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Alejandro Valverde puso nerviosos a sus oponentes con un inesperado ataque a 25 kilómetros de meta.
Valverde se pone al servicio de Quintana

Valverde se pone al servicio de Quintana

El corredor murciano atacó camino de Córdoba para «poner nerviosos» a Contador, Froome y 'Purito', achicharrados de calor

J. GÓMEZ PEÑA

Miércoles, 27 de agosto 2014, 01:34

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En uno de los pocos días de calor del pasado Tour, en la contrarreloj final de Besançon, Valverde perdió su plaza en el podio. Abrasado por fuera y calcinado por dentro. El Tour, otra vez el Tour, le había derrumbado. Así, hirviendo, juró entre dientes que nunca volvería a esa carrera. Luego, ducha fría en medio, le vino la rabia. Valverde no es de los que se entregan. Y decidió que no podía rendirse así, derrotado por la ronda gala. Cambió su juramento: decidió regresar en 2015 y volver a enfrentarse al monstruo. Esa promesa íntima le separa hoy de renovar, como quiere, con el Movistar. En el equipo le dicen que se olvide del Tour, que para eso y para la Vuelta ya está Nairo Quintana. Que se dedique a las clásicas, a disfrutar. Que el Tour es un infierno al que no merece la pena volver. Pero Valverde quiere ir al infierno.

Tiene clavada esa tarde pegagosa de Besançon. Lleva el estigma del Tour marcado a fuego en la piel. Quintana le ha quitado los galones en el Tour y también en esta Vuelta. Eso se comprobó ayer, cuando a 25 kilómetros de Córdoba y tras coronar el Alto del 14%, Valverde, liberado de su condición de líder del Movistar, atacó para azuzar a Contador, Froome y 'Purito'. «Era una locura, sabía que no iba a ningún sitio, pero así les pongo nerviosos», dijo. Así ayuda a Quintana. No llegó fugado a Córdoba, donde ganó al sprint Degenkolb, pero sí se desató. Por él, por su ataque de locura, Quintana sabe ya que a Contador, más que la pierna, le cojea el equipo. Y que a 'Purito' le falla el reprís. «No he podido salir a por Valverde», confesó el catalán, el más sincero de los candidatos. El más crítico: «No creo que correr a más de cuarenta grados sea bueno para la salud». 'Purito' es moreno, aunque ayer Córdoba le puso rojo. Al rojo.

A las cinco y media de la tarde, Córdoba no existe. Vaciada por el fuego, el calor. Sólo se mueven los dígitos de los termómetros callejeros: «40 grados, 41, 42...». Tortura china: gota a gota de sudor. El calor es la penitencia de las etapas andaluzas de la Vuelta. Aun así, en el Paseo de la Victoria, donde terminaba la jornada, se movían como alas de colibrí los abanicos de un público masivo. Por una tarde habían salido del refugio de sus patios floridos y frescos. Al reclamo de la Vuelta, un espectáculo que mantiene su imán. Valió la pena pasar un par de horas en la tostadora. Ya en la salida sevillana de Mairena de Alcor, los ciclistas se protegían de las brasas. Bajaban de los autobuses con joroba, como los camellos. Y por el mismo motivo. En la chepa, para refrescarse, llevaban botellines de agua helada. Jorobados por el calor. El francés Barguill, más modermo, lucía un chaleco refrigerador. «Quiero uno de esos», reclamaba 'Purito'.

Le hubiera venido bien para pasar el desierto de la Vega del Guadalquivir. «Marcaba 46 grados», resoplaba Contador. Fácil. Entre lo que caía del cielo y lo que rebotaba del brillante asfalto, la temperatura era una condena. El Sky gastó 250 botellines para sus nueve ciclistas. Camino de Córdoba, cuatro dorsales sucumbieron a la tentación de fugarse: dos franceses (Turgot y Engoulvent), el de siempre (Aramendia) y el ciclista vocal (Joeaar). Ellos encontraron habitable una carretera que a los demás les quemaba. Y más quemó todavía en el alto de San Jerónimo. Sin aire. Claudicaron los escapados. Lo mismo que Arrendondo, y Vandebroeck. Se animó en la cuesta un compañero de Aramendia en el Caja Rural, el insistente Amets Txurruka. «Pero nadie ha querido venir conmigo», lamentó. Demasiado calor, tanto que le fundió en el Alto del 14%, siempre presente en las etapas cordobesas.

Degenkolb aguantó el calor

El Movistar fijó la temperatura de la subida. De cocción. Matthews, el líder, sudaba al baño maría. Aguantó, pero se le ablandaron las piernas para el sprint que venía. A Degenkolb, en cambio, no se le achicharraron los músculos. Trepó con los mejores. Y como la meta de Córdoba esperaba 26 kilómetros más allá -muchos sobre las aburridas autovías-, empezó a preparar su victoria. En eso, en un tobogán previo a la difícil bajada, apareció Valverde. Desatado de las servidumbres de ser líder. Ya no lo es. Está al servicio de Quintana. «Que trabajen los demás para cogerme». Se desgastó para desgastar a los rivales de su líder. Eso hacen los mejores gregarios. Puso en aprietos al equipo de Contador, «No me ha sorprendido el ataque -soltó el madrileño-. Incluso lo esperaba antes». Pero tuvo que esperar a que al murciano lo cogieran otros, el Sky de Froome, el Katusha de 'Purito' y el Giant de Degenkolb, el veloz alemán que venía feliz porque en el grupo ya no estaba Bouhanni, el que le había batido en San Fernando.

Bajo un sol inclemente, la calle de la meta era la única habitada. Con ese calor sólo podía atacar un ciclista incombustible: Hansen, que corre cada año el Giro, el Tour y la Vuelta. Ni él pudo llegar solo. Tampoco los gregarios de Degenkolb pudieron lanzarle a gusto. Entonces, a Reynés, ciclista mallorquín, se le abrió el cielo. Con todos ahogados, vio la meta por el ojo de la cerradura y enderezó el rumbo desde lejos, a falta de 400 metros. Muy lejos. Degenkolb le pisó y alargó la mano junto a las vallas para saludar a los aficionados. Lo merecían por haber salido a una calle caliente como el infierno.

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