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Ese asqueroso trofeo

Artículo de opinión de José Antonio Martínez-Abarca

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ-ABARCA

Domingo, 21 de diciembre 2014, 10:43

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La vieja Copa Intercontinental de fútbol fue, casi desde el principio, una copa colmada de sangre y el Mundialito de clubes que la ha sustituido se basa, por tanto, en un crimen familiar, como las dinastías que tienen un muerto tapiado en un doble fondo del salón. La Copa Intercontinental, que enfrentaba al campeón de Europa con el campeón de Sudamérica, fue casi siempre, a partir de mediados de los años 60, una especie de matanza del cerdo trasladada ritualmente a la cancha. Quienes ponían la carne eran los equipos europeos, normalmente para que los despacharan con algún experto corte argentino, o si acaso uruguayo. Aquellos partidos jugados a doble encerrona, o a triple si se producía empate a puntos y goles, hacen que la inolvidable -tan inolvidable como los antecedentes penales- semifinal de Copa de Europa del 74 entre el Celtic de Glasgow y el cachicuerno Atlético de Madrid de entonces, parezca por comparación un garden party entre vecinos encantadores.

Las ediciones de 1967, 68 y 69 perfeccionaron lo que Luis Aragonés llamaba el otro fútbol, el que había mostrado al mundo la selección argentina en el Mundial de Inglaterra del 66, y que es el auténtico origen de la cerval enemistad deportiva entre las selecciones de la cruz de San Jorge y la albiceleste -no, como se suele repetir cómodamente, la Guerra de las Malvinas-. Si pudiéramos elegir un instante para señalar el inicio de esas hostilidades nacionales fue cuando el capitán argentino Antonio Rattín, al que el árbitro había expulsado de viva voz, se sentó sobre la alfombra roja exclusivamente dedicada para la reina Isabel. Lo tomaron como una profanación, y además en la catedral de Wembley. Por Rattín se inventaron, a partir de ese momento, las tarjetas rojas. Lo tuvieron que sacar del campo unos bobbies con porra, y al pasar arrugó y tiró como un trapo el pendón británico que hacía de banderín de córner, lo que no hizo menos efecto que si lo hubiese quemado. En la Copa Intercontinental, a partir de ese año, ocurrieron cosas que incluso iban mucho más allá del otro fútbol, para entrar directamente en sucesos de comisaría.

Aquellos siniestros encuentros alcanzaron un punto de no retorno en los partidos internacionales en los que estuvo involucrado Estudiantes de la Plata, que en el 69, según la revista El Gráfico, y con un para la época inusitado titular, el affiche del machismo, escribieron la página más negra del fútbol argentino. Dado cómo se jugaba al fútbol en ese momento y ese país eso significaba bastante negro. «No, estudiantes, esto no fue hombría, no fue temperamento, no fue garra Esto fue la apología de la brutalidad y la locura», decía la revista. La dictadura militar argentina, que evidentemente no le hacía ascos al asesinato en masa, se vio en la obligación, para intentar lavar un poco la imagen ante un mundo que por entonces se asustaba infinitamente menos que hoy de estas cosas, de encarcelar a tres estudiantes que habían machacado a patadas la cabeza de uno del AC Milan. No sirvió más que para que el cejijunto fútbol español de entonces nacionalizara con documentos falsos a pandilleros que estaban vetados hasta en su país, pues alguno fue suspendido de por vida. Gracias al fichaje de este tipo de gente el estadio Los Cármenes de Granada era conocido como Los Crímenes, y hasta el Real Murcia llegó Echecopar, veterano miembro de los salvajes de Estudiantes cuyas hazañas aún hoy se cuentan en las consejas de viejas. Hasta dónde alcanzarían los siniestros presagios que despertaba la Intercontinental que durante buena parte de la siguiente década los campeones europeos se negaban a participar, mandando a los subcampeones (o a nadie, no celebrándose en dos ocasiones el torneo). En Sudamérica no faltó quien interpretase eso como admisión de inferioridad futbolística europea. Unos gallinas con olor a cagazo.

Mientras escribo aún no se ha celebrado la final de la Copa Intercontinental, hoy Mundialito, entre Real Madrid y el argentino San Lorenzo de Almagro, que en la misma época patibularia del Estudiantes de la Plata fue llamado el equipo de los matadores porque salían a matar... con su juego. Solo con fútbol el resultado sería previsible. Otra cosa es si se echa mano del otro fútbol. Durante esta semana el entrenador del San Lorenzo ha participado su intención de que los del Madrid «sientan el roce». Ese club tomó el apodo de los cuervos porque se fundan con el nombre de un cura de sotana (en México los curas son cacalotes, tomando también el nombre de esas aves oscuras). Que el simpático Papa Bergoglio sea su egregio hincha no tranquiliza. Al contrario. Igual que existe el marrullero otro fútbol, también puede que exista la otra Iglesia.

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