Borrar
Uno de los investigadores de la Guardia Civil, conduciendo a uno de los tres sospechosos hasta el juzgado de San Javier. G. C.
Una juerga de muerte

Una juerga de muerte

Los tres jóvenes encarcelados por su supuesta relación con el asesinato de una feriante en San Pedro del Pinatar se gastaron el dinero del botín en decenas de copas y en cocaína, durante un fin de semana de fiesta salvaje por las discotecas. Las diligencias del 'caso Carrusel', que resumen la minuciosa investigación de la Guardia Civil, revelan con detalle la actuación de los sospechosos antes y después del crimen

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 6 de agosto 2017

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

«Vosotros vais con todos los gastos pagados». No puede decirse que esas siete palabras que el cabeza loca de Ismael escupió al micrófono de su móvil hacia las 23 horas de aquella noche, la del pasado 17 de marzo, viernes, sean de esas que acaban cambiando el rumbo de la Historia. Pero desde luego sus efectos no fueron inocuos. Pues es asunto bien grave que aquella invitación a sumarse a un fin de semana de juerga salvaje y gratis total, que Juanma y Luis se apresuraron a aceptar -faltaba más-, acabara poniendo punto y final a la particular historia vital de la buena de Isabel Ruiz González. Una vecina de San Pedro del Pinatar, esta, que no otra cosa había hecho en sus 71 años de existencia más que trabajar como una burra para sacar adelante una extensa prole y, tampoco hay por qué negarlo, darse algún que otro capricho en forma de joyas con los bien ganados dineros que un día le fueron proporcionando sus atracciones de feria.

El caso es que aquella noche Isabel ya debía de haber tomado pista en su amplia cama, y si no estaría ultimando el aterrizaje, cuando Luis y Juanma pusieron rumbo con un Renault Twingo hacia la urbanización Roda Golf. Allí, junto a la entrada del 'resort', a los pies de un semáforo, subieron a bordo a Ismael y salieron zumbando hacia el primero de los muchos garitos que habrían de hollar con sus deportivos a lo largo y ancho de las siguientes 48 horas.

La llamada de Ismael -apodado 'El Rico' quizás por la generosidad con la que derrochaba un dinero casi siempre menos propio que ajeno- había tenido un efecto místico para los otros dos colegas, que no en vano estaban ese fin de semana más tiesos que la mojama. No era el caso de Ismael. El payo esgrimía un buen taco de billetes, que más tarde acabarían sospechando que procedía de la venta de diversas herramientas y materiales -valorados en unos 30.000 euros- que habría sustraído presuntamente, esa misma jornada, de una empresa constructora de la que sus padres son socios. La propia furgoneta que en un momento dado todos acabaron utilizando en sus desplazamientos festivos tenía el mismo origen, aunque tampoco era cuestión de ponerse excesivamente melindrosos. De hecho, ni siquiera le sacaron la menor pega a los billetes manchados de sangre que habrían de llegar después.

«Regresó con las manos llenas de joyas. Al arrancar dijo: '¡La he matao, la he matao!' En las noticias veréis que he matado a la abuela de mi novia» LOS DETENIDOS Ismael B.L. Presunto autor material Vecino de San Pedro del Pinatar, de 24 años. Tuvo una relación con una de las nietas de la víctima y sabía que esta guardaba dinero y joyas en su casa. Su ADN ha aparecido en la escena del crimen. Sus dos amigos lo acusan. Luis S.J. Presunto encubridor Vecino de San Javier, de 26 años. Tiene un largo historial de delitos violentos y ha pasado cuatro años en prisión. Afirma que no sabía que Ismael iba a robar en casa de Isabel ni mucho menos que fuera a matarla. Juan Manuel B.G. Presunto encubridor Vecino de Torre Pacheco, de 27 años. No tiene antecedentes. Ha admitido que se inventó una primera versión del crimen, junto a Luis, para exculparse. También insiste en que no imaginaba que Ismael fuera a asaltar una vivienda y a matar a una mujer.

'Parada técnica'

Tras una breve 'parada técnica' en una vivienda situada junto a los juzgados de San Javier -bonita ironía-, con el fin de aprovisionarse de cocaína, se desplazaron a la discoteca Macanao de Los Alcázares. Música a todo volumen, un puñado de copas y unos cuantos 'tiros' para irse poniendo a tono. Y hacia las cuatro de la mañana se encaminaron hacia Murcia, a la zona de ocio de Mariano Rojas, donde -¡chunda, chunda, chunda!- bien tuvieron tiempo de recorrer unas cuantas discotecas hasta que los relojes brincaron del mediodía del sábado.

Habría sido más que suficiente casi para cualquiera, pero no para ellos. De manera que, tras un breve paso por la casa de Juanma, en Torre Pacheco, enfilaron hacia Lo Campano, en Cartagena, con el propósito de adquirir más cocaína, y hacia las diez de la noche ya iban de camino a Torrevieja. Más música, más copas, más 'tiros', más risas, más, más, más...

Hacia las dos de la madrugada del domingo, 19 de marzo, festividad de San José por más señas, se encontraban de nuevo en San Pedro del Pinatar. El círculo parecía cerrado y Juanma ofreció las primeras muestras de flaqueza -manifestó que le apetecía marcharse a casa a descansar un rato-, pero Ismael lo disuadió rápidamente. «Ni de coña», le regañó. «Esperad aquí, que voy a por dinero», que es lo que Luis y Juanma sostienen, en sus declaraciones ante la Guardia Civil, que les dijo.

«Volvió 20 o 25 minutos más tarde. Traía las manos llenas de joyas de oro y las guardó en el habitáculo que hay tras la tapa del combustible. Junto a las joyas se apreciaba un buen puñado de cabellos, rubios o blancos», relató Juan Manuel tras ser detenido esta semana. Ismael, añadió, parecía muy nervioso. Fue al arrancar la furgoneta cuando aseguró: «¡La he 'matao', la he 'matao'!».

Siempre según las diligencias judiciales del 'caso Carrusel', que resumen la exhaustiva investigación de la Benemérita y a las que 'La Verdad' ha tenido acceso, Luis y Juanma comenzaron entonces a preguntarle «qué tonterías estaba diciendo, que a quién había matado», e Ismael les habría respondido: «No me vais a creer, pero mañana, cuando esto salga en las noticias, comprobaréis que he matado a la abuela de mi hija».

Un fajo de billetes

No debieron de durarle mucho los remordimientos, pues unos minutos después ya había cambiado las joyas por unas cuantas dosis de cocaína y entre 800 y 1.000 euros, que son los que le entregó un clan especializado en la compra de oro robado. «Salió con un fajo de billetes», ha confesado Luis esta semana.

Hacia las cinco de la madrugada del domingo emprendieron la marcha hacia Torre Pacheco, donde se cambiaron de ropa en casa de Juanma, y se dispusieron a continuar con el salvaje fin de semana de juerga que ya llevaban bien mediado. La furgoneta volvió a cubrir el camino hacia Murcia, de nuevo hacia Mariano Rojas, hacia la discoteca Gurú.

Ismael, a quien en el trayecto se le veía agobiado mientras explicaba que la mujer lo había reconocido y la había matado asfixiándola con un cojín, mientras le decía 'sssshhhhh' para que no gritara, estaba ahora desatado. Pagaba copas a cualquiera con quien se cruzara y dilapidaba el dinero como si le quemara en las ingles a través del forro de los bolsillos.

No fue hasta las cuatro de la tarde cuando dijeron basta y retornaron a Torre Pacheco. Para ese momento, Luis calcula que se habría tomado unas 40 o 45 copas a lo largo del fin de semana, unos tres gramos de cocaína y una pastilla. Juanma, más moderado, fijaba su particular balance en unas 25 copas y un par de gramos de farlopa. Sobre Ismael no existen estimaciones, ya que se ha negado a declarar, pero casi cualquier conjetura sirve. Razones tenían todos ellos, en cualquier caso, para descansar un largo rato.

Se disponían a chafar las respectivas orejas contra el brazo de un sillón cuando apareció un hermano de Juanma y les echó de casa. «Pues vamos a pillar un hotel en Los Narejos», les propuso Ismael, siempre según las diligencias. Al día siguiente, lunes, cuando quiso Dios que amaneciera para ellos, cubrieron el enésimo trayecto hasta Torre Pacheco. Ismael entró en una zapatería y se compró unos deportivos. Los que llevaba, en apariencia unos Nike de color azul, acabaron en un contenedor.

«¿Os dijo por qué se cambió los zapatos y tiró los otros?», preguntó un policial judicial a Juanma tras haberlo detenido. «Sí, para evitar que pudieran identificarlo por las zapatillas, porque decía que había pisado dentro de la casa».

En realidad, el autor -o autores- del asalto había hecho algo más que eso. Había reventado la puerta de entrada a la casa de Isabel de un monumental patadón -la huella de la suela fue obtenida sin grandes problemas por los agentes de la Policía Científica- e incluso, en apariencia, se permitió fumarse un par de pitillos en el patio. Allí quedaron dos colillas, que no pasaron por alto los investigadores y en las que se acabó hallando el perfil genético de Ismael.

Ponen tierra de por medio

El cuerpo de Isabel fue hallado a primera hora de la mañana del domingo por su hijo Gregorio. Como la mujer sufría diabetes y apenas sabía leer, era su vástago quien cada jornada, bien temprano, la llamaba para decirle cuánta insulina debía administrarse. Ese día, la mujer no respondió al teléfono. Y en cuanto Gregorio puso el pie en la casa ya intuyó que nada bueno le aguardaba allí dentro: la puerta de entrada estaba abierta y el chalé aparecía revuelto por completo.

Siguió avanzando sobre los enseres esparcidos por el suelo y llegó hasta el dormitorio. Constató que sobre la cama se amontonaban todos sus temores. Habían tomado la forma del cuerpo exangüe de su madre.

Los investigadores pronto sumaron dos y dos. Era evidente que alguien había penetrado por la fuerza en la vivienda, con el aparente ánimo de robar, y que tras ser sorprendido por la dueña, la había matado, muy posiblemente por miedo a ser identificado. Además, resultaba evidente que el objetivo no había sido elegido casualmente, pues los familiares de la víctima confirmaron que esta guardaba en casa - metido en bolsas de basura y repartidas por improvisados escondrijos, como el horno o los botes de legumbres- bastante dinero y joyas de gran valor.

La hipótesis principal de trabajo fue que el responsable -o responsables- del crimen era alguien del entorno, que conocía de la existencia del dinero y de las alhajas y que podía haber sido reconocido por la víctima durante el asalto.

El objetivo no tardó en centrarse en Ismael B.L., un chaval del pueblo, de 24 años, quien había mantenido una relación afectiva con una de las nietas de la fallecida. La chiquilla se había quedado embarazada y había dado a luz a un niño, aunque para ese momento la pareja se había disuelto. Los agentes averiguaron que el chico era adicto a la cocaína, que dos días antes del crimen había sido denunciado por robar en la empresa de sus padres y que se había corrido ese fin de semana una buena juerga con dos colegas.

Para más inri, cuando le tomaron declaración a su exnovia, esta confirmó que Ismael había estado en casa de su abuela al menos en cuatro ocasiones y que conocía que guardaba gran cantidad de dinero y joyas. Más todavía, les leyó el mensaje de WhatsApp que se habían cruzado dos conocidas suyas: «Nena, acabo de estar en San Pedro y un colega mío me ha dicho que fue Ismael quien mató a la abuela de Wendy. ¿Tú sabes algo? Es que al final tengo yo razón y fue el Ismael, acuérdate».

La pieza estaba fijada. Sabiéndose investigado, el principal sospechoso había puesto tierra de por medio y se había marchado a Madrid a trabajar, aunque lo cierto es que las faenas que iba encontrando se esfumaban antes que un ratón en el terrario de una boa. A través de su teléfono, intervenido con orden judicial, los investigadores le escuchaban excusarse con sus colegas de la muerte que injustamente, decía, le querían atribuir. Pero su suerte estaba echada: su ADN había aparecido por todos lados en el escenario del crimen y era cuestión de días que acabaran echándole el guante.

El pasado 13 de junio, charlando con un tal Alfonsico, volvió a insistir en que no le había quedado otro remedio que cambiar de aires, «porque aquí en el pueblo me echaban la culpa de haber matado a una mujer, a la abuela de mi novia». Nada nuevo hasta ahí. Pero seguidamente se le fue la boca. «Entraron, entraron a pegarle el palo y la mataron en la cama. Sabes, la dejaron, la ahogaron ahí, y ahora me echan la culpa a mí».

Se le fue la lengua

Los policías judiciales se echaron encima de esas frases. Repasaron las informaciones que los medios de comunicación habían publicado sobre el crimen y, aunque era cierto que habían desvelado que el cuerpo de Isabel había sido hallado en su cama, no existía apunte alguno sobre la manera en que había muerto. El dato referente a que la muerte había sido provocada por asfixia, por sofocación -«la ahogaron», como bien había asegurado Ismael- solo podían conocerlo los propios investigadores y el asesino. Era la guinda del pastel.

El pasado martes, Ismael y sus dos colegas de farra se encontraron con las muñecas esposadas a la espalda. Los dos últimos realizaron algo parecido a una confesión, aunque vertieron todas las culpas en el primero. Ismael se negó a declarar.

Los tres se encuentran ya en prisión. A la espera de que la investigación determine el papel exacto jugado por cada cual en esta historia.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios