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Luis Suárez vuelve a la competición después de cuatro meses de sanción. :: albert gea/reuters
El milagro de Sofía

El milagro de Sofía

El Pistolero era un niño torpe y su primer entrenador lo ponía de portero. Ya de adolescente llegó a dejar el fútbol dos veces, con el divorcio de sus padres y cuando su novia se marchó a vivir a Barcelona

FERNANDO MIÑANA

Viernes, 31 de octubre 2014, 12:26

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A cada gol, el ritual es el mismo. Luis Suárez sale disparado hacia una esquina mientras lanza un beso a la alianza y otro a su muñeca derecha, donde están grabados los nombres de sus niños, Delfina y Benjamín. Ese instante es la felicidad absoluta. Todo reunido. El gol, sus hijos y ella. Lo que más quiere. Ella es Sofía Balbi, la mujer sin la cual el mundo no disfrutaría ahora de un goleador de postín. Ella, la chica de sus sueños, se ha tirado toda la vida enderezando ese tronco con querencia a torcerse. Y así siguen. Él, desviándose; ella, corrigiéndole. La penúltima vez que el ariete uruguayo mordió a un rival, algo que ha sucedido hasta tres veces, Sofía le amenazó con no volver a ir al campo con los pequeños.

La historia de Luis Suárez (Salto, Uruguay, 1987) es una historia de amor. Él, ella y un balón. El casto 'ménage à trois' que ha presidido su vida. Para encontrar el chispazo hay que remontarse doce años en el tiempo. La familia ya había dejado Salto e instalado en Montevideo en busca de tiempos mejores. El matrimonio de sus padres se rompía y las referencias de Luisito se esfumaban. El mundo se agrietaba a sus pies. Y él, un adolescente de 15 años, tiró hacia donde la mayoría: amigos, jaranas y noches sin fin.

Pero entonces apareció su salvación. Sofía era una niña rubita que dejó sin habla a aquel chico con dientes de conejo. Luis era un torpe e incipiente jugador de fútbol de 15 años y ella una estudiante de 13. El futuro de aquel juvenil en el Nacional de Montevideo estaba a punto de cerrarse para siempre. Su entrenador, viendo la vida disoluta del joven, se hartó y le habló con rotundidad: «O empezás a entrenarte y a centrar tu vida o te vas de aquí». Pero Sofía Balbi apareció a tiempo para que no se perdiera para siempre aquel futbolista en ciernes. Por ella volvió a la cancha. Los tres juntos.

Luca Caioli es un periodista que ha publicado la biografía de algunas de las estrellas del momento: Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar... Este escritor italiano viajó a Uruguay, a Salto y Montevideo, rastreando sus raíces. «La gran particularidad de Luis Suárez con respecto a Messi y otros cracks es que Messi con cinco años ya era un genio, Neymar con seis ya apuntaba maneras, Cristiano, siendo un niño, ya se veía dónde iba a llegar... y Luis no. Luis era bastante torpe con la pelota en los pies. Al final se hizo una estrella por sus ganas de serlo. Si hasta su tío Sergio Suárez 'El Chango', su primer entrenador, lo ponía de portero».

Un día, más o menos un año después de iniciar su relación, Sofía llegó con noticias funestas. La crisis había barrido la clase media de Uruguay y su padre, un arquitecto, decidió llevarse a la familia a Barcelona. Tras la triste despedida, Luisito se encontró solo de nuevo. Su progenitor, Rodolfo Suárez, un militar retirado que había jugado de lateral derecho cuando era joven, trabajaba como portero de un edificio después de dejar a la familia. Su madre, Sandra Díaz, combinaba su empleo como limpiadora en un hospital con otros trabajos para poder mantener a sus seis hijos. Fueron tiempos duros, pero sin dramas, como matiza Caioli. «Pasaron algunas penurias, pero no fue un jugador salido de la pobreza como cuentan algunos, igual que a mí nadie me contó que Luis llegara a trabajar como barrendero para ayudar en casa», puntualiza el autor de 'El Pistolero'.

Internet mantuvo un hilo entre Luis Suárez y Sofía Balbi. La joven vio que tenía que volver a despertar a su novio. «Ponete las pilas y no dejes el Liceo», le soltó desde el otro lado del Atlántico, animándole a que siguiera estudiando y entrenándose. Ahí comenzó a forjarse el delantero que mañana, al final de su largo arresto deportivo por morder al italiano Chiellini durante el Mundial, se estrenará con el Barcelona en el Bernabéu.

Luis Suárez se dio cuenta de que la única forma de volver a reunirse con Sofía era triunfando en el fútbol. Tanto la quería que solo tardó tres años en dar el salto. El ariete, obsesionado con Europa, llegó a desestimar una oferta de Brasil. Poco después cogió al vuelo la camiseta del Groningen, que pagó por aquella promesa un millón de dólares -el Barça aflojaría años después 81 millones de euros al Liverpool por el Pistolero-. Holanda era un puente hacia Sofía. Después de su presentación pidió permiso, cogió un avión y aterrizó en Barcelona.

Se fue de casa con 16 años

Aquel joven de 19 años lo tenía clarísimo. En cuanto llegó a casa de Sofía en Hospitalet, habló con sus padres y les pidió permiso para llevarse a su hija de 16 años. Él se sentía solo, tenía tendencia a confundirse y no hablaba ni una palabra de inglés. La necesitaba. Y aquel hombre comprensivo estrechó la mano del futbolista.

Con Sofía a su lado, el delantero se desató. Los goles comenzaron a llegar y rápidamente dio el salto a un histórico como el Ajax. Aquel cambio fue providencial. En aquella escuela exquisita aprendió a domar el balón. Y allí volvió a crecer como jugador. Por eso acabó en el Liverpool, en un estadio rebozado en historias legendarias, el escenario ideal para que Luis Suárez, al fin, se convirtiera en una estrella indiscutible.

Barcelona siempre quedó de fondo. Durante los tres años que estuvieron separados, el Nacional tuvo el detalle de pagar algún viaje para que Luis viera a su novia. El chico llegaba con los bolsillos vacíos y todo lo que podía permitirse era rodear el Camp Nou y hacerse fotos en la tienda del club: ni para una camiseta le alcanzaba. Cuando ya era jugador del Ajax, estando en Grecia, dejó el equipo para asistir al parto de su primera hija, Delfina (2010), en la Ciudad Condal. «Verla nacer es algo que nunca olvidaré». Aquella niña y el hermano, Benjamín (2013), que llegó en Liverpool, acentuaron su carácter hogareño.

Pero el Luis Suárez padre es muy distinto del Luis Suárez futbolista, como advierte Caioli. «Es una especie de Jekyll y Hyde. Fuera del campo es un encanto, tímido, simpático con los amigos... Pero dentro se transforma literalmente por una razón: siempre quiere ganar». Allá en el pasto, que diría un uruguayo, es pura dinamita. Porque no solo es famoso por marcar goles, también por su facilidad para sacar el colmillo. Mordió a un rival en Holanda, a otro en Inglaterra y a un tercero en el Mundial de Brasil. En la Premier, además, fue sancionado con ocho partidos y 40.000 libras por un insulto racista -hay quien afirma que llamó negro a Evra siete veces en dos minutos.

De Brasil salió triste y avergonzado. Mientras Uruguay, con el presidente Mujica al frente, clamaba contra una sanción desmedida -nueve partidos y cuatro meses sin pisar un estadio-, los Suárez se encerraron en su casa de dos plantas a las afueras de Montevideo, cerca del río de la Plata, a beber mate y esperar a que pasara el tiempo. El Barcelona, pese a todo, no se retractó y le brindó todo el cariño que necesitaba. Por eso, dice, se centró únicamente en su regreso. Se instalaron en Castelldefels, donde residen sus suegros, y se entregó al gimnasio, las carreras por la sierra Collserola, en el Tibidabo, y las sesiones en el diván con el psicólogo del Barça. Cuando quedaba libre, sus ojos eran para Benja y Delfi. Y siempre, siempre, para Sofía.

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