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Trono de la Entrada de Jesús en Jerusalén, a lomos de un burrico, ayer, en la Plaza de San Pedro.
De verde primavera en San Pedro

De verde primavera en San Pedro

La Cofradía de la Esperanza se deleita en su procesión durante una tarde de buen tiempo. La institución incorporó al desfile la nueva talla de San Juan, obra de Castaño Liza, y una cruz arbórea para Nuestro Padre Jesús

Antonio Botías

Lunes, 10 de abril 2017, 01:09

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Resulta, aunque sea un tópico más usado que la almohadilla que fuera del abuelo estante, que Cristo entra en Murcia por el barrio de San Pedro. Y aunque todavía queda por determinar de dónde sacaron la burrica sus discípulos, más de uno asegura que fue en San Antolín y que por eso el Lunes Santo desciende el Señor del Malecón para pedir perdón a su pueblo.

La Domenica de Ramos huele en la ciudad a tarde de humeantes pasteles de carne que los parroquianos, a pie de acera, devoran gustosos en cuanto el día declina y la Cofradía de la Esperanza, aquella que también lo es del Santo Celo por las almas, avanza hacia el corazón de la urbe con más mesura y elegancia que los carritos de chucherías que prologan el gran desfile.

Un sol de primavera acaricia el azahar que desprenden los naranjos de la plaza de Las Flores, incienso improvisado para los pasos que, además de cumplir estación de penitencia, muestran otros pasajes evangélicos que tienen de Pasión lo que de cristiano tiene el demonio de Domingo de Ramos. Es el caso del primer trono Dejad que los niños se acerquen a mí, el que inaugura el desfile que incluye otras obras de Francisco Liza, Hernández Navarro y, este año de estreno, Antonio Castaño Liza, sobrino del anterior escultor y autor del nuevo San Juan Evangelista que se incorpora al desfile.

La Esperanza también estrenó una cruz arbórea que lució la imponente imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que este año cumplía sus doscientos años y que encandiló a muchos por la maestría que denotaron sus estantes al recorrer una calles, como cada año, repletas de murcianos y visitantes cargados de niños que observaban admirados a la burrica en que Jesucristo retornaba a Murcia o en el espléndido gallo que acompaña al Apóstol San Pedro, otro de los pasos del cortejo que firmó, como resulta evidente aunque uno lo admire a diez mil kilómetros, el genial Francisco Salzillo. Y lo mismo hizo con el Cristo de la Esperanza, el que siempre causa un revuelo de aplausos cuando sale por la estrecha, demasiado estrecha, puerta de la parroquia. Aunque rivaliza, también como cada año, con María Santísima de los Dolores, de nuevo obra de Salzillo.

El buen tiempo animó a familias enteras a buscar un lugar donde ver pasar el cortejo verde, bien nutrido de pequeños que conforman su reciente hermandad infantil y que garantizan el futuro de esta institución cofrade.

Adornos florales bien cuidados, buena elección en las marchas pasionarias que mecían la procesión y rigor y seriedad completaron un desfile que, ante el buen tiempo que se cernía sobre la ciudad, se deleitó en las calles y plazas más nazarenas. En realidad, la alegría se extendía desde la mañana, desde la procesión de Las Palmas cuando, aún no hace tantos años, era jornada de estrenos. Y ese bullicio también se vivió durante todo el día, hasta el punto mismo de iniciarse la procesión, a la puerta de San Pedro con una emoción que fue creciendo a medida que se acercaba la hora.

Otro momento de similar emoción se produjo ya en la recogida, cuando los hombros y las rodillas quebradas de los estantes -de los que de verdad meten el hombro- apenas aguantan para alcanzar de nuevo la parroquial. Entonces se produjo el tradicional encuentro entre el Crucificado y la Virgen de los Dolores. Llega el titular, el Cristo de la Esperanza, entre una marea de túnicas de terciopelo. Cuando regresa al templo protagoniza el acto quizá más emotivo del cortejo, de frente a la Madre y a San Juan, en un instante donde manifiesta que ya será imposible eludir el calvario, que en la carrera de la Jerusalén murciana se apeó de la burrica para subirse al madero de la Pasión.

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