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Vargas Llosa y García Márquez, en su juventud. / Archivo
adiós a garcía márquez

La edad de oro de las letras latinoamericanas la integra un grupo de escritores de estilos e intereses diversos que dieron una cosecha generosa: García Márquez , Vargas Llosay Octavio Paz ganaron el Premio Nobel

PPLL

Miércoles, 23 de abril 2014, 18:30

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Fue una generación prodigiosa, como nunca se había dado antes. La edad de oro de la literatura latinoamericana. El boom, encarnado en un puñado de escritores de distinta procedencia y linaje estético dispar, hizo de América Latina un lugar reconocible en el imaginario colectivo. A la vez, los autores llegados del otro lado del Atlántico insuflaron frescura y nuevas formas de contar. Corrían los años sesenta y en la grisura de la España franquista, donde la mojigatería y el tedio campaban a sus anchas, las nuevas ficciones pusieron el panorama literario patas arriba. El realismo social quedó noqueado durante mucho tiempo ante historias deslumbrantes y en ocasiones exóticas. Salvo notables excepciones, como las de Octavio Paz, Jorge Luis Borges o Alejo Carpentier, la literatura latinoamericana era completamente desconocida en Europa. Hasta que presentaron sus credenciales García Márquez , Cortázar, Onetti, Donoso, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y tantos otros. Más de medio siglo después quedan relatos intemporales y el redescubrimiento de un continente.

El término 'boom', aparte de ser una etiqueta comercial que hizo fortuna, aglutina a unos escritores que poco tenían que ver entre sí, salvo el de ser latinoamericanos. A diferencia de los surrealistas o los 'beats', a la generación del 'boom' le movían afanes muy diversos. Muchos de los protagonistas del tan traído y llevado movimiento carecían del menor sentimiento de pertenencia a un grupo. Poco tiene que ver Jorge Amado con Ernesto Sábato. Lo que sí hacen estos autores es abrir la puerta a personajes que hasta ese momento habitaban en los márgenes de la literatura. De repente las novelas se pueblan de mestizos, negros, campesinos y gentes de toda laya, ajenas a élite criolla.

La nueva hornada de narradores latinoamericanos enseñó al mundo que Latinoamérica era algo más que una fábrica de dictadores y guerrilleros. No solo era la cuna de la guaracha y el tango, sino también de una literatura que asombraba a los lectores más avisados.

Si algo caracteriza al grupo es su afiliación libérrima. Cortázar cultivó una mirada irónica y experimental, García Márquez abrazó la leyenda, Lezama Lima el barroquismo, Bryce Echenique el humor autocompasivo, Cabrera Infante el juego y el sexo, Julio Ramón Ribeyro la melancolía trufada de lucidez y José Donoso los meandros de la angustia.

Barcelona, con una potente industria editorial, acogió a toda esa pléyade de artistas ansiosos por entregar a la imprenta sus obras. Gracias al editor Carlos Barral y la agente Carmen Balcells, la ciudad acogió entonces a prometedores narradores que con el transcurso del tiempo conquistaron las cimas de la literatura. En Barcelona, más cosmopolita que Madrid por su cercanía con París, estaba Carmen Balcells, la 'Mamá Grande' de las letras, la mujer que entendió que escribir no tenía que ser necesariamente una labor de indigentes. La casa de la agente 007, como la llaman algunos, llegó a ser el «refugio de los afligidos y la caja sin fondo de los insolventes», dicho en palabras de Vargas Llosa. Balcells, aparte de negociar contratos con editores, tarea en la que mostró su temperamento rocoso, procuraba consuelo a los cónyuges, asistía a los partos e indemnizaba a las amantes despechadas de los escribidores.

Tumbas en Montparnasse

París, la otra capital del arte, acogió a algunos precursores del boom, como Juan Rulfo y Jorge Luis Borges. La ciudad del Sena se convirtió, según la expresión acuñada por Octavio Paz, en la «capital de la cultura latinoamericana». Era el lugar en que los artistas y escritores de América Latina se reconocían como miembros de una misma comunidad. En el cementerio de Montparnasse están enterrados Carlos Fuentes y Julio Cortázar, cuya 'Rayuela' es indisociable del paisaje parisino.

Muchas de los fulgores literarios de aquellos tiempos se desvanecieron con el paso del tiempo. Ya nadie se acuerda de quiénes fueron Miguel Arteche, Luisa Mercedes Levinson o Agustín Yáñez. Sin embargo, al cabo de medio siglo, 'Cien años de soledad' es una de las novelas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Los años han sentado de forma soberbia a Borges, Onetti y Rulfo, cuyas figuras alcanzan la categoría de clásicos de la literatura.

La pujanza de lo real maravilloso allanó el camino a la literatura que luego alumbrarían Italo Calvino, Milan Kundera o incluso Salman Rushdie, cuya novela 'Hijos de la medianoche' habría sido imposible sin la existencia previa de Carpentier y García Márquez .

Por añadidura, el boom fue el ariete que echó abajo barreras culturales, el precursor de una literatura híbrida, propia del poscolonialismo, que despertó el interés por escritores africanos, indios, paquistaníes. Los lectores de hoy caen rendidos a los maravillosos embustes de Zadie Smith, Hanif Kureishi, Chimamanda Ngozi Adichie o Dinaw Mengistu porque hubo antes otros que reivindicaron la universalidad de Macondo o Comala, los extensos confines del Caribe colombiano o de los pueblos mexicanos afincados en las brasas de la tierra.

Revolución cubana

Con el devenir de los años, la cosecha de aquel tiempo glorioso para las letras no puede ser más fructífera: dos novelistas y un poeta - García Márquez , Vargas Llosa y Octavio Paz- ganaron el Nobel.

Aparte de movimiento literario, el boom tenía una acusada vertiente política. Casi todos sus integrantes vieron en la revolución cubana la materialización de los ideales más nobles. El desencanto y la ruptura con el régimen de Fidel Castro se produjeron a raíz del encarcelamiento del escritor cubano Heberto Padilla en 1971. Este episodio envenenó algunas amistades que se creían imperecederas y supuso, según Vargas Llosa, el acta de defunción del movimiento. Pero más allá de estas contingencias, las atrocidades del tirano, la vesania del sátrapa, acabaron inspirando todo un género. El mexicano Carlos Fuentes abrigó la idea, que nunca cuajó, de hacer un libro colectivo con cuentos sobre dictadores: Vargas Llosa escribiría sobre el general Manuel Odría, García Márquez sobre Rojas Pinilla, Cortázar sobre Perón, Roa Bastos sobre el doctor Francia, el propio Fuentes sobre Santos Anna. Nadie cumplió el compromiso, pero a la postre cada uno terminó recreando la figura del dictador en novelas magníficas. Ahí están 'La fiesta del chivo', 'El otoño del patriarca', 'El recurso del método' y 'Yo, el Supremo', por citar unas pocas.

No se sabe muy bien quién demonios inventó la onomatopeya del 'boom' para bautizar el fenómeno. El periodista chileno Luis Harss se atribuye el mérito. Asegura que estaba en un encuentro literario y tomó la palabra para hacer un «comentario idiota». Comparó el auge de la novela latinoamericana con el boom económico que experimentado en la década de los sesenta por Italia. «Luego lo escribí en un reportaje y desde entonces se quedó».

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