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Vista panorámica de las dos vertientes de La Fausilla: la sur, en estado natural, y la norte, el valle de Escombreras, totalmente industrializada, con el Cabo de Aguas al fondo
Las dos caras de La Fausilla
LA RUTA CON UN PAR

Las dos caras de La Fausilla

Desde Punta de Aguilones al Cabo de Aguas entre ramblas y acantilados

Pepa García

Viernes, 13 de junio 2014, 01:16

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Con Lorenzo apretando fuerte, la propuesta de hoy es recorrer la parte occidental de la sierra de La Fausilla, pero deben hacerlo temprano o por la tarde, cuando haya bajado el sol, porque aunque la brisa marina atempera el ambiente, los algo más de 10 kilómetros de ruta (ida y vuelta) siguiendo el GR-92 discurren a pleno sol prácticamente todo el camino.

  • La guía

  • Cómo llegar

  • Coja la A-30 en dirección a Cartagena y tomen la salida La Manga / Escombreras. Incorpórense a la CT-34 y sigan las indicaciones hacia el Puerto de Escombreras. Al pasar la Casa de las Bombas, suban por la carretera que hay a la izquierda y dejen el coche antes de la valla, en Punta Aguilones.

  • Recomendaciones

  • El itinerario, de unos 10 kilómetros, discurre a pleno sol, así que no olviden la protección solar (crema, gafas y gorra), ni el agua. Aunque haga calor, lleven pantalón largo para evitar herirse (la flora se defiende en este ambiente hostil con punzantes pinchos). Mejor hacer la ruta temprano o cuando haya empezado a caer el sol. No olviden acercarse hasta la fuente, un vergel en mitad del árido paisaje. La zona la frecuentan pescadores y algunos dejan sus inmundicias abandonadas en plena naturaleza, no haga lo mismo. Si van con niños, tengan cuidado, algunos tramos tienen una vertiginosa caída. Si llevan almuerzo, el puesto de vigilancia del Cabo del Agua es el sitio ideal para tomarlo, además ofrece una refrescante sombra.

  • Dónde comer

  • Mesón Ruiz El Sevillano. C/ San José. El Beal (Cartagena). 693066799. Abre todos los días. Menú 7 euros, de lunes a viernes (ensalada, primero, segundo, una bebida, pan y postre). Especialidades

Para llegar al inicio del itinerario deberán atravesar toda la bahía de Escombreras. Una ensenada que hasta finales de los años 70 lamía con su lengua marina tierra adentro y terminaba en un almarjal en el que se pescaban anguilas. En ella, hoy crecen enormes tanques, grúas y chimeneas que escupen fuego de una industria pesada abierta al mar por la dársena; y, en su puerto, enormes montañas de azufre esperan al aire libre y sin protección ser cargadas a paladas en el buque que lo transportará. Nos acompaña Juan Luis Castanedo, de Acude, que se crió en el poblado que hubo (hoy ya ha desaparecido) bajo la batería de Punta de los Aguilones (C-7) y que recuerda que de niños jugaban a ser &lsquoindianas&rsquo (y lo conseguían) bajo las tuberías de los primeros conductos industriales. «Encontrábamos ánforas, restos de lámparas de cristal, capiteles y enterramientos romanos», recuerda.

Pasada la Casa de las Bombas tienen que subir, a la izquierda, por una carretera estrecha que asciende hasta Punta de los Aguilones. Dejen el coche justo antes de la valla, porque a veces la cierran.

Ahí empieza el recorrido que atraviesa antigua zona militar; primero sobre asfalto, suban hasta la abandonada batería de Aguilones (terminada de construir en 1929 y en activo hasta 1993) y curioseen en sus instalaciones. Coronen el cerro en el que están para disfrutar de las magníficas vistas y reconocer desde la distancia el sendero que luego les internará, entre crestas, ramblizos y cortados salvajes de la sierra, hasta el Cabo de Aguas. Desde ese punto vigía, cuajado de cañones hasta 1994 que se desartilló, también se aprecian los dos mundos contrapuestos que conviven en esta ZEPA: uno en estado natural, legado militar a generaciones venideras; el otro, altamente industrializado, una actividad productiva que alimenta la economía, pero que bajo sus cimientos ha sepultado lo que fueron fértiles huertas, productivas dehesas y un agreste humedal, y también &lsquoScombraria&rsquo, una colonia griega de la que los romanos aprovecharon sus abundantes caballas para hacer un garum &lsquodelicatessen&rsquo.

Desciendan un poco y continúen por la pista de tierra que, subiendo, dejaron a la izquierda. Pasarán bajo los comedores de los oficiales entre pinos y podrán comprobar cómo los jabalíes están haciendo de las suyas este año. Desesperados ante la carencia de alimentos que les ha traído la sequía, remueven enormes rocas en busca de cualquier comida. En el camino encontrarán garitas y puestos vigías que merecen una visita para disfrutar del panorama y divisar, al otro lado del valle, Sierra Gorda y el puntiagudo pico del Porpuz.

La pista termina bajo las instalaciones de la batería antiaérea de El Conejo (se terminó de construir en 1932 y quedó fuera de servicio en 1965) y justo ahí deben coger el GR-92, descender en picado el monte Peñarroya por un roquedo y llegar hasta el sendero, que discurre, primero, por la cuerda de la sierra y, luego, por su vertiente meridional.

Pasearán entre cornicabras, artos o bayones, claveles silvestres y otros iberoafricanismo y especies endémicas. También junto a las viejas infraestructuras mineras de la Fundición San Isidro, túneles , hornos y chimeneas de piedra, testimonio histórico de la extracción de mineral.

Enseguida la brisa marina mece el espíritu y el paisaje les sumerge en otro universo, el de la naturaleza luchando solo contra ella, el de la vegetación peleando por crecer entre las rocas, el de las olas del mar batiendo contra los cortados. Están en la Senda de los Carabineros, un recorrido que hacían casi a diario los números de la Guardia Civil para llegar al cuartel que había en el poblado de La Alfonsilla, cuenta Juan Luis rememorando las andanzas de adolescente. Y que ahora custodian algunas parejas de golondrinas dáuricas.

Las plantas, agostadas, aguantan como pueden al comienzo de este verano madrugador y solo algunas manchas de palmito verdean aún en la pronunciada ladera. Hasta el albardín y el esparto se han secado ya. Tras un collado, la brisa sopla con más fuerza y aparece en el horizonte la Cala del Obispo. Una calita de difícil acceso en la que un tótem pétreo gigante le ofrece su sillón a Neptuno.

El intenso azul marino contrasta con las plomizas y centelleantes esquistas de pizarra que muestran sus láminas en algunos cortes verticales, las paredes amarilleadas por el óxido de hierro, las liláceas láguenas y las blanquecinas betas de cuarcita.

Deben estar muy atentos y, antes de subir al collado que marca el nacimiento del Cabo de Aguas, hay una estrecha senda que baja un poco, a la derecha, y que les lleva a la sorpresa. &lsquoFont Manelia&rsquo, reza una inscripción escrita con chinas sobre el cemento y que está fechada el 2 de mayo de 1938. Es un hilillo de agua potable, ahora escaso y algo salado pero permanente, que ha gestado en su entorno el vergel en medio de la aridez. Este nacimiento, que surge y desemboca en el mar tras un brevísimo recorrido en tierra, es probablemente el que ha dado nombre al cabo en el que termina esta excursión. No obstante, vuelvan al GR y asciendan hasta el collado para visitar la última instalación militar de esta ruta, construcciones arruinadas que se camuflan entre las rocas punzantes del entorno, y un mirador privilegiado del encuentro entre La Fausilla y el mar -el puesto vigía-, con el Monte de las Cenizas y la Morra Alta dominando el territorio de rocas encrespadas, y entre ambos, El Gorguel, todavía vivo, y más allá, Portmán, esperando resucitar.

Cuando se hayan cansado de sentirse motas de polvo en la naturaleza, no tienen más que regresar por el mismo camino, reservando fuerza para la última ascensión del monte Peñarroya hasta el pie de la batería de El Conejo.

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