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Nacimiento de agua salada del que se alimentan las Salinas de Rambla Salada, en Fortuna.
Tierras saladas
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Tierras saladas

Con las manos en la sal en un paisaje protegido y rodeado de 'gemas naturales'

Pepa García

Viernes, 10 de octubre 2014, 01:37

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Propiedad pública desde 1997, el Paisaje Protegido de Ajauque y Rambla Salada no solo es un oasis regado por un curso semipermanente de agua en la zona más árida de la Región. También es un hábitat privilegiado por la singularidad de los ecosistemas que alberga, motivo por el que fue considerado Lugar de Importancia Comunitaria (LIC). Es un área predilecta de aves como la cigüeñuela, por cuya importante población nidificante fue declarada Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), pero también de la amenazada y azul carraca, y de hasta 145 especies distintas, 19 de ellas protegidas. Es un refugio de interesantes y singulares invertebrados acuáticos (se han encontrado hasta 27 especies), microalgas y halobacterias sobre las que investigan con fines biotecnológicos; un espacio con una importante comunidad de especies endémicas de araña, algunas de ellas no inventariadas, aunque sí identificadas. Es un testimonio pétreo del clima tropical que dominó las tierras emergidas hace entre 20 y 5 millones de años, donde aparecieron hasta una veintena de tocones de palmeras (la mayoría expoliados) de los que queda testimonio bajo la custodia de Cultura; así como de su pasado marino, con arrecifes coralinos fosilizados. Y, sobre todo, un eje de comunicación ancestral del que ha quedado constancia gracias a la presencia de más de una decena de talleres de sílex y numerosos yacimientos arqueológicos de diferentes épocas, así como a la existencia de las más recientes vías pecuarias, como el Cordel de Los Valencianos. Sin embargo, esta semana recomendamos visitar la zona sobre todo para conocer de cerca cómo funcionaban las salinas de interior, de las que en la Región hay constancia de que hubo hasta una veintena, pero solo tres continúan en funcionamiento.

Aula de la naturaleza

Situadas en el término municipal de Fortuna, las Salinas de Rambla Salada contaron desde 1998 y hasta 2010 con un programa de información (impulsado por el primer Life que tuvo la Región para la conservación de humedales de interior), que disponía de aula de naturaleza y una oferta didáctica y de educación ambiental para escolares y población general. Finalmente, los recortes de la crisis llevaron a su cierre. Hoy y desde 2012, 10 hectáreas de la finca pública, el antiguo almacén y el aula de naturaleza están gestionadas y custodiadas por la asociación La Carraca, que abre al público los domingos (de 9 a 13 horas) y que también ofrece a los centros de enseñanza actividades para conocer a fondo este espacio y todas sus peculiaridades (geológicas, ecológicas, culturales y etnográficas).

Con un índice de salinidad extremadamente alto, estas salinas comenzaron a funcionar a principios del siglo XIX y permanecieron abiertas hasta 1960, alimentadas por una surgencia en la que se llegaban a medir hasta 100 gramos de sal por litro. En pie y restaurado, se encuentra el almacén de sal, un edificio de arquitectura sólida y singular, ya que está construido con sillares de calcarenita de una cantera próxima y en los que todavía se aprecian los restos fósiles de los animales marinos que lo habitaron. En el mismo edificio, todavía se mantiene parte del molino con el que se refinaban los cristales de sal. Un molino de sangre que, mediante un sistema de correas y engranajes, permitía que las caballerías que lo ponían en marcha lo hicieran desde el exterior del edificio, evitando así que se contaminara la sal. Precisamente también para evitar el trasiego de animales por el almacén, la sal se depositaba desde unas ventanas superiores que hay en la parte trasera del edificio.

Aunque los recursos económicos de los que disponen los voluntarios de La Carraca son prácticamente nulos, entre 2012 y 2013 y gracias a una subvención del programa de voluntariado en ríos, abordaron la restauración simbólica de una de las órdenes de las eras de sal con el fin de que este uso tradicional de un recurso natural no se perdiera. Un trabajo que hoy permite la cosecha de flor de sal y de sal que la asociación empleará, en cuanto tenga los permisos sanitarios pertinentes, para conseguir recursos para la conservación de este singular espacio. De momento, explica Miguel Ángel Núñez, uno de los socios de La Carraca, «las balsas se llenaron de agua para conseguir la carbonatación del revestimiento de cal hidráulica y conseguir que se quedara tan dura como si fuera roca caliza». Un uso que se remonta a la civilización mesopotámica y que ha permitido que en España lleguen a nuestros días cimentaciones revestidas con esta técnica por los íberos.

Además, la Confederación Hidrográfica del Segura acaba de autorizarles a realizar una zanja en la rambla que les permita separar su curso natural del nacimiento de agua salina, con el fin de obtener el permiso para el uso alimentario de la sal. En la visita, podrán ver cómo se decantaba y purificaba el agua extraída del nacimiento, a través de un sistema de pozos; cómo se elevaba el agua a las balsas de almacenaje y calentadoras (al principio con ceñas de sangre, a partir de los años 40 con motores de dos tiempos y en la actualidad con un molino movido por energías renovables).

Charcas cristalizadoras

Tres balsas de similar capacidad y una mucha más amplia cumplían el cometido de elevar la temperatura del agua para facilitar la evaporación, antes de pasarlas a las charcas cristalizadoras. Unas dos semanas empleaban en el proceso de obtención de la sal entre los meses de mayo y septiembre, una enorme producción que, aunque no ha quedado reflejada en los documentos (los archivos históricos de Fortuna ardieron durante la Guerra Civil), se percibe en las sucesivas ampliaciones de estas instalaciones.

Si el tiempo y la afluencia de gente lo permite, cuando visite las salinas podrá convertirse en salinero: echar mano al rodillo (una especie de pala de madera) para ir amontonando la sal en las eras; y, luego, a la paleta para recogerla y ponerla sobre el sequero para que terminara de expulsar la humedad antes de ser almacenada.

Visiten también el horno de bóveda en el que se cocía con picón (restos de la poda de la vid) la cal con la que los empleados de las salinas arreglaban las eras durante los meses de invierno. Y no se vayan sin darse un paseo aguas arriba de la rambla. Un recorrido de apenas 3 kilómetros en los que podrán disfrutar de la colorida vegetación propia de la zona (matorral y estepa salina, y matorral yesífero), de las numerosas comunidades de invertebrados, de las aves que anidan en las paredes de los terreros horadados por el caudal de agua, de las arañas y sus inmensas telas de arañas, de las elegantes cigüeñuelas sobrevolando la rambla, de los fósiles marinos y vegetales, y de las surgencias de aguas sulfurosas que burbujean y 'construyen', al emerger, redondas y negruzcas charcas.

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