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Un vecino aplaude, anoche, a los portapasos de la Piedad desde un balcón de la calle del Cañón. La talla de Capuz y el trono lucieron rosas de color marfil.
El pueblo se apiada de la Piedad

El pueblo se apiada de la Piedad

Cientos de fieles acompañan a la Caridad Chica en el primer y multitudinario desfile marrajo. La devoción por la imagen espejo de la Patrona llena de promesas la procesión del Lunes Santo, en una emocionante exhibición de saetas, marchas y salves

José Alberto González

Martes, 11 de abril 2017, 01:45

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«Yo soy asturiana y he visto muchas procesiones de Cartagena, porque tengo aquí a un sobrino. Pero nunca había estado en la del Lunes Santo. Este año, me hice la promesa de venir a acompañar a la Virgen por primera vez... y aquí estoy. Para poder pasar las noches, necesito un respirador artificial, porque me fallan los pulmones. Pero esta noche es para estar aquí, caminando junto a ella y junto al Señor, y de paso pedirle fuerzas». Faltaba un minuto para las nueve, las nueve clavadas en que se abrieron las puertas de Santa María de Gracia, y ante el templo María del Carmen González Acerete relataba con una sonrisa el particular calvario que afronta cada jornada («así hasta que me muera»), con ayuda de un ventilador mecánico. Como ella, centenares de fieles, en su mayoría mujeres, dejaron en casa sus achaques, sus penas y sus luchas por seguir adelante en la vida y renovaron, o como en el caso de María del Carmen y de algunos jóvenes, se estrenaron en la tradición que desde 1930 saca a las calles del centro de Cartagena a una multitud de fieles: la procesión de las Promesas de la Santísima Virgen de la Piedad.

Como la asturiana, un sinfín de cartageneros formó un enjambre humano y caminó tras la talla de la Piedad esculpida por José Capuz para la Cofradía Marraja, que hace ya ochenta y siete años marcó un hito en el Lunes Santo al trasladar la imagen desde un almacén en la calle Adarve a la iglesia de Santo Domingo, punto de referencia de los cortejos de Semana Santa hasta la Guerra Civil.

Para que la Caridad chica no fuera sola con su hijo, moribundo y entre sus brazos, Pepi Huertas, cartagenera, amiga y «medio pariente» de María del Carmen a través del sobrino de ésta, se bajó a la calle del Aire y se fundió en el desfile con otra familia, la cristiana. «Aquí no importa lo de cada uno. Somos todos uno. Pero, bueno, yo le pido a la Virgen un poquico más de salud y poder volver el año que viene», confesaba Pepi su rezo interior haciendo un esfuerzo ante el periodista. Pura humildad.

Quienes llevaron también sus angustias, pesares y anhelos a la gargantas, con el desgarro de su cante, fueron Ana García Caro, en la Plaza de San Sebastián; Manuela Pérez Laíno, frente a la iglesia; y Juan Francisco Berrocal Sánchez, en la calle Caridad. La ganadora del Concurso Nacional de Saetas de 2016, y la primera y el tercer clafisficados de este año, respectivamente, en el certamen de la Agrupación de Portapasos de la Piedad, ofrecieron su voz a la imagen hecha a semejanza de la de la Patrona. Lo hicieron desde el balcón de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el de Capitanía y la entrada a la Basílica de la Caridad. Tampoco faltaron, en una noche primaveral y sin la lluvia que forzó el año pasado la primera suspensión del cortejo en toda su historia, un enorme número de nazarenos, el tercio de granaderos, el Santo Cáliz y los sones de la marcha 'Plegaria', de José Torres Escribano, interpretada entre otras por la banda Nuestra Señora de la Soledad, de Molinos Marfagones.

Pasadas las once y media, ante la Basílica, la emoción cuajó también en las cuerdas vocales, en la Salve. Giraron los azules portapasos el trono hacia el altar, y al ver reflejada en sí misma la Pasión de Cristo -en la calle, la escultura de Capuz, y en el altar la que el hermano Francisco Irsino trajo de Nápoles en 1723-, la muchedumbre endulzó el drama. También a medianoche, en la recogida en Santa María, acortada por la calle San Miguel, la gente se apiadó de la Piedad. El pueblo (amigas, sobrinos, familias) entonó: «¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Ruega por nos, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas...».

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