».
Los presidentes americanos cuentan con un fotógrafo de cabecera desde 1963, cuando Lyndon B. Jonhson decidió contratar a Yoichi Okamoto, alias Oki, para que fuera levantando testimonio gráfico de su mandato. Aquella decisión, quizá un poco egocéntrica, fue seguida por todos sus sucesores y ha permitido construir un archivo fabuloso, con las imágenes más poderosas, íntimas o sorprendentes de los nueve últimos presidentes de Estados Unidos. Pero Barack Obama ha pretendido dar un salto cualitativo: Pete Souza se ha convertido en un elemento clave para cumplir sus promesas de transparencia. El fotógrafo de Massachussets tiene acceso libre a todas las reuniones, incluso a las más comprometidas, y luego él mismo decide qué fotografías se publican en la web de la Casa Blanca o en Flickr. Solo él. Sin la intervención ni el permiso previo de Obama. «Únicamente debemos vigilar si muestran documentos clasificados, pero mi equipo escoge qué fotos salen o no a la luz», explicaba Pete en una entrevista abierta a todos los usuarios de las redes sociales. En la celebérrima fotografía de la captura de Osama bin Laden, por ejemplo, se ha oscurecido un papel por su contenido secreto. Pero ahí se detiene el uso del photoshop; una herramienta que Pete utiliza con mucho cuidado, casi con temor: «Me gusta captar la verdad de lo que sucede. He visto al presidente en días malos y en días buenos y quiero reflejarlos así. Tocamos muy poco las fotos. Quizá algunos ajustes de sombras o de color. Nada más».
Se estrenó con Reagan
Cuando Obama decidió contratar a Pete Souza, el fotógrafo entró por segunda vez en la Casa Blanca. Ya había ejercido este mismo oficio cuando era un animoso veinteañero que se puso al servicio de Ronald Reagan. «Uff; todo era tan diferente... Primero, por la tecnología. Antes tirábamos con película y ahora todo es digital. Además, Reagan me llevaba cincuenta años». Pero también había otra diferencia, más sutil, que Souza reveló a la cadena ABC: pese a su pasado como actor de cine, Ronald Reagan era un tipo «muy formal», hermético, que no mostraba emociones ni en su vida privada. «Solo se liberaba en su rancho», abunda. Todo lo contrario que Barack Obama.
Pete Souza conoció al actual presidente en el año 2005, cuando trabajaba para el 'Chicago Tribune'. Le tocó seguir durante varios meses al joven Obama, que acababa de conseguir un escaño de senador por Illinois, y trabaron muy buena relación. Al líder demócrata no solo le gustaron las fotos de Pete; también apreció su extrema discreción. «A veces me enteraba de cosas... Pero ni se las decía a mi redactor. La confianza es clave en este oficio», resume Souza. El propio Obama, en un documental de 'National Geographic', valoraba la relación con su fotógrafo: «Cuando tienes a alguien como Pete, un amigo en quien confías, todo es más fácil».
El lío de las hijas de ZP
Para un espectador europeo, acostumbrado a fotografías oficiales hieráticas, acartonadas y aburridas hasta el bostezo, sorprende encontrarse con las imágenes colgadas en la página web de la Casa Blanca (www.whitehouse.gov). En algunas ni siquiera aparecen Obama o su esposa. «Yo quiero hacer fotos interesantes. Ese es mi reto diario», enfatiza Pete. El fotógrafo tiene tres aliados en su labor: Michelle («es una mujer muy física, que abraza, acaricia y toca») y sus dos hijas, Sasha y Malia. En Estados Unidos no rige la obsesión europea por mantener el anonimato de los niños y las chavalas aportan a las imágenes oficiales un brillo de naturalidad y un toque de frescor. Cuando el Departamento de Estado decidió publicar las fotografías de las hijas de Zapatero posando con el matrimonio Obama, nadie cayó en que se podía montar un buen lío. Los americanos se sorprendieron de lo lindo al saber que, hasta entonces, nadie en España conocía los rostros de aquellas jóvenes que se vestían de divas góticas.
Pete lidera un equipo de tres profesionales: Samantha Appelton (que sigue a la primera dama), Lawrence Jackson (autor de la fotografía de las hijas de Zapatero) y Chuck Kennedy. Entre todos han sacado ya más de dos millones de fotos de la presidencia de Obama. Algunas son verdaderamente singulares. En una ocasión, el pasado mes de marzo, cuando Michelle Obama recibió la visita de un general, la cámara de Samantha Appelton no se fijó en el rostro de la primera dama o en el gesto formal del militar: el protagonista absoluto era un chiquillo asombrado, el hijo del general, que apretaba la mano de su padre. En España sería impensable que un fotógrafo oficial sacara la imagen de un encuentro protocolario con los protagonistas oscurecidos. Y, si se atrevieran a hacerlo, seguramente el político de turno le echaría una bronca destemplada o le pondría de patitas en la calle. «Pero yo busco hacer fotos buenas -subraya Pete-. Y a veces dicen más del personaje los rostros de sus interlocutores».
Pete cuelga sus mejores fotos, enmarcadas, en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Las renueva cada dos semanas. El momento del cambio de imágenes es esperado con expectación por todos los trabajadores... y por el propio Barack Obama. Solo hay dos fotos que el presidente ha exigido que permanezcan expuestas durante más tiempo: una en la que está jugando al baloncesto y colocando un tapón a un asesor suyo que fue estrella del basket universitario; y otra, que aparece reproducida en la página anterior, en la que un niño de tres o cuatro años, hijo de un empleado de la Casa Blanca, le toca su pelo ensortijado mientras le va señalando, una por una, todas las canas. «Me recuerda que no debo tomarme demasiado en serio», dice, sonriendo, el hombre más poderoso del mundo.