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Valverde recibe asistencia, ayer, tras sufrir un pinchazo bajo la lluvia. :: NICOLAS BOUVY / efe
Valverde se inspira en la tierra de Indurain

Valverde se inspira en la tierra de Indurain

El murciano intentará rebasar hoy a Peraud y Pinot para subir al podio, en la 'crono' donde el navarro arrasó en 1994

J. GÓMEZ PEÑA

Sábado, 26 de julio 2014, 00:26

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Durante las fiestas, a los chavales de Bergerac les da por arrancarle la nariz a la estatua de Cyrano. Forma parte de los festejos. Luego los empleados municipales reponen el apéndice y listo. Aunque invisible, en el pueblo hay otra estatua, la de Tirano de Bergerac. Así apodó la prensa a Miguel Indurain tras aquel 11 de julio de 1994, día de calor y sofoco, y fecha para una de las grandes gestas del navarro: en los 64 kilómetros entre Perigueux y Bergerac, el navarro dejó claro y rápido, a más de 50 por hora, que iba a ser su cuarto Tour.

Por la mañana, tranquilo, se fijó al levantarse en el paisaje de Dordoña. Era como él: sereno, de campo, de viñedos y castillos que parecen posar para una postal. Imponente como Indurain. Tras el desayuno se acercó a su mecánico, Carlos Vidales, y le preguntó: «¿Cuál es el plato más grande que tienes?». Era el de 55 dientes. Con esa tremenda dentadura masacró por la tarde a todos sus rivales: dos minutos de ventaja a Rominger, 4 a De las Cuevas, 6 a Ugrumov, 8 a Chiapucci, 10 a Bugno y Pantani. Dobló como si nada a un joven americano, Armstrong. Y, claro, le pusieron Tirano.

Hoy, en sentido inverso -de Bergerac a Perigueux-, Valverde, cuarto en la general del Tour de Nibali, apura su última ocasión de subir al podio. Está a 13 segundos del tercero, de Peraud, y a 15 del segundo, de Pinot. «Estoy esperanzado. Voy ahora mismo a ver el recorrido», dijo el murciano tras la etapa que ayer en Bergerac vio a Navardauskas adelantarse al sprint. En ese viaje de reconocimiento del trazado escuchó los recuerdos de Eusebio Unzue, que hoy estará con él y que estaba el 11 de julio de 1994 al volante de 'Tirano de Bergerac'. Queda aquí, en el pueblo de Cyrano, su enorme estela. Ni los chavales pueden partirle la nariz.

Valverde confía en que a él, que al fin se veía en el podio de la carrera que peor le trata, nadie le parta ese sueño justo cuando ya lo creía suyo. «Tengo que darlo todo. Soy el campeón de España de contrarreloj», repite como si se hablara a sí mismo. Ha llegado con las piernas hechas escombros al final del Tour, pero se tiene fe. «Puedo hacerlo».

Hay dos franceses que quieren arrancarle la nariz. Uno es joven, escalador y atrevido: Pinot. El otro es viejo, ingeniero nuclear y resistente como la lluvia de este Tour: Peraud. Este año solo se han medido en la contrarreloj de la Vuelta al País Vasco, en Markina, de 25 kilómetros y dos subidas. Tony Martin, triturador, venció con siete segundos de ventaja sobre Contador, que ya pedaleaba sobre su mejor versión. Luego se clasificaron Kwiatkowsi, Spilak y, atención, Peraud, que le sacó esa tarde 27 segundos a Valverde y 50 a Pinot. Pero eso fue en abril. Hoy toca rodar sobre la contrarreloj final de ese despiadado Tour, tan veloz, tan trompicado, tan mojado. Las referencias no sirven. Pinot, pese a no ser un contrarrelojista, está más entero. Eso juega a su favor. «Puede pasar cualquier cosa», sabe Valverde. Unzue le habla de Indurain, de la calma del navarro. Valverde le imita. «Pues mira, después de perder la segunda plaza dormí más tranquilo», asegura. Que Indurain, la fuerza, le guíe.

Pinot y Peraud también tienen un eco francés que les acompaña. Es la tercera estatua de Bergerac. La que levantó allí Jacques Anquetil el 14 de julio de 1961: 74 kilómetros de Bergerac a Perigueux. A 43,5 kilómetros por hora. El 'Señor del Tiempo'. Llovía sobre remolinos de viento. Anquetil, seda pura, también ejerció de tirano. Fue líder del primer al último día. Y al partir en esa contrarreloj de Bergerac solo tenía una meta: humillar a Gaul, que había salido tres minutos antes. Casi. Gaul salvó su pellejo por diez metros. Por un pinchazo de Anquetil.

Pinchazos en Bergerac

Algo tiene el suelo de Bergerac que no deja de pinchar las ruedas. Ayer, con el cielo arrojando relámpagos y cubos de agua sobre el pelotón, lo peor estaba en el piso. Tomás Amézaga, mecánico del Movistar, repasaba con los dedos los muchos tubulares agujereados. «Mira. Son las piedrecitas». Blancas, puntiagudas, tan pequeñas. Los corredores, para no patinar, rebajaron la presión de los neumáticos: de diez a nueve kilos. Así son más estables, pero más blandos. Y pinchan.

Así, con los mecánicos locos venga a cambiar ruedas, corrió la etapa. La manejó mejor que nadie el Garmin, uno de los muchos equipos que no había ganado nada. Planificó la victoria. Primero colocó a Slagter en la fuga. Y luego soltó al pivot Navardauskas en el repecho calado de Mombazillac. Navardauskas llegó al Tour el último, por enfermedad de David Millar. Ayer entró el primero en Bergerac tras 15 kilómetros de contrarreloj y aguacero. Llegó con prisa y con miedo. «No quería mirar atrás», declaró.

Temía que le sucediera como días atrás a su compañero Bauer, cazado a treinta metros de la pancarta. No miró. Por eso ganó y por eso no vio la caída que, ya dentro de los tres kilómetros finales -a todos se les dio el mismo tiempo- electrizó el Tour. Sagan patinó sobre un asfalto de jabón. Atropelló un bordillo e inició una partida de bolos. Cayeron unos cuantos, Bardet, Intxausti... Y se cortaron muchos: Valverde y, más atrás, Pinot y Peraud. Pero todos entraron al trantán. Sabían que esos tres kilómetros solo contaban ya para Navardauskas.

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