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La Oración del Huerto sale de Santa María, con sus ramas de olivo.
El calor acompaña el paso de la Burrica

El calor acompaña el paso de la Burrica

Niños y portapasos adultos tuvieron que convivir con las altas temperaturas

Eduardo Ribelles

Domingo, 29 de marzo 2015, 23:22

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Apenas llevaban una hora de la procesión, que duró más de cuatro, y a algunos portapasos del Trono del Sermón en la Montaña ya les caían gotas de sudor por la frente, a la altura de la Capitanía de la Armada. Mientras, Javier, un pequeño de no más de dos años resoplaba y se desprendía del atuendo de nazareno. «¿Tienes calor? Te lo quito un momento, pero luego te lo pones otra vez», le concedió su madre. El cambio de estación, de invierno a una primavera casi veraniega, llevó a quienes tomaron parte en la procesión de la Entrada de Jesús en Jerusalén, la popular Burrica, a tomarse con calma la larga caminata que año tras año serpentea por el casco antiguo cada Domingo de Ramos.

La salida fue casi puntual, a las cinco de la tarde y la recogida, tuvo lugar al fino de las nueve y cuarto.

Los miles de espectadores que se concentraron a lo largo del recorrido agradecieron la subida del mercurio en el termómetro. Así pudieron echar mano al armario para ponerse sus prendas de manga corta e incluso faldas y pantalones que acababan por encima de las rodillas. Mientras, en los tercios y en los tronos se acrecentaba la sensación de estar cumpliendo, bajo las gruesas túnicas, con una pequeña penitencia muy propia de la Semana Santa.

Cinco mil niños fueron este domingo de la partida, la mayoría de ellos vestidos de nazarenos y acompañados por sus mayores en los grupos que trufaron todo el desfile procesional. El reparto de caramelos alegró a los grupos de 'locos bajitos' que esperaban ávidos esos dulces en la primera fila del público. Muchos de sus padres decidieron guardárselos para que no sufrieran un atracón.

Vivas y aplausos

Pero fueron los tercios que portaban palmas y ramas de olivo en las manos los que, a las órdenes de las bandas de tambores, marcaron el ritmo pausado. Tanto sus menudos componentes como los cofrades veteranos que iban con los pasos a cuestas se tomaron la procesión del Domingo de Ramos como una prueba de fondo. No faltaron los '¡Vivas!', repetidos al paso de los tronos de la Imposición del Primado y de la Oración en el Huerto. Pero el más celebrado fue el de la Conversión de la Samaritana, portado únicamente por mujeres. Las niñas de pocos años que marcharon al inicio del tercio, pizpiretas vasija en mano, recibieron grandes muestras de cariño por parte de la multitud.

Como suele ocurrir, el paso del Tercio de la Flagelación por la Puerta de Murcia coincidió con el de los primeros componentes del desfile por curva de la calle Jara hacia la del Aire, muy cerca ya de la entrada final al templo. La superposición de redobles de tambor invadió el ambiente.

Procesión de procesiones

«¿Es que hay varias procesiones que marchan a la vez por todo el centro?», preguntó Wolfgang, ciudadano alemán de visita en Cartagena, a aquellas personas que le rodeaban. Al saber que era la misma comitiva, se asombró de su duración y longitud. «¡Pues si que tienen ustedes niños en Cartagena para poder formar un desfile tan largo», se maravilló.

Así, la impresión de un casco antiguo en permanente procesión volvió a ser muy celebrada por cartageneros y foráneos. Por un lado pasaron los granaderos, los personajes bíblicos (Moisés, el rey David, el faraón, Herodes y el Sumo Sacerdote) el Arca de la Alianza y los soldados romanos, por el otro, los tercios sanjuanistas, desde los del Discípulo Amado y la Alegoría del Ángel hasta el titular San Juan Evangelista, con el blanco de pureza en la túnica y el tocado y el dorado de la gracia en el fajín.

Pese a ir sobre ruedas y no portado a hombros, el impresionante conjunto del trono de la Entrada de Jesús en Jerusalén emocionó a todos los que lo vieron pasar. La Burrica, titular de la procesión, tardó cuatro horas y cuarto en hacer el recorrido. Y el piquete de granaderos cerró la comitiva con paso marcial, para asegura su llegada a Santa María.

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