Borrar
Cristina Sobrado y Piedad disfrutan de la vista panorámica que ofrece la rocosa cima de la Sierra de Villafuerte, en Moratalla.
Un fortín de altura

Un fortín de altura

Los pastizales de alta montaña de la Sierra de Villafuerte son lugar ideal de pasto para las cabras monteses y un mirador natural inexpugnable que sirvió de refugio a los visigodos

Pepa garcía

Miércoles, 7 de mayo 2014, 19:22

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La Sierra de Villafuerte, en el término municipal de Moratalla y a la que se accede desde la pequeña población rural del Calar de la Santa, es un mirador fortificado de forma natural por los promontorios rocosos de calizas que la erosión sufrida durante millones de años ha dejado al descubierto. En esta sierra, cuya cumbre se encuentra a una altura de 1.749 metros, conviven el búho real, la chova piquirroja, el águila real y el buitre leonado, entre otras especies destacadas de aves, con mamíferos carnívoros como la garduña, el turón (mustélidos) o el zorro; y con una numerosa población de jabalíes y una amplia cabaña de cabras monteses que han encontrado en los pastizales de alta montaña que coronan la sierra el lugar ideal para alimentarse. Unas extensiones, hoy resecas por el retraso del otoño, que han otorgado a la zona su calificación de Lugar de Interés Comunitario (LIC).

Cómo llegar

  • Se llega por la autovía del Noroeste hasta Caravaca; desde allí, por la nueva variante del Noroeste -ya no se pasa por Barranda- hasta la salida de Archivel. Pasado El Sabinar, siga hacia Nerpio y tome el desvío, a la izquierda, hacia el Calar de la Santa. Debe atravesar el pueblo en dirección sur hacia la planta envasadora (cuando se acabe el asfalto, deberá continuar por una pista de tierra), donde comienza la ruta.

Este espacio privilegiado del Noroeste de la Región conserva especies arbóreas relictas como la sabina negra o los arces, que en estas fechas ya empiezan a teñir las escarpadas cumbres de colores rojizos y ocres, antes de perder sus hojas de cara al invierno, igual que ocurre con los chopos.

Sorpresa tras sorpresa

La excursión se inicia junto a la planta envasadora del agua minero-medicinal de Cantalar, pero el recorrido hasta ese punto es ya un regalo para los sentidos. En el itinerario sorprende el vuelo raso de una de las rapaces que sobrevuelan la zona, el gavilán (un experto cazador de aves), anticipo de las sorpresas que irán encontrando en el camino: disfrutarán de un bosquete de sabina albar; podrán ver rebaños de cabras blancas celtibéricas (autóctonas) y los campos sembrados de lavanda (la crisis ha servido para recuperar estos cultivos tradicionales en la zona); cruzarán el impresionante Arroyo Blanco (desemboca en la rambla de la Rogativa); verán las colmenas diseminadas por el bosque (a punto de ser retirados para que las bajas temperaturas no mermen la colonia) y les recibirán, al fondo, los picos, casi gemelos, de Los Grajeros (donde antiguamente anidaba el quebrantahuesos).

Recomendaciones

  • Va circular y caminar por terrenos privados, así que sea respetuoso. Además es zona habitada por aves rapaces, mamíferos carnívoros y valiosas especies vegetales que hay que conservar. Lleve agua, ropa de abrigo y prismáticos para disfrutar de las amplias vistas y del elegante planeo de los buitres. Y recuerde, la mejor huella de su paso por el monte es la que no se deja.

Cuando se encuentre ya sobre el barranco del Cantalar, detenga su vehículo y salga a estirar las piernas. El terreno, aparentemente resbaladizo, permite moverse con facilidad, pero tenga cuidado con no pisar la gayuba, una rarísima especie vegetal que ayuda a que los restos detríticos de las dolomías del terreno, en degradación, se mantenga firme y no sea arrastrado por las escorrentías. Como antiguas murallas y torres o primitivos menhires, las agujas de caliza se alzan desde el fondo del barranco como si de un infinito ejército de guerreros, como los de Xian, hicieran guardia en este enclave.

Dónde comer

  • Bar Pereas. C/ Alonso,1. Calar de la Santa (Moratalla). 968 738103 y 627 658587. Amplio surtido de tapas y comidas por encargo. También alquilan casas rurales.

Cuando inicie el paseo, justo por la pista de tierra que hay frente a la planta envasadora de agua de Cantalar, no se despiste en la primera bifurcación -si toma la pista de la derecha terminará en Hoya Alazor y Majarazán- y escoja la pista de la izquierda, que le conduce a la cumbre de Villafuerte.

Por el camino -¡estamos de suerte!- la fauna que puebla la zona va dejando pistas de su presencia y Cristina Sobrado, guía en las rutas 'Descubriendo Moratalla', que nos acompaña nos ayuda a leerlas. Así, junto a los más comunes excrementos de zorro -casi siempre sobre terreno elevado- y las huellas de la tierra removida que dejan los jabalíes en busca de patatas de monte o trufas, encontramos las deposiciones de garduñas y turones que los delatan. El camino rodea la cumbre y sube junto a un ramblizo. Esta pista de tierra hay que dejarla a la altura del paso de agua encementado -a la derecha verá la pared de El Toral con un rojísimo arce coloreando su vertical caída y a la izquierda la cresta que le subirá, como por una escalera, hasta el punto más alto de Villafuerte-. Desde ese punto, deberá trazar una diagonal monte a través para llegar, en unos cientos de metros y siguiendo las sendas trazadas por las cabras monteses, a la citada cresta, por la que ascender.

Un paseo perfumado

En su camino hasta el punto más alto de Villafuerte el olor de la ajedrea, el espliego y el tomillo perfumarán su paseo y accederá hasta la cumbre por una de las entradas al poblado tardo-romano visigodo de Villafuerte -en una pequeña diaclasa que hace de antemuralla y junto a la que crece un enorme arce-, que delata un pequeño murete de piedra casi derruido.

Ya en la cumbre, divisará toda la cresta en la que se estableció el enorme poblado visigodo conocido como de Villafuerte. Si sigue en dirección norte, por las sendas de las cabras, y superado el pequeño collado podrá ver los restos de una carbonera -usada hasta hace relativamente poco por los propietarios de los terrenos para fabricar carbón vegetal- y las huellas de las viviendas, formaciones redondas plagadas de pequeñas piedras con las que estaba construido el muro. Las vistas desde esta zona son impresionantes, además pisará los valiosos prados de alta montaña de la sierra. Cuando se haya regalado la vista viendo desde El Servalejo hasta el techo de la Región, Revolcadores, y Los Odres, pasando por los cortados del Campo de San Juan y la sierra del Zacatín, deberá volver sobre sus paso y, cruzando los prados y un ramblizo, seguir hacia el sur por la senda de cabras casi imperceptible, que le conducirá hasta lo que fue el segundo acceso al poblado visigodo, pasada una llamativa cresta de calizas.

Justo bajo la ladera se encuentra la envasadora de agua de Cantalar y se obtiene una magnífica vista del barranco del mismo nombre; siga por la ladera en dirección este y cuando supere al llamativo guardián dolomítico, hay que coger el desagüe natural (hay al lado uno de esos pinos laricios rompepiedras) en el que podrá ver las huellas de la población de buitres leonados -vemos una de sus plumas junto a restos óseos de cabras y ovejas-. Siguiendo ese pliegue llegará de nuevo a la pista por la que ascendió desde la envasadora de Cantalar, un nacimiento declarado minero-medicinal en 1891 y del que se extraen más de 7 millones de litros de agua al año.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios