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Antonio Córdoba observa las paredes de Peñas Blancas desde la cumbre, con las Lomas de las Carrascas y la rambla del Cañar al fondo.
Horizonte sin límite

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Peñas Blancas, tesoro botánico del Sureste, ofrece unas vistas que llegan a África en días despejados

pepa garcía

Lunes, 5 de mayo 2014, 20:58

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Con un abrupto perfil acorde con el de la cercana mole de Cabo Tiñoso y que se suaviza en su cara este, las Peñas Blancas son el techo de Cartagena con 627 metros. Desde su cumbre se divisa Cartagena y su Campo, las sierras mineras de La Unión, el Cabezo Gordo, La Panadera, La Muela, el Cabezo del Horno, el Mar Menor, la imponente bahía de Mazarrón y Cabo Cope, y si suben después de una lluvia primaveral que deja el horizonte limpio de calima, El Valle y Carrascoy y hasta Sierra Espuña.

Cómo llegar

  • Por la RM-322. Coja la A-7 hacia Almería y tome la salida Mazarrón-Fuente Álamo que, primero por la RM-2 y luego por la RM-3 lleva, a Mazarrón. Allí siga las indicaciones de Isla Plana (RM-332) y desde allí hacia Cartagena hasta las Cuestas del Cedacero. Desde Cartagena, coja la RM-322, por Canteras hasta las Curvas del Cedacero.

Esta montaña que forma parte del espacio natural Sierra de la Muela, Cabo Tiñoso y Roldán es refugio de aves, que aprovechan las corrientes térmicas para planear en busca de sus presas y que anidan en los agujeros de las paredes. Las mismas que dan nombre al monte (Peñas Blancas) y que lo han convertido en una de las zonas de escalada más importantes de la Región, con sus 100 metros de trepada vertical.

Recomendaciones

  • Mejor si lleva pantalones largos, para evitar arañazos. Lleve gafas de sol, gorra, agua y protección solar. Cuidado con caídas y resbalones en la cumbre, junto al cortado. Si entra a las minas, hágalo con mucha precaución por los pozos y sin salir del camino.

A Peñas Blancas se puede subir desde La Azohía, por la rambla del Cañar, como muchos locales y escaladores hacen, pero como esta inusual primavera va a dar inminentemente paso al ardiente verano, quizá lo mejor sea realizar una salida vespertina y optar por un recorrido mucho más corto pero muy disfrutón.

Pueden dejar el coche en el aparcamiento de un restaurante de banquetes (ahora se llama La Vieja Hacienda) que hay en la carretera que une Isla Plana con Cartagena. Siguiendo unos pocos metros por el arcén en dirección a Cartagena, le saldrá enseguida a la izquierda una pista asfaltada (hay un cartel indicador que pone La Víbora), que es la que tiene que seguir para llegar al sendero que le subirá a la cresta del vertiginoso cortado. El asfalto acabará, pero debe seguir por la pista principal.

Dónde comer

  • Bar Asociación de Vecinos de Isla Plana. A la orilla del mar, junto a la ermita de Nuestra Señora del Carmen. Isla Plana (Cartagena). Dan desayunos y aperitivos y su terraza es ideal.

  • Taberna de Juan Chara. C/ Mayor, 37. Isla Plana. 968 152530 o 626 930482. Cierra miércoles, excepto en verano. Horario de 9 hasta finalizar las comidas y de 19 horas hasta el fin del servicio de cenas. Especialidades

El sendero coincide con un tramo del GR y comienza su empinada subida por el barranco de la Víbora. Durante la ascensión, la senda se va estrechando y sube zigzagueando junto a antiguas minas de agua y catas mineras (al otro lado del barranco) y a muros de piedra seca construidos para detener la erosión de la ladera cuando caen intensas lluvias. La húmeda primavera ha dejado el campo verde y florido. Cantueso, romero y tomillo aroman la ascensión y los cojines de monja, el rabo de gato y la aliaga en flor, o los frondosos palmitos la colorean. También pueblan la vegetación de matorral que cubre esta cara de la montaña el cornical, un iberoafricanismo, y las varas de San José, ya floridas, se levantan eniestas a cada paso, y las lagartijas se ven constantemente cruzar de uno a otro lado. Si tienen suerte quizá vean a la tortuga mora y a alguna pareja de perdices alzar su ruidoso vuelo. Tengan cuidado con la ruda, una especie vegetal que habita en la zona, ya que si la rozan o tocan pueden producirse erupciones en la piel expuesta al sol.

En poco más de un kilómetro y medio se llega a un collado, ahora marcado con una flecha de piedra que apunta al Norte. De frente se ven las bocas de algunas de las minas de esta zona en la que se extrajeron, hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX, diversos minerales pero en las que se buscaba hierro. Hay una senda sigue en esa dirección, pero ese no es nuestro destino. Deben seguir, a su derecha, por la cresta rocosa para llegar, ya en un tranquilo paseo, hasta el acondicionado refugio, muy frecuentado por escaladores. A unos cientos de metros se encuentra el vértice geodésico y el balcón a las espectaculares paredes, blancas por la acción de un liquen y un hongo que hacen especialmente dificultosa la escalada en esta zona. Un kilómetro de pared con cerca de 40 vías equipadas que han hecho de este enclave un lugar de culto para los escaladores de la Región.

Un grupo de grajillas y un ratonero planean en busca de alguna presa. Son muchas las especies de aves que viven en Peñas Blancas (hay citas de águila real, búho real y halcón peregrino), y que se puede tener la suerte de ver volar a unas decenas de metros. Con mucho cuidado de no resbalar, se pueden acercar hacia el embudo para ver más de cerca la inmensidad del cortado y otear la rambla del Cañar desde la excepcional atalaya en la que se encuentra. Después de gozar del increíble espectáculo que representa el paisaje (en días totalmente despejados dicen que se llega a ver Sierra Nevada y la costa de Orán), vuelvan sobre sus pasos y, con mucha precaución, cuando estén de vuelta en el collado, acérquense a las minas, hábitat de murciélagos como el grande de herradura y un laberíntico vergel que durante las últimas décadas de inactividad han conquistado palmitos e higueras. Los colores de la tierra atraen la mirada como un imán y cuando los rayos de sol entran en las cavidades excavadas a pico y pala por el hombre, sus paredes responden con millones de destellos.

El camino de vuelta sabe a gloria y huele a la brisa marina que se cuela desde La Azohía e Isla Plana. Así que, después de haber gozado con la inmensidad de un intenso mar azul plato, no puede marcharse de la zona sin acercarse a su orilla y disfrutar de un reponedor refrigerio en la privilegiada terraza del bar de la Asociación de Vecinos de Isla Plana.

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