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La escritora Elena Poniatowska. / efe
análisis

Elena Poniatowska siempre ha sido fiel a su pulsión periodística, ornamentada con un verbo rico y exacto

PPLL

Jueves, 24 de abril 2014, 05:50

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Elena ha convertido sus ojos de niña curiosa y traviesa en el espejo de México. Ha sido testigo y notario de todo lo trascendente ocurrido en la historia contemporánea del país. En nuestro último encuentro me dedicó la reedición de su libro sobre la matanza de estudiantes en Tlatelolco. Una princesa, de huesos pequeños, rizos al aire y mirada curiosa. Ni debería haber estado allí. Pero su compromiso con los débiles y los rebeldes la llevó a lanzarse a la calle y escribir sobre la represión y el despertar de una nación a través de sus jóvenes. Elena Poniatowska siempre ha sido fiel a su pulsión periodística, ornamentada con un verbo rico y exacto. Nos unió la común admiración por la indómita surrealista Leonora Carrington, a quien ella noveló y yo rodé.

Desde entonces es fiel en su correspondencia a pesar de ser la mujer más solicitada de México. Con la desaparición reciente de sus colegas y amigos Carlos Fuentes y Carlos Monsivais es la gloriosa decana de las letras mexicanas. Su belleza y la sonrisa que la visten enmascaran la plenitud de su madurez. Aquella princesita polaca emigrada a París encontró en el México de los contrastes y la inmensidad su terreno fértil para la crónica y la novela. Ha retratado a los grandes, de Leonora a Tinita Modotti. Ha convertido en literatura la aventura de una gran nación. Y ha terminado dedicando sus ojos a las estrellas que le descubrió su esposo astrónomo, al que está dedicada su última obra. La Poniatowska íntima es rabiosamente curiosa y locuaz. Gran conversadora y meticulosa escritora. Dulce y ácida. Frágil y poderosa. Elena es la gran perla de México y de las letras en español.

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