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Descendimiento del Cristo de la Fe.
El color del Cristo de la Fe

El color del Cristo de la Fe

La Cofradía parte de San Buenaventura en su tradicional desfile sobrio y frailuno

ANTONIO BOTÍAS

Sábado, 28 de marzo 2015, 20:57

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El Cristo de Dorrego, el Crucificado Capuchino de la Redonda, el de los ojos azules como el cielo de primavera que lo adorna, el del cíngulo frailuno y la túnica marrón, ese Señor que sube Alfonso X arriba, por si no resulta evidente, no tiene color. Ni una pincelada, ni estofa alguna y apenas solo sus pupilas, si acaso no es un reflejo, palpitan azules de San Buenaventura. ¿Por qué?

El Cristo de Dorrego no tiene color porque sale descarnado a reflejar en su madera divina que Murcia ya está inmersa en los días del gozo, del gozo de puerta de parroquia abierta de par en par entre un revuelo de gentes que entran y salen; del gozo del aroma a azahar, que es la banda olorosa de la ciudad milenaria; del gozo de la pastilla envuelta en poesía y la ternura de azúcar de la mona; del gozo del recrujir de tarimas y enaguas, por donde trepan flores de huerta bordadas.

El Cristo de San Buenaventura no tiene color, donde los haya, pues condensa en su armadura el gozo de aguardar el paso de la procesión dando cuenta de un pastel de carne, que en Murcia hay una bula nunca escrita para comerlos, como diría un castizo, en todo el golpe de la Pasión; el gozo del tintineo de las lágrimas de cristal en las tulipas, palpitar del corazón del trono que ensalza a este Señor franciscano que no presume de esmaltes porque quiere impregnarse del tinte de tan bendita tierra.

Cristo de madera huérfana que manifiesta a su paso los matices de la huerta. Por eso desfila desnudo de pigmentos y monsergas para empaparse divino de esa luz de tarde incierta que sus cofrades frailunos le ofrecen en la carrera. Y entre sus vetas marrones, en su carita de pena, palpita el sentimiento de la Murcia nazarena.

Cruza la Redonda y se adentra en un desbarajuste de murcianos apresurados en sus compras de Semana Santa, cargados de bolsas y críos revoltosos como aquellos estantes van cargados, carga bien distinta, de tarima legendaria. Y le sigue Ella en eterna penitencia, Santa María de los Ángeles, que en Puxmarina se adentra. No tiene este Cristo color porque encierra entre sus vetas la luz que enamora Murcia al llegar la primavera.

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