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Puigdemont era el gato (cuántico)

Primera Plana ·

Si en alguna ocasión se equivocó Einstein, que era un genio, cómo no iba a ocurrirle a él, que es el ‘tonto útil’ de los ‘indepes’. Su república duró unos segundos y solo sirvió para fortalecer el sentimiento de pertenencia a España

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Domingo, 5 de noviembre 2017, 07:40

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A la misma hora del mismo día en que el Parlament aprobaba en Barcelona la declaración unilateral de independencia y la instauración de la ‘república catalana’, a cientos de kilómetros de distancia de allí, el catedrático de física teórica José Adolfo de Azcárraga decía en Murcia que la próxima revolución científica llegaría con la investigación del ‘realismo local’, una propiedad descrita en la Teoría General de la Relatividad que la mecánica cuántica pone en duda. Y al entrelazar un hecho con el otro advertí que, en su delirio, además de las leyes, Puigdemont despreciaba las fuerzas invisibles de la historia. De alguna forma, hasta las más extrañas leyes de la física parecían también conjurarse en su contra. En las semanas previas, cuando el expresidente catalán impulsó la declaración unilateral de independencia (DUI) y la dejó en suspenso instantes después, el Gobierno de Rajoy tuvo que requerirle que aclarase, con un sí o un no, si la había proclamado. Se comentó entonces que Puigdemont había instaurado una especie de república cuántica de Cataluña. Como el gato que imaginó el físico Erwin Schrödinger atrapado en una caja, la DUI podría estar viva y muerta a la vez mientras durase su experimento político. En la mecánica cuántica, que describe el comportamiento de la materia a nivel microscópico, la realidad viene a ser lo que queremos que sea. Un fotón se comportará como una partícula o una onda, dependiendo de cómo lo midamos. Puigdemont mantuvo la incógnita de la DUI hasta que vio que el Gobierno no cedía a su chantaje (elecciones a cambio de impunidad para él y los ‘Jordis’) y precipitó su huida hacia adelante. Su experimento fracasó porque ahí estaba el Estado de derecho. Cayó en su propia trampa y de ella salió políticamente muerto. Él era el gato. Ahora, tarde o temprano, se verá entre barrotes. Además de la Constitución y su artículo 155 («la Luna está allí incluso cuando no la miramos», decía Einstein), Puigdemont despreció que las leyes no escritas de los mercados penalizan la inseguridad jurídica con fuga de empresas y recesión económica. Y pensó, irresponsablemente, que si podía fabular con el pasado histórico de Cataluña, por qué no con su futuro, aún sabiendo que como estado independiente de la UE era una quimera inviable. Su república cuántica duró segundos y a la postre solo sirvió para movilizar el sentimiento de pertenencia a España con una fuerza inusitada.

Por lo visto, Oriol Junqueras, líder de ERC y exvicepresidente de Puigdemont, es aficionado a la mecánica cuántica. En junio pasado pronunció una conferencia en el monasterio del Poblet sobre la relación entre esta rama de la física, la política y la ética. «El solo hecho de observar cambia la realidad y por lo tanto la física cuántica invita a la prudencia», dijo entonces Junqueras. Quién lo diría visto todo lo ocurrido después. Ahora que dispone de tiempo debería repasar algunos de sus fundamentos. En la física clásica, el principio de localidad nos dice que dos objetos suficientemente alejados uno de otro no pueden influirse mutuamente de manera instantánea. Los objetos, pensaba Albert Einstein, solo podían interactuar con su entorno local. Sin embargo, la mecánica cuántica postulaba la existencia de una acción fantasmagórica (spooky action) que puede hacer que dos objetos muy distanciados interaccionen de manera instantánea. La hipótesis cobró fuerza hace dos años cuando un experimento realizado en la holandesa Universidad de Delft logró que dos electrones atrapados en dos diamantes, separados más de un kilómetro, mantuvieran una conexión invisible e instantánea. Esa investigación, a la que aludía en Murcia el profesor Azcárraga, es toda una metáfora de lo sucedido con el ‘procés’.

Durante siglos, Cataluña y el resto de España han estado entrelazados (cultural, política, comercial y emocionalmente). Pero tras varias décadas impulsando un sistemático proyecto de ingeniería social para diluir esos vínculos, a través del adoctrinamiento en las escuelas, las organizaciones sociales y los medios de comunicación, los independentistas creyeron que había llegado su momento para la ruptura total. Sin embargo, en los instantes críticos, con Cataluña al borde del abismo, Puigdemont provocó un similar efecto movilizador en la sociedad civil catalana que no quiere la independencia y en el resto del país, que se llenó de banderas nacionales. Los separatistas no solo se enfrentaron a un muro legal. También a una especie de fuerza de gravitación histórica, invisible e instantánea, que truncó el delirio de quien acabará siendo un político preso, no un preso político. Pobre Puigdemont. Si en alguna ocasión se equivocó Einstein, que era un genio, cómo no le iba a ocurrir a él, que es el ‘tonto útil’ de los ‘indepes’. Justicia poética.

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