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Gladys, de 17 años, es miembro de las milicias 'antibalaka' de la República Centroafricana. La Seleka mató a su madre, a su abuelo y a dos tías.
Infantería ligera

Infantería ligera

Tienen entre 8 y 17 años y se alistan cuando su familia es asesinada. «Si te haces soldado, verás sangre, verás decapitados... Y eso jugará con tu cabeza». Cristal lo pudo dejar atrás: «Ahora me veo hermosa»

Daniel Vidal

Martes, 17 de febrero 2015, 11:51

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Los soldados querían que fuéramos despiadados. Éramos nosotros, los niños, los enviados a luchar a la primera línea. Eso era duro... Vi a muchos compañeros morir. Yo intentaba no matar a gente inocente. He visto un montón de cosas. Muchas atrocidades». Grâce a Dièu (nombre ficticio), un chaval de 17 años que se unió con 15 a los sanguinarios milicianos musulmanes de la Seleka ('alianza' en sango, el idioma oficial de la República Centroaficana), se reserva escenas sádicas propias de una película 'snuff', vividas en primera persona, que, pese a todo, ya no le provocan pesadillas. «Ya no». Y eso que aquellos hombres eran los mismos que arrasaron su pueblo, los mismos que secuestraron y mataron a su padre. «Aún no ha aparecido el cadáver», denuncia. Pero se alistó con los verdugos por necesidad. Era el mayor de siete hermanos y los únicos ingresos los aportaba su madre, que vendía frijoles en el mercado. «No daba para mucho. Pensé que si me unía a ellos podría cuidar de mi familia. No me gustaban, pero no veía otra solución», justifica.

Por la noche, las drogas y el alcohol ayudan a chicos como Grâce a escapar de una macabra realidad que sus jóvenes cabezas aún no pueden procesar: «Vi a gente matando gente. Vi muertos. Tú aún eres un niño, todavía no eres fuerte para ver esas cosas», reflexiona Jean, de 17 años y miembro de la Seleka durante seis meses. «Yo bebía un montón de cerveza, pero no me drogaba. La gente se drogaba mucho. Algunas veces, me emborrachaba antes de la batalla. Otras veces, me emborrachaba después», reconoce Grâce a Dièu. Beber para matar; beber para olvidar.

Grâce y Jean son dos de los 10.000 niños reclutados en la República Centroaficana por diferentes grupos armados y que se crían en esos infiernos con olor a sangre y pólvora y sonido de machetes. En todo el mundo son unos 300.000, aunque esta cifra que aparece reflejada en varios informes «no es fiable», según una portavoz de Save the Children. Naciones Unidas, por ejemplo, solo ha documentado 4.000, pero reconoce muchos más casos. «Es muy difícil saber con exactitud el número de niños soldado. Solo una pequeña parte consta en los registros». La ONG aprovecha el Día Internacional Contra el Uso de Niños Soldado -que se celebra este jueves, día 12- para intensificar su batalla contra esta lacra extendida en una veintena de países. Irak, Siria, Afganistán, Nigeria, Colombia, Líbano, Sudán, Malí... En la República Centroaficana, la situación ha empeorado desde que la Seleka derrocó al presidente del país, François Bozizé, en 2013. El número de niños soldado se ha multiplicado por cuatro. Y las milicias 'antibalaka' (antimachetes), surgidas en las aldeas para combatir a la Seleka, tampoco tienen reparos a la hora de usar a los pequeños como infantería ligera, señuelos o guardaespaldas. Algunas chiquillas se convierten directamente en esclavas sexuales para los cabecillas.

Después de aprender a matar, Maeva, una adolescente de 17 años, se encarga ahora de limpiar y cocinar para los 'antibalaka', a los que se unió después de ser salvajemente violada por cinco hombres que, pocos días antes, habían asesinado a su tía, la mujer que la había criado desde que nació: «Siento que ya me he vengado, pero ella era lo único preciado que tenía en mi vida», llora. Algunos generales 'antibalaka' le han pedido matrimonio, pero «no está en mis planes». A sus 17 años, de momento, elige seguir luchando. «Puedo dejar la milicia si quiero, pero no hay muchas opciones fuera», se lamenta. Aún así, Maeva sueña con volver a la escuela y con triunfar en el mundo de la moda. «Las condiciones de pobreza y el desplome de servicios sociales básicos, como la educación y la salud, son algunas de las causas de la adhesión de niños soldados a grupos militarizados en todo el mundo», revela Amnistía Internacional. Otras veces, los pequeños «son secuestrados en la calle o en las aulas. O son forzados a salir de sus casas a punta de pistola, mientras sus padres los ven partir impotentes. Algunos son reclutados mientras juegan o caminan por la carretera». Tampoco tienen muchas más opciones cuando toda la familia acaba pasando por el gélido filo del cuchillo.

«En trozos pequeños»

Grâcie a Dièu tenía 15 años cuando empuñó su primer arma, pero a su alrededor había niños «de ocho y nueve». Organizaciones como Save the Children han constatado edades más tempranas entre las filas de los ejércitos. Jules tiene 12 años y vio cómo los Seleka mataban a su hermano mayor, que se había hecho cargo del benjamín por los aprietos económicos de la familia. «Mi hermano era una buena persona. Cuando tenía cualquier problema, cuidaba de mí». El odio, la sed de justicia, hizo que Jules, un niño enfermo que había pasado por tres operaciones, empuñara un machete junto a los 'antibalaka'. Por suerte, su madre le localizó en un campamento y se fue a por él. Allí mismo se deshizo de los cuchillos de su hijo. Y Jules ha vuelto a la escuela, aunque todavía ejerce como 'mula', realizando pequeños transportes de paquetes. La lista de oficios de los niños dentro de estas milicias, que incluso les emplean como escudos humanos, es tan amplia como las violaciones de derechos contra estas criaturas. «Han pasado por cosas que ningún adulto, y menos un niño, debería vivir», denuncia Julie Bodin, reponsable de Protección de Save the Children.

Muchos de estos pequeños temen volver a sus comunidades de origen «porque sus vecinos han presenciado su participación en los crímenes. El precio que pagan los niños soldado es muy elevado: insensibilizados y profundamente traumatizados, a muchos les siguen asediando los recuerdos de los abusos que presenciaron o que les obligaron a cometer», explican en Amnistía Internacional. Es el caso de Jules. A diferencia de Grâce, él todavía tiene terribles pesadillas: «Veo musulmanes, veo muchos Seleka a mi alrededor que me quieren cortar en trozos pequeños». En las pesadillas de Jules quizá aparezca Jean, que se enroló con los Seleka cuando tenía 16. Ahora, convertido ya en un diestro tirador de AK-47 pero soñando con ser futbolista, reflexiona sobre los crímenes que cometió: «Maté a mucha gente con aquel arma. Era joven y no sabía lo que hacía. Mi única motivación era pensar que ganaría dinero». Un día decidió cambiar el fusil por la pelota y volvió a casa. «Aquí soy más feliz».

A pesar de las medidas adoptadas en los últimos años por Naciones Unidas, como la misión de paz internacional asentada en la República Centroaficana desde hace unos meses, o la campaña 'Niños, no soldados', Save the Children cuestiona que se haya mejorado la protección de los menores. «Es urgente adoptar una estrategia integral para combatir el reclutamiento militar de los niños y para lograr su liberación de estos grupos», recuerda la ONG. No solo eso. «Hacen falta más recursos para recomponer la vida de estos niños y para reconstruir las escuelas, que son la clave para que puedan salir adelante», apunta Julie Godin. La Seleka transformó los colegios en bases militares. Incluso tiroteaban a los niños que intentaban entrar a clase, como Gladys, una cría que no ha cumplido los 18 y que aún hace trabajitos para los 'antibalaka', su nueva familia desde que los rebeldes mataran a su madre, a su tío y a su abuelo. A otra tía también la asesinaron y la tiraron al río, recuerda: «No quedó nadie que me cuidara, pero los líderes se ocupan de nosotros. Me gustaría retomar mis estudios», admite. Cristal, por su parte, ha pasado directamente de la Seleka a vender cacahuetes en la calle. Ahora, con 17 años, ya tiene galones suficientes para crear conciencia en otros niños de su entorno: «Si te haces soldado, verás sangre, verás decapitados, verás la muerte... Y eso jugará con tu cabeza». Ella dejó atrás ese tipo de juegos: «Ahora me veo hermosa».

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