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Jose Manuel Roás y su hijo pablo.
La sonrisa de Pablo

La sonrisa de Pablo

La historia de José Manuel y su hijo reúne miles de firmas para optar a una candidatura al Premio Princesa de Asturias de los Deportes

Isaac Asenjo

Martes, 21 de febrero 2017, 17:22

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Pablo tiene 18 años y no habla. Nunca lo ha hecho. Nació con parálisis cerebral, afectado por el Síndrome de West. Él sonríe y se emociona. Una sonrisa que es el motor de la vida de José Manuel, su padre. Sus piernas son las de los dos. Hasta la fecha han corrido seis maratones juntos, entre ellos el de Nueva York, Madrid o Sevilla, ciudad en la que viven. Este domingo se perdieron la gran cita hispalense por una pequeña lesión, pero aún les quedan kilómetros para rato. Antes de la llegada de Pablo, el cuarto de cinco hermanos, José ya corría, ahora disfruta. Corre por verle sonreír. Una historia de superación y por la vida que ha llevado a emocionar a un sinfín de personas, que piden ahora en Change.org para ambos la candidatura para optar al premio Princesa de Asturias de los Deportes. Un galardón que leyendo sus bases podría ser apropiado para ambos por las características del mismo: «A la persona, institución o grupos de personas cuyas acciones de solidaridad y compromiso constituyen un ejemplo de las posibilidades que la práctica deportiva conlleva en beneficio del ser humano».

«Leí en redes sociales algo sobre el tema pero pensé que era simplemente un chascarrillo. No sabía si iba en serio o incluso si era una broma de mal gusto. Hace unos días se puso en contacto conmigo Lalo (Wenceslao Sánchez), promotor de la iniciativa en Change.org para pedirme permiso, aunque me dijo que el fin del premio fuera imposible», cuenta José en una conversación telefónica. Esa palabra le 'picó' porque reconoce, que aunque no tiene «ningún interés» en los premios, que «los imposibles son terreno de Dios». Y como si fuera un lucha David contra Goliat, ahí está la iniciativa para promover lo que supondría un sueño para el común de los mortales. «Si a raíz de esto se transmiten valores, que es posible vivir de otra forma y que los sufrimientos son reales pero se pueden sobrellevar, me parecería fantástico», cuenta mientras habla sobre el encuentro que tendrá con Lalo, residente en Oviedo, el próximo sábado en Sevilla: «Hemos hablado varias veces por teléfono pero no lo conozco aún en persona».

A José no le gusta la palabra héroe. Para eso está Maite, la matriarca de la familia. «Ella es la verdadera heroína y maratoniana de esta historia», relata. Lo despierta a las ocho de la mañana, le baña y le da el desayuno. A las nueve llega la primera sesión de fisioterapia - el ejercicio que más necesita Pablo para fortalecer sus músculos y que José pide concienciar sobre su importancia - y luego llega la hora de ir al colegio, un centro de educación especial cerca de casa al que acuden jóvenes como él. Por la tarde, después de comer, toca logopeda y de nuevo cita con el fisioterapeuta. Una larga jornada que no acaba ahí, porque llega el momento en que José y Pablo salen juntos a la calle, ya sea a correr o a pasear. Llevan haciéndolo hace años y ha servido para unir sus lazos. «Correr sin él se vuelve ahora una experiencia desagradable. No tiene sentido para mí», confiesa, al tiempo que comienza a describir a Pablo. «Es un ángel. Nos enseña lo que es la sinceridad, la sencillez o el amar... Nos da sensatez y aprecio a la vida. Nunca te reprocha nada, siempre tiene una sonrisa con poquito que le des. La vida se hace a veces cuesta arriba y tenemos nuestras limitaciones pero nos enseña mucho. Con él te das cuenta de qué es lo que merece la pena. Cuando imagino a Dios, lo veo con la ternura de mi hijo», cuenta.

Deben estar pendientes de él día y noche. De día es como un niño grande y de noche tienen que dormir juntos por si vomita, para controlarlo. Habla con admiración. No hay tristeza en sus palabras cuando habla del maratón más importante de su vida, el día a día. De cuando nadie les mira y del sufrimiento de una familia al que han sabido darle la vuelta porque lejos de renegar de su fe, consideran que «Dios existe» y que «Pablo es un regalo».

Se define como un simple padre porque «cualquiera haría lo mismo por su hijo» y asegura que no le supone ningún sacrificio lo que hace. «Ver sonreir a Pablo durante horas, chocar las manos con tanta gente cuando corremos, verle emocionarse, ver como lo admiran. Correr con él es un momento muy especial y compartir esta afición es impresionante», reconoce. Su única motivación para correr es ver disfrutar a Pablo. Sería alguien llamado a llevar «una vida escondida y limitada», sin embargo se ha convertido en alguien conocido y que motiva a los propios corredores. «Alguien en silla de ruedas que sea admirado por gente que corre es muy grande».

Empezó a correr con él un día que nadie podía quedarse al cuidado de Pablo. Decidió llevárselo y no sabía si le gustaría o no. Pero pronto supo que era lo que quería. «Iba derecho en la silla, cuando va así significa que está bien, porque le cuesta mantenerse recto. Iba pendiente de todo, se reía, chillaba y levantaba los brazos. Yo le cantaba y él reía aún más. Lo que estábamos viviendo era muy especial», cuenta emocionado y con la voz entrecortada. La misma con la que habla de una anécdota cuando estaba preparando las oposiciones de magisterio - actualmente es profesor de Historia y Geografía -. Recuerda que se preparaba para ser maestro de Educación especial y que tras meses estudiando duro, se dio de bruces con el tema de la parálisis celebral y se asustó. «Recuerdo que estaba desayunando y dije literalmente: 'Dios mío, ¿no será que me estás preparando para tener un niño así?. Me dio miedo y automaticamente dejé esas oposiciones para empezar a estudiar otra especialidad. Así que no soy ningún héroe como me llaman algunos, en ese momento fui muy cobarde».

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