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Rafael Parra, con algunos de sus lapiceros en su casa de Bollullos de la Mitación (Sevilla).
La invasión de las minas

La invasión de las minas

Los lápices se han echado a la calle tras el atentado contra 'Charlie Hebdo'. Un sevillano tiene 7.003, la mayor colección de Europa. «Es un símbolo, nunca se extinguirá»

Daniel Vidal

Lunes, 26 de enero 2015, 11:49

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Hay quien colecciona pastillas de jabón, o imanes para la nevera, o dispensadores de caramelos, o rulos para el pelo; incluso hay quien colecciona pelusas del ombligo o chicles mascados (por él mismo, al menos) para juntarlos en una inmensa y asquerosa bola. Si a eso se le puede llamar coleccionismo. También los hay que reúnen cervezas, etiquetas de plátanos, llaves de hotel, azucarillos y hasta cuberterías de avión. Pero con los aviones ya pasaba demasiado tiempo Rafael Parra, 58 años, ingeniero en Airbus y sevillano de Triana, que hace dos décadas, «así de repente», se puso a reunir lapiceros gracias a su primo Carlos, diez años mayor, que un día le pidió unos lápices y unos tebeos para su colección. «Buscando para él, me di cuenta de que eso era lo mío. Aún recuerdo el lapicero que me atrapó. Hexagonal, con goma... La primera regla de oro es coleccionar lo que te dicte el corazón».

A Rafael se le llena la boca hablando de su hobby. Aquel podía parecer un lápiz como otro cualquiera, vulgar y corriente. Pero cuando tienes un surtido de 7.003 ejemplares distintos de casi 80 países diferentes, una enorme colección de lapiceros que ocupa una habitación entera como la que tiene Rafael Parra, un solo lápiz puede convertirse en una joya. Y no hace falta que sea el Faber Castell de plata, el más caro (no quiere decir el precio), o ese trozo de madera y grafito con forma de Pinocho que una niña le regaló en una exposición, «el más valioso que tengo». Un solo lápiz «representa nuestro vínculo con la infancia, con nuestras primeras palabras escritas». Un solo lápiz ya es todo «un símbolo. No se extinguirá nunca», defiende.

Más aún desde la masacre yihadista en 'Charlie Hebdo' -en la que dos islamistas radicales asesinaron a tiros a media redacción de la revista satírica-, y las posteriores manifestaciones en París y en otras capitales del mundo. En las protestas callejeras contra los atentados, los lapiceros se empuñaron en defensa de la libertad de expresión... y de la vida. «¡Que los lápices salgan a la calle!», apoya Parra. Él predica con el ejemplo. Además de participar en ferias internacionales de todo el mundo, muestra su pasión en colegios de la provincia de Sevilla, donde regala «algunos lápices repetidos» y los niños le cosen a preguntas. Las lecciones magistrales, con los críos embobados mirando lapiceros y escuchando las historias del coleccionista, suelen terminar en un aplauso cerrado. «Esa es una de las mayores satisfacciones», reconoce Rafael Parra.

Otra es el naciente interés de su nieto Pedro, de cuatro años: «El otro día me dijo: 'abuelo, eso de los lápices no me lo has explicado bien'. Fue después de escucharme por la radio». Las dos hijas de este ingeniero industrial no quieren saber nada de la colección de su padre, pero es difícil no imaginarse a un niño rodeado de 7.003 lapiceros... y no sonreír. Sobre todo en estos tiempos de 'smartphones' y tabletas. Algunos de estos cacharros, de hecho, no duran tanto como un simple lapicero. Uno clásico, de 18 centímetros y madera de cedro, da para escribir 45.000 palabras. Incluso para dibujar una línea recta de cinco kilómetros. Con la colección de Rafael sale una línea que podría dar varias vueltas a la Tierra. Soñar es gratis. «Seguro que mi nieto seguirá con la afición», se enorgullece Parra.

«No puedo contigo»

El pequeño va a tener curro. Administrar semejante compilación no es sencillo. Es la primera de España, la primera en Europa y una de las tres más grandes del mundo, solo por detrás de un uruguayo «y un indio jovencito que se ha colado hace poco, que tiene ayuda de su padre, pero que no ha enseñado todavía nada», relata algo mosqueado, pero sin perder el humor. Gracias a un programa informático se puede localizar cualquier lápiz «en menos de 25 segundos», pero la fama va 'in crescendo' a la misma velocidad que su afición le va robando tiempo, por no hablar del dinero que ya se ha dejado por el camino: «Me haría falta un sponsor», enfatiza. «Cada cierto tiempo me llaman los periodistas, y luego tengo que descansar, y todos los días me llegan, como mínimo, tres correos de diferentes partes del mundo para pedirme que cambiemos lapiceros». Porque, evidentemente, Rafael Parra los tiene de todas las clases, materiales y colores. Minúsculos lapiceros de agenda, rectangulares de carpintero, de golf o de diseño, entre los que se incluyen modelos tallados con una nota musical, una flamenca o unas gafas de sol. Lápices de un metro de largo y de todas las maderas posibles. Solo hay una condición: «Que no estén usados». Su primo Carlos, por si alguien lo dudaba, acabó donándole su colección de 1.500 lápices. «No puedo contigo», le dijo. El mismo sentimiento que, al final, deberían albergar los violentos contra las minas... de grafito.

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