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Campos de cereal del extremo oeste del Campo de San Juan con los chopos que bordean los arroyos y sabinas albares adehesadas.
Donde nace el Alhárabe

Donde nace el Alhárabe

Un paseo por el húmedo valle del Campo de San Juan, hoya de naturaleza intacta y rodeada de sierras, y cobijo del hombre desde la Prehistoria

Pepa García

Viernes, 12 de junio 2015, 22:49

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Para realizar esta ruta de contrastes tienen que llegar hasta El Sabinar, una pedanía moratallera ubicada casi en el límite de provincia con Albacete, desde donde se inicia el recorrido circular que les proponemos para hoy. Antes de iniciar la caminata, de unos 11 kilómetros, les recomiendo que pasen por la panadería La Parra, en el interior de esta pequeña y despoblada localidad, para probar, con el café mañanero, las tortas de manteca y las toñas de almendra y nueces que sus propietarios hornean puntualmente, para 'exportar', todos los lunes, miércoles y viernes. Y si son más de salado, pueden degustar las tortas de garbanzos, de herencia árabe, o el delicioso pan de hogaza, de los que ya no se encuentran.

Con el estómago lleno, pueden comenzar a andar. Deben cruzar la carretera que une El Sabinar con Nerpio a la altura del taller mecánico J. Sánchez. Este itinerario discurre por la hoya húmeda que es el extremo occidental del Campo de San Juan, un valle en altura (su altitud mínima son 1.000 metros) que oculta bajo la piedra caliza un sustrato de láguenas que lo impermeabiliza y lo convierte en una reserva permanente de agua, sobre todo los años en los que las nieves han sido abundantes.

El paseo comienza por la pista que hay justo frente al taller y se interna en el campo en dirección a la Casa Corrales, junto a la que existe un manantial de aguas frías y transparentes. Aunque tradicionalmente se ha atribuido el nacimiento del Alhárabe a la surgencia que ha dado servicio al lavadero de El Sabinar, los nacimientos de agua abundan en este territorio y se van encauzando en pequeños arroyos hasta desembocar en el río, los delatan chopos alineados en sus márgenes y también enormes álamos.

Junto a esta casa hubo una cantera de la que se extrajo piedra y, en la pedrera residual, la collalba negra construye los muros de sus nidos. Debemos pasar junto a la casa y seguir paseando entre los campos cerealistas, hoy de un vivo verde que se irá dorando según avance el verano, en los que abundan avena y cebada para alimentar al ganado.

Rodeadas de montañas a las que se aferran las nubes cuando pasan (son las que evitan que se internen y descarguen en la Región) y que llenan el acuífero que libera sus aguas en decenas de fuentes, estas tierras están ahora plagadas de amapolas, viboreras y varias variedades de lino, cuyas flores rojas, blancas y azules colorean aún más el paisaje. También en ellas se cobijan aves esteparias como la calandria y la cogujada.

Dejarán a la derecha el camino que viene desde el Calar de la Santa y Nerpio y verán, adehesadas por la altiplanicie, sabinas albares más-que-centenarias que sobreviven imperturbables. Será precisamente cuando el camino pase a ambos lados de una de estas sabinas monumentales, cuando tendrán que tomar la siguiente bifurcación a la izquierda.

Seguimos ahora el Cordel de Cehegín, una más de las importantes vías de comunicación que confluyeron en esta zona, con recursos para la vida y habitada desde la Prehistoria, y auténticas autopistas del ganado desde la Edad Media.

Pasarán también junto al arroyo de la Casa Corrales, tributario del Alhárabe, y pegados a unos enormes campos cultivados de aromáticas como el espliego y la lavanda que convierten la enorme extensión en un ondulante mar verde.

La ruta sigue hacia la izquierda, en dirección al río y a la carretera, tras pasar junto a una enorme encina, ahora en flor. También encontrarán en flor las tóxicas y abundantes dedaleras que se asociaron tiempo atrás a la brujería.

En el siguiente cruce, deberán tomar el camino de la derecha y llegarán al cortijo de La Torre, una antigua hacienda que estuvo asociada, como la Casa Corrales, a la Tercia de la Encomienda. Esta finca, también se alza junto a una fuente rodeada de un gigantesco nogal y enormes álamos blancos, y a escasos metros de un molino cuyo origen se remonta a tiempos de los romanos.

La pista sigue, entre olmos, sobre los terrenos que ocupó una antigua villa romana y pasa junto al prado del Carrizal (hoy pastado por un enorme rebaño de corderos) hacia la casa de la Encomienda, también con fuente propia.

Pueden acercarse a curiosearla, pero siempre respetando que es una propiedad privada. Luego cojan el camino que dejaron a la derecha (de los dos que nacen casi en paralelo, el que cruza el prado más arriba) y que se dirige hacia el Salero del Zacatín. Aquí se encontrarán una de las pocas cuestas que deberán afrontar y, a su derecha, si alzan la vista hacia la base de la montaña verán los restos del Molino del Olmo y también, junto a un grupo de chopos, se ubica la Fuente del Olmo. Pasarán, más adelante, junto al enorme tronco de olmo que pudo dar nombre a tantos elementos y que hace ya más de medio siglo que es pasto de hongos e invertebrados.

Sin pérdida, se meterán en tierras acarcavadas, las que dibuja el barranco del Piojo, y, cuando la pista lo atraviese, deben girar a la izquierda siguiendo su curso descendente, por la margen derecha. Sin dejar el camino continúen hasta tener a la vista el Salero del Zacatín.

Conocidas salinas de interior, los propietarios del cortijo El Salero (hoy casa rural muy agradable) están invirtiendo en recuperar las instalaciones para hacerlas visitables. Atraviesen el caudal de agua del que se nutren sus balsas y continúen, dejando la casa rural a su derecha, por la pista principal.

Enseguida enlazarán, junto al campo de fútbol de verdísimo césped, con el cordel de Cehegín de nuevo, el de la derecha, que les llevará otra vez hasta la Encomienda. Ahora sigan recto para regresar al punto de partida pisando sobre lo que fue una antigua vía romana. Cuando ya está a punto de terminar la aventura, una interminable hilera de buitres leonados inicia el descenso majestuosa, de uno en uno, seguidos pero espaciados. Con sus enormes alas desplegadas y sus patas preparadas para el aterrizaje, van perdiendo altura para ofrecernos el espectáculo en que se convierte su festín.

Ya solo les queda pasar junto a un corral con ganado (ahora los corderitos son pequeños y no paran de dar sus balidos lastimeros) para llegar, otra vez entre los campos de aromáticas, al punto de inicio de la ruta.

Antes de marcharse de El Sabinar, les recomiendo que prueben el exquisito cordero local, un ganado que se cría pastando por los campos y que cocinan maravillosamente asado en el bar Los Rosales. Su surtido 'todo casero' es irresistible: es muy recomendable probar el morro bien churruscadito, el embutido de la zona, las manitas de cerdo, la olla de matanza o incluso el pulpo al horno (solo en fin de semana). Un buen producto, a buen precio.

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