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María, con su perro 'Coto', disfrutando de una mañana de caza en los montes de Totana.
«Sin caza sería una María distinta»

«Sin caza sería una María distinta»

María Moreno Ponce Presidenta regional de Jóvenes por la Caza. Sobrevivió hace cuatro años a una bala de caza mayor en el vientre; «creí que iba a morir; incluso vi a mi abuelo, que había fallecido tiempo atrás, cogiéndome de la mano»

Ricardo Fernández

Jueves, 18 de diciembre 2014, 10:18

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Recibió un disparo mortal y hoy vive para contarlo. «No sé por qué me salve; fue un milagro», afirma María, echando mano de lo esotérico para tratar de ofrecer una explicación a lo inexplicable. Tenía quince años cuando, cazando la perdiz en mano por Carrascoy, un compañero de cuadrilla alojó por error en su escopeta una bala para la caza mayor, al confundirla con un cartucho de perdigones. Luego cometió un segundo error, más grave si cabe, que fue disparar hacia donde nunca debió hacerlo. El proyectil le impactó de lleno a la chiquilla en el vientre, causándole gravísimas lesiones a las que -todavía no sabe cómo- logró sobrevivir. Hoy, cuatro años después, hecha ya una mujer, María Moreno Ponce (Cartagena, 1995) se presta a rememorar el accidente, del que ya solo queda el terrible recuerdo y un tatuaje, dedicado a su padre, a su héroe, que reza: 'Fuiste mi sombra y mis fuerzas'. No parece disfrutar con el relato, pero sabe que muy pocos habrían gozado del privilegio de vivir para contar la historia.

-¿Qué recuerda de aquel día?

-Iba cazando con mi padre. Ya tenía escopeta, porque me había sacado el permiso con catorce años. Al sentir el impacto noté que quemaba. Y mucho dolor en la barriga. Luego me convencí de que me moría.

-Pensó que no iba a salvarse.

-Le decía a mi padre que no se preocupara, que no llorara, que no me iba a pasar nada, pero yo sabía que me moría. Mi padre se quitó la camiseta y me taponó la herida. Se puso junto a mí, tapándome el sol para que no me diera en la cara. Me tenía cogida la mano derecha y vi que mi abuelo José me sostenía la mano izquierda.

-Su abuelo, que había muerto unos años antes, ¿no es así?

-Sí, pero yo vi que estaba allí. Él nunca quiso que yo cazara.

-¿Le parecía una presencia real? ¿Se lo sigue pareciendo?

-Si, estaba allí, con su ropa de siempre. Más tarde, cuando me desperté en la UCI, me dio por llorar. Mi madre me preguntó qué me pasaba y le conté que había visto al abuelo.

-¿Se ha preguntado alguna vez por qué se salvó?

-Pues no lo sé. Fue un milagro. Todo el mundo, incluidos los médicos, se ponían en lo peor.

-Pues ni siquiera ese dramático accidente ha logrado vencer su afición a la caza...

-No. Nada puede con eso. Es verdad que al principio cogí miedo y la primera vez que volví a salir al campo, en la media veda, me pasé la noche sin poder dormir. Ahora, cuando salgo a la perdiz, me gusta ir sola con mi padre, sin que haya nadie cerca.

-La recuperación física sería además muy lenta por la gravedad de las lesiones...

-Tardé unos dos años en volver a cazar, que fue lo que tardé en volver a andar bien. La operación fue muy complicada, porque me destrozó toda la barriga, y además me dañó los nervios de la pierna izquierda. Tuve que hacer dos años de rehabilitación para volver a andar.

-¿Y no hubiera sido más fácil que dejara la caza?

-Más fácil, desde luego. Pero eso sería tirar la toalla. Y yo nunca la tiro con las cosas que quiero. Lucho por lo que me gusta, y la caza me gusta.

-¿Hasta qué punto le gusta?

-La caza es mi forma de vida. Si no cazara sería alguien distinto a quien soy, otra María. No sería yo.

-Seguro que todos sus amigos, usted es la única cazadora...

-Así es. Creo que ahora me entienden, aunque, claro, no les queda más remedio (ríe). La habitación de mi piso de estudiante, que comparto con dos chicas y un chico, la tengo adornada con mis cuadros y mis fotos de caza. Ahora, cuando llego el lunes, me preguntan cómo me ha ido el fin de semana en el monte.

-¿Y qué les cuenta? ¿Les explica las satisfacciones que le aporta?

-La caza me dio el peor momento de mi vida, pero también los mejores. Para mí, la caza es unión con mi padre. Esos momentos con él son únicos. Y luego me aporta esa sensación de libertad. Al final, matar a un animal es lo de menos. A veces, después de cazarlos, siento que me gustaría devolverles la vida.

-Sensaciones y sentimientos muy difíciles de explicar, ¿verdad?

-Por supuesto. El jueves pasado estuvimos mi padre y yo en Totana, a la espera del jabalí, y nos dieron las tres de la madrugada. Pasamos un frío terrible; no sentíamos las manos ni los pies, y encima no vimos nada, ni escuchamos nada. Pero llegas a casa con buen sabor de boca. Después, regresamos el sábado y maté una marrana.

-¿De qué lance se acuerda especialmente?

-El que más recuerdo es el del día en que estrené mi rifle. Me lo había regalado mi padre, antes del accidente, y no había podido cogerlo. Fuimos a una montería y escuché venir un jabalí. Mi padre estaba apoyado en el coche y ni se enteró hasta que disparé y lo abatí. Tenía una ilusión tremenda. Fue hace dos años en Topares (Almería).

-¿Qué le tira más, la caza menor o la mayor?

-¡Buf! Me encantan ambas. Pero si tuviera que elegir, la mayor. El jabalí, el venado, el arruí... Tengo muchos lances, pero no muchos trofeos.

-¿Cómo le explica a alguien de su edad que merece la pena la caza?

-Es muy difícil. Le diría que me acompañara un día, que viera el ambiente, las risas, las bromas, el almuerzo con los compañeros... La caza es mucho más que salir al monte a disparar. Se respira un ambiente sano que no encuentras en otros sitios.

-Y encima, en contra de lo que se puede pensar, no es un mundo machista. ¿Usted lo siente así?

-Por supuesto. Se dice que es un deporte de hombres, pero no es nada machista. A las mujeres nos respetan, nos quieren... Hacen que te sientas una más. A mí me conocen en todos sitios y soy la María de todo el mundo. Ni hay bromas machistas, ni nadie se propasa.... Son todos muy atentos. Yo me siento respetada y protegida entre cazadores.

-¿Y por qué cree que la sociedad actual, y sobre todos la juventud, es tan anticaza?

-Se quedan en eso de que somos asesinos. Muy pocos saben lo que cuida la naturaleza un cazador, que cuando hay sequía pone bebederos, que echa comida... Nos preocupamos mucho por el medio ambiente. Pero hay mucho desconocimiento.

-Usted preside la asociación Jóvenes por la Caza en la Región. ¿Cuántos socios son?

-Somos treinta. Todos jóvenes.

-Y todos hijos de cazadores, seguro. Parece que solo se puede entender la caza y sus valores si los has vivido desde pequeño en casa.

-Así es. Pero conozco una chica que no lo había vivido en su familia y que ahora se ha aficionado por un amigo.

-¿Qué futuro cree que le espera a este deporte?

-Pues le veo futuro y deseo que los jóvenes se vayan enganchando cada vez más. Espero que mejore, pero todos debemos luchar para que se conozca lo que es en realidad.

-Lo más difícil es explicar la muerte de un animal.

-Cuando lo explicas, te suelen entender. Yo les pregunto si los animales que ellos se comen están vivos. Para comer carne hay que matar al animal. Yo lo hago, pero otros parece que se sienten más tranquilos si alguien lo hace por ellos.

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