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Ramón Navarro, José Micol y Luis Belaño, víctimas de la banda terrorista ETA, caminan por una plaza del centro de Murcia. Javier Carrión / AGM
Las víctimas de ETA de la Región de Murcia: «No nos merecemos este final»

Las víctimas de ETA de la Región de Murcia: «No nos merecemos este final»

Los afectados reclaman que la banda aclare los 350 crímenes que aún quedan sin resolver: «No hay perdón sin justicia». Las víctimas de ETA exigen que no haya impunidad tras una disolución que tildan de «paripé»

Alicia Negre

Murcia

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Domingo, 6 de mayo 2018, 08:03

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Remedios solo tenía 12 años cuando una llamada de madrugada a su casa cambió su vida para siempre. El 31 de octubre de 1982 una carga de diez kilos de Goma 2 convirtió a su padre, el policía nacional José Miñarro -fallecido el pasado verano-, en el murciano herido de mayor gravedad en un atentado de ETA. El ataque, perpetrado en el barrio de Arana, en Vitoria, se cobró la vida de uno de sus compañeros, el granadino Francisco González Ruiz, y postró a su padre en una silla de ruedas. «Aquella noche no le tocaba guardia, así que nos creímos la versión de que le habían operado y mi madre se fue para el norte», recuerda su hija, hoy delegada en Murcia de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT). «Estaba totalmente quemado y la vida para él, a partir de entonces, fue muy limitada». Esta vecina de Alcantarilla, como el resto de decenas de víctimas que dejó tras de sí el terror de ETA, asiste al agónico final de la banda con rabia e indignación. «Es un paripé», recalca. «No nos han pedido perdón y siguen humillándonos». El comunicado que la organización lanzó esta semana para anunciar su disolución y el posterior acto de escenificación en la localidad francesa de Cambo-les-Bains no ha hecho más que reavivar el dolor de una herida que aún está abierta. «Para nosotros hubo un antes y un después de ese día», recalca Remedios. «Eso no se perdona».

La sangrienta historia a la que la banda trata esta semana de poner punto y final dejó en la Comunidad una quincena de muertos -la gran mayoría de ellos guardias civiles y policías nacionales destinados en el País Vasco- y decenas de heridos. La cifra se eleva a más de setenta si se contabiliza a todas las personas que han resultado afectadas por esta lacra -viudas, huérfanos...- a lo largo de décadas de terror. Todos ellos, aunque agrupados en diferentes asociaciones, comparten la misma tristeza y cautela a la hora de valorar un anuncio de disolución de la banda que, sostienen, llega tarde y es insuficiente. En este sentido, las víctimas murcianas se suman a la reivindicación de un centenar de intelectuales y afectados por el terrorismo que han suscrito un manifiesto en el que exigen a ETA el esclarecimiento de 358 crímenes que aún están sin resolver -ninguno de los cuales afecta a murcianos, según explican las asociaciones-.

El estallido de una granada

«No puede haber perdón sin justicia», remarca una y otra vez Alejandro Urteaga. Este suboficial de la Guardia Civil tuvo que abandonar su vocación a raíz de un atentado que sufrió el 21 de noviembre del año 2000 en Guipúzcoa. Una granada estalló a su lado mientras hacía el turno de guardia en el puesto de centinela del cuartel de la Benemérita de Irún. En estos 18 años, el portavoz de Voces contra el Terrorismo en la Región se ha sometido a casi una veintena de operaciones para tratar de aminorar las secuelas físicas que le dejó ese atentado. «Tomo 21 pastillas diarias para soportar unos dolores que no me dejan dormir», subraya.

Sus cerca de diez años en el País Vasco trabajando como escolta de políticos y empresarios amenazados por la banda imprimieron en él, además, una huella indeleble mucho más difícil de borrar. «Con todo lo que ha pasado esta semana vienen una y otra vez los recuerdos de los compañeros que perdí», lamenta. «Vi a gente morir en atentados y a hijos de mis compañeros suicidarse por el 'síndrome del Norte' -la presión psicológica de trabajar en el País Vasco y Navarra, bajo la directa amenaza terrorista-».

«Para nosotros hubo un antes y un después de ese día», lamenta Remedios Miñarro, cuyo padre quedó parapléjico en un atentado. «Eso no se perdona»

Urteaga considera que la banda ha decidido escenificar su disolución porque ya ha logrado meter cabeza en el Congreso de los Diputados, en el Gobierno vasco, en los pueblos. «Han conseguido con la política lo que no habían logrado en muchos años», lamenta. «Están consiguiendo lo que querían».

La petición de perdón público a todos los afectados es uno de los aspectos que las víctimas del terrorismo considera imprescindible para comenzar a hablar del fin de ETA. «Tratan de blanquear todo lo que han hecho», remarca Luis Beñago, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en la Región de Murcia (Amuvite). «Aquí no ha habido dos bandos. Solo asesinos y víctimas».

Otro de los requisitos de los afectados es el cumplimiento íntegro de las condenas. Uno de los aspectos que más les preocupa es que el final de la banda pase por otorgarles concesiones a los etarras. «Tenemos miedo a lo que el Gobierno les dé a cambio», explica Urteaga. El debate sobre la dispersión de los presos de ETA es un melón de cuya apertura las víctimas no quieren ni oír hablar. «Esa política tiene su lógica», remarca José Micol. «Trata de evitar que puedan volver a reagruparse».

Las víctimas mortales del terror

  • Jerónimo Vera García. Sargento de la Guardia Civil, 45 años y natural de Fuente Álamo. Casado y con dos hijos. Asesinado el 29 de octubre de 1974 en Pasajes (Guipúzcoa). Un etarra le disparó.

  • Lorenzo Soto Soto. Guardia civil lorquino, de 24 años. Murió ametrallado el 25 de septiembre de 1978 en un mercado de San Sebastián. Recibió 17 balazos.

  • Simón Cambronero Castejón. Cabo de la Policía Nacional. Fue asesinado por ETA el 8 de febrero de 1979 en Barcelona.

  • Ginés Pujante García. Sargento de la Policía Nacional. Asesinado el 7 de abril de 1979 en San Sebastián. Natural de la pedanía murciana de San Ginés, tenía mujer y dos hijos

  • Juan Bautista Peralta Montoya. Cabo de la Policía Nacional. Asesinado el 7 de abril de 1979 en San Sebastián. Tenía 30 años, una esposa y tres hijos.

  • Miguel Orenes Guillamón. Cabo de la Policía Nacional. Asesinado el 7 de abril de 1979 en San Sebastián. Era natural de la pedanía murciana de Rincón de Seca. Dejó una viuda y un hijo.

  • Ángel Baños España. Este cartagenero de 46 años, casado y con cinco hijos, fue asesinado con una bomba en Lemóniz (Guipúzcoa).

  • Constantino Ortín Gil. General de la división. Fue asesinado en Madrid el 3 de enero de 1979 por cuatro terroristas, que le dispararon a bocajarro. Tenía 64 años y estaba casado. Era de Murcia.

  • Ramón Martínez García. Este policía nacional, natural de Ceutí, fue asesinado el 25 de marzo de 1983 en Rentería (Guipúzcoa). Tenía 33 años. Casado y con dos hijos.

  • Julio César Sánchez Rodríguez. Cabo primero de la Policía Nacional asesinado en octubre de 1986 en Bilbao. Un joven le disparó en la nuca en presencia de sus cuatro hijos, a los que había ido a recoger al colegio.

  • Juan Pedro González Manzano. Policía Nacional. Natural de Molina de Segura. Tenía 34 años, una mujer y una niña. Fue asesinado el 29 de septiembre de 1989 al estallar una bomba en su coche.

  • Diego Torrente Reverte. Este policía nacional fue acribillado a tiros mientras lavaba su coche en 1984. Era natural de Puerto Lumbreras. Estaba casado y tenía 3 hijos.

  • Francisco Carrillo García. Soldado. Asesinado el 6 de febrero de 1992 en Madrid. Tenía 22 años y estaba haciendo la mili. Conducía un vehículo que fue atacado con un coche bomba.

  • Ángel García Rabadán. Única víctima mortal de ETAen la Región. Fue asesinado el 10 de febrero de 1992 en Murcia con un coche bomba. Natural de Rincón de Seca, tenía 47 años, estaba casado y tenía tres hijos.

Micol agota un cigarro en una plaza de Murcia junto a su compañero Ramón Navarro. Estos dos policías nacionales compartieron desventuras en los años ochenta durante su servicio en el País Vasco -«nos decían de todo», recuerdan- . Circulaban juntos aquel 25 de marzo de 1983 cuando resultaron heridos en un atentado terrorista en Oyarzun (Guipúzcoa). «Íbamos cuatro coches por la autovía y empezaron a dispararnos desde una altura», recuerda Ramón. «Se cebaron con nosotros».

En ese ataque sorpresivo y despiadado perdió la vida su cabo, el ceutiense Ramón Ezequiel Martínez García. «Era una persona maravillosa», lamenta Micol, que no está dispuesto a pasar página. «Ni tengo alzhéimer para olvidar ni soy Dios para perdonar», remarca, «así que yo ni olvido ni perdono».

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