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Gabriel García Márquez posa con una edición de 'Cien años de soledad' en la cabeza. / Archivo

Algunos temas recurrentes del autor de 'Cien años de soledad', como la violencia o el erotismo se han reciclado y adaptado a las nuevas circunstancias históricas

PPLL

Sábado, 19 de abril 2014, 18:04

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Gabriel García Márquez le preparó un lugar en el mundo a la literatura hispanoamericana. Antes que él vinieron Borges, Carpentier, Rulfo, Cortázar, Onetti, Sábato, Asturias, Marechal, Paz, Vallejo, Huidobro y tantos otros. Puede discutirse que sea el más grande de todos ellos, pero sólo él escribió Cien años de soledad, un bombazo de resonancia expansiva que hizo que los lectores europeos se hicieran una idea concreta del continente durante décadas. Desde entonces ya nada fue igual para el público y para los escritores de América Latina. La imagen de un Macondo mítico, con sus parejas de hombres y mujeres intercambiables, sus magias repentinas y su naturaleza apocalíptica se hizo tan famosa que la ficción sustituyó a la realidad inmediata. No hay que extrañarse por eso: es lo que siempre ha pasado con la literatura verdaderamente sustancial.

No inventó el realismo mágico (hay muchos ejemplos anteriores), pero lo integró en su mundo propio y lo hizo internacional. A partir de su novela desmesurada de 1967, los editores se embarcaron en la búsqueda de un nuevo oro de las Indias y empezaron a surgir epígonos de las piedras. El más célebre de todos fue una novelista chilena que construyó su casa de los espíritus con los mismos materiales de Macondo. Así se consagró una literatura a la manera de que, sin embargo, nunca estuvo a la altura de su padre fundador. Esto, por desgracia, era casi inevitable. García Márquez había conseguido el raro objetivo de demostrar al mundo que tener una escritura personal no le impedía ser un éxito de ventas.

Sin embargo, la literatura hispanoamericana ha transcurrido a lo largo de las últimas décadas con la misma fecundidad de siempre. Muchos nombres han ido surgiendo al margen del realismo mágico, que en cierta forma ya pertenece a otra época. No pocos han recogido el testigo y le han dado una voz propia. Es lo que ocurre en autores, en apariencia muy distintos, como el cubano Leonardo Padura o el peruano Benavides. Algunos temas recurrentes de García Márquez, como la violencia o el erotismo se han reciclado y adaptado a las nuevas circunstancias históricas. En la misma Colombia, en donde Gabo se ha convertido en un mito nacional, hay escritores que, sin renunciar al sustrato propio, han ido añadiendo nuevos territorios a las letras continentales. Juan Gabriel Vásquez es un ejemplo de ello: su cosmopolitismo y su estilo elegante ponen al descubierto los males de una sociedad desarticulada, en crisis sin punto de retorno. Por supuesto, el número de escritores importantes que han aparecido en los últimos treinta años, después del Nobel concedido a García Márquez, es incontable: Bolaño, Paz Soldán, Neuman, Valenzuela, Shúa, Fogwill, de Mattos, Halfón, Liano, Gomes, Goldemberg, Bellatin, Ungar, Portela, etc. El reto de todos ellos ha sido construir historias sin recurrir a las consabidas fórmulas barroquistas y ser al mismo tiempo leal al entorno circundante. Como lo fue García Márquez en su día.

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