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Miguel Ángel López, en el centro del grupo, con el japonés Yusuke Suzuki, actual 'recordman' mundial de la distancia, a la derecha.
Pekín se rinde al hombre tranquilo

Pekín se rinde al hombre tranquilo

«Vengo a por el oro», avisó Miguel Ángel, que lo logró tras una carrera en la que fue paciente hasta el hachazo final

CÉSAR GARCÍA GRANERO

Lunes, 31 de agosto 2015, 12:30

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Aquel mengajo que llegó a la marcha de rondón, al sustituir a un amigo lesionado, se convirtió ayer en campeón del mundo: de la casualidad al trono en veinte años. En medio han quedado muchos sudores, muchas zancadas, muchos kilómetros y muchas duchas frías, una manía de Miguel Ángel López para avivarse antes de cada carrera. También aquella charla en el avión de José Antonio Carrillo, su entrenador, cuando venían de Daegu, para convencerlo de que no era un cualquiera. Su mérito en la Región es formidable, han hecho de la marcha, un deporte de minorías, un deporte cinco estrellas. Lo demostaron ayer en Pekín, donde el atleta de la UCAM se convirtió en el primer murciano que gana un oro en un Mundial de atletismo y en el octavo español en lograrlo. Imperturbable, flemático, parsimonioso, controlando todo como si no controlara y compitiendo casi como si no compitiera. Así es él, puede pasarlas canutas, pero parece que no sufre. Miguel Ángel, un tipo sereno y casero, con los pies en la tierra y la cabeza amueblada, ganó como más le gusta: amadrigado primero y desaforado al final. Como envasado al vacío al principio y con el cuchillo afilado después, cuando ya no importaban la contaminación, de la que se quejó a su madre días antes, ni los ramalazos de un resfriado que pilló al olvidar la toalla en un entrenamiento. El Nido, donde entró sonriente y con el dedo erguido, esperaba al rey de los 20 km, que se sabe el mejor. «Aspiro a todo, por qué no. Yo para lo que me he preparado es para el oro», había dicho. Quien lo conoce sabe que eso, en él, tan humilde, no es jactancia, sino fe. Ayer ganó en Pekín y es una fuerza de la naturaleza que no se conforma. Por qué un solo cielo cuando tienes toda una América, canta Serrat, y él lo sabe. Ese dedo erguido sigue en Pekín, pero ya apunta a Río. Ya mira a América.

  • Fue el tiempo de Miguel Ángel, su mejor marca personal, con el chino Wang a 15 segundos. Tercero fue el canadiense Benjamin Thorne.

  • Fue el tiempo de Álvaro Martín, que acabó 17º, mientras que Diego García, el otro español, fue 30º.

Atrás deja una una carrera monumental, casi una obra de arte, culminada con una técnica prodigiosa y eso que en sus comienzos tenía un molesto vaivén de hombros que le costó corregir. Eran tiempos en los que iba solo por las carreteras de Llano de Brujas y no le gustaba, acostumbrado como estaba a salir a entrenar con su grupo del Club de Atletismo local. Pero nadie quería hacer marcha y él, empecinado y voluntarioso ya entonces, llamó a las puertas del mejor, José Antonio Carrillo, del Athleo. Al menos, ya no estaba solo, aunque aquello le costó pegarse unos tutes tremendos. Salía del instituto Severo Ochoa de Los Garres y, como no tenía coche, cogía el autobús hasta Cieza, se daba la tunda del siglo y volvía a Llano de Brujas ya de noche.

Ahora, a sus 27 años, su técnica es intachable -ayer acabó sin una sola amonestación-, pero no es solo su técnica, es su calma la que lo convierte en un fuera de serie. Ayer fue 'a rueda' al principio, agazapado pero atento a todo, tranquilo pero con cien ojos, y muy pegado al japonés Suzuki, actual 'recordman' mundial y quizá el hombre más temible en carrera. Pero el pequeño corredor nipón, muy discernible en el grupo por su figura juncal de tan delgada y su gorra con velo, estaba lesionado. Aguantó media carrera y acabó en la cuneta, justo antes de que la prueba se desatara.

Casi ni agua

Miguel Ángel, a lo suyo, sereno, tranquilo, calmo, con el rostro marmóreo allá donde los chinos, siempre en cabeza, empezaban a desencajarlo. Ni siquiera se le vio beber mucha agua. «Quiero el oro», había dicho antes el actual campeón de Europa. «Si puedo lograrlo, por qué renunciar a ello». No lo hizo. Gafas de montura roja, cruz de Caravaca al pecho, zapatillas negras. Ahí estaba el de Llano de Brujas, en medio del grupo, y no se alteró ni cuando el chino Wang, bronce olímpico, mostró sus cartas, desenfundó y dio un paso al frente.

Junto a Carrillo, su padre deportivo, su lugarteniente, su mosca cojonera, pero, al fin y al cabo, su mentor, su gran artífice, llegó a Pekín tras darse una paliza de aúpa en Font Romeu, bien alto, para acostumbrarte a rendir con menos oxígeno y tener más confort en llano. Es el propio Carrillo, más enérgico, más nervioso, más sanguíneo que su pupilo, quien le da agua en su puesto de avituallamiento. Miguel Ángel se enjuaga la boca, da un trago y se vacía en la cabeza el resto. 23 grados, la temperatura no es excesiva, pero el kilómetro 15 ya ha quedado atrás y la distancia empieza a arponear a los atletas. Quien más quien menos va algo desmenuzado. Por delante ha saltado el chino y Miguel Ángel parece desfallecer, no solo no lo sigue, sino que pierde unos metros respecto al grupo perseguidor.

Pero su fe, su templanza y su preparación no le permiten flaquear. No ahora. Y eso que esta vez no ha sido como en Zúrich, donde llegó con el tiempo justo, como le gusta a Carrillo. «Cuando estaba con Juanma Molina -medalla de bronce mundial- preparando los Juegos de Atenas, nos enteramos de que muchos se iban para allá con antelación para aclimatarse. Nosotros decidimos que lo mejor era quedarse para sacar el máximo partido a la preparación en altura», dice el entrenador. Juanma fue quinto, un gran resultado, y desde entonces a Carrillo le gusta apurar hasta la bocina. Así hizo en Zúrich, el año pasado, cuando Miguel Ángel se convirtió en campeón de Europa tras un arreón final colosal, pero no apto para cardíacos. Sin embargo, en Pekín, como el año que viene en Río, el vaivén de horarios no le permite arriesgar tanto. Por eso se fueron una semana antes y se llevaron jamón y queso en la maleta, por si las moscas.

Suena el reloj

Es igual, con Miguel Ángel no hay estrategia mala. Mientras el chino sigue delante, el murciano, difuminado por los chorros de agua que escarchan la carretera y refrescan a los marchadores, ya está en el grupo perseguidor y se ha puesto en cabeza. Ha llegado la hora, suena el reloj para el hombre tranquilo, que tiene a la vista a Zhen Wang y va a por él. El ídolo chino lleva dos rojas y a la tercera se irá a la calle, no puede arriesgar y Miguel Ángel lo sabe. Por eso se lanza sin paracaídas y empieza a atijerar la distancia hasta darle alcance. Al murciano se le ve torcer el gesto, pero solo un poco, para que no se piense que no es humano. A su lado, el chino parece aguantarle, pero su cara lo delata: el sofocón es de campeonato, va al límite.

«He disfrutado», llegó a decir al final Miguel Ángel, que tras unos minutos a la par del chino, da otro estirón, la estocada mortal para Wang, que empieza a 'perder rueda' y Miguel Ángel sonríe. Se ve campeón, el primer murciano en conseguirlo. «Yo vengo a por el oro», había dicho Miguel Ángel. Y a por el oro fue. Entró en el Nido con el chino ya a 15 segundos, un mundo, y se permitió incluso saludar a Borja Vivas, que calentaba para la clasificación en peso. No hubo lágrimas ni emociones desatadas. Con el dedo erguido, tranquilo, sonriente, contenido, como es él, celebró el triunfo. Pekín estaba a sus pies y ya es historia. Ahora el dedo apunta a Río.

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