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Jorge Edwards

Jorge Edwards

Antonio Arco

Lunes, 6 de julio 2015, 12:33

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Premio Cervantes en 1999, chileno nacido en 1931, escritor, diplomático, 'bestia negra' para la Cuba castrista, intelectual nada dado al 'show' y autor de títulos tan recomendables como 'La muerte de Montaigne' (2011), Jorge Edwards, quien hace unos años contó, con esa calma suya tan de atardecer en el Mar Menor, que a los 11 años un sacerdote abusó de él sexualmente, visitará Cartagena este mes de julio para participar -el jueves 23- en el ciclo 'La Mar de Letras', que forma parte de la oferta cultural del festival La Mar de Músicas, que en su XXI edición, y del 17 al 25, tendrá a Chile como país invitado.

-¿Contento por su próxima participación en La Mar de Músicas?

-Bueno, a mí me hablaron de 'La Mar de Letras', pero parece que hay varios mares allá... Me apetece conocer Cartagena y conversar con su gente de literatura. Ya les aviso de que Chile no es como Brasil, donde se respira música. Uno llega a Brasil y tiene que ponerse a bailar, algo que en Chile no pasa.

-¿De lo que quiere advertir usted es de que nadie espere verle bailar samba?

-[Risas] Claro, no me gustaría decepcionar a nadie.

-¿Son muchas las cosas que no volvería a hacer?

-No me arrepiento de casi todas las cosas que he hecho, la verdad; por ejemplo, de haber escrito 'Persona non grata' [fruto de sus experiencias como diplomático en la Cuba de Fidel Castro, siendo Salvador Allende presidente de Chile], pese a que me provocó muchos dolores de cabeza publicar esa crítica a la dictadura del barbudo. Y tampoco me arrepiento de haber escrito ficción, ni de no haberme metido nunca en la política activa.

-¿Por qué no lo hizo?

-Desde muy joven, tomé la decisión de observar las cosas, para poderlas criticar libremente, sin atarme a los compromisos de los partidos políticos. Creo que hice bien.

-¿Qué otra decisión importante tomó?

-La de no dedicarme a ganar dinero como objetivo. Lo tuve muy claro.

-¿A qué se debió tanta claridad?

-A mi vocación literaria y, también, a un cierto rechazo de las formas de vida que yo veía en la gente que estaba en el mundo de los negocios, de los bancos, de la abogacía y de todo eso. Tuve un rechazo instintivo, juvenil, hacia todo ese mundo del dinero y siempre me he mantenido en esa línea.

-¿Nunca se imaginó pudiendo llevar de paseo romántico a sus novias en un velero?

-[Risas.] Lo imaginé y alguna vez lo hice, sí, pero en un velero que no era mío. Jamás pensé que uno es más importante que otro en función del dinero que tenga.

-¿Conoció más la felicidad o el dolor?

-Son más los momentos que he tenido de alegría que de dolor. Una alegría que me ha llegado a través de cosas muy sencillas: de la poesía, de la música, de una conversación con los amigos, de un beso... Tengo un primer tomo de memorias, que se llama 'Los círculos morados', que es un título irónico. Cuando yo entré, en Chile, en el mundo de la literatura, se bebían vinos muy malos en las tascas y tabernas que frecuentaban los escritores de mi tiempo. Todos salíamos de allí, a consecuencia del vino malo, con un círculo morado en los labios. Ese círculo era una especie de símbolo de la entrada en el mundo de la literatura. ¡Y estábamos tan contentos!

-¿Cómo enfocó los problemas, las adversidades, los abusos...?

-Encarándolos sin reacciones demagógicas, porque éstas no son el remedio, ni la verdadera medicina. He ido encarando los contratiempos con cierta serenidad, porque eso te permite encontrar soluciones más perdurables y más estables.

-¿Experimentó el odio, el resentimiento?

-Creo que no; no he sido una persona rencorosa, ni particularmente envidiosa. Conmigo pasa una cosa en Chile: personas que no me conocen de nada, me atacan de una manera sistemática y muy dura. ¿Sabe lo que hago? Como sé de antemano cuándo fulano o fulana van a escribir una crítica en contra, no las leo y así no me irrito.

-¿Qué es muy importante?

-Lo fundamental es que hay que pensar las cosas dos veces, no una sola. Me gusta la gente que lo hace. Mire, ahora estoy estudiando, para hacer un ensayo sobre él, a un personaje muy importante de la historia de Chile al que despreciábamos en nuestra juventud y del que nos reíamos. Teníamos en un altar a Jean Paul Sartre, pero Andrés Bello [(Caracas, 1781-Santiago, 1865)] no nos interesaba nada. Ahora he descubierto que Andrés Bello fue un hombre muy contemporáneo nuestro, porque todas las soluciones que aplicó, como legislador y como creador del Código Civil, tenían sabiduría y nos permitieron ser durante mucho tiempo un país bastante estable, y no dominado por esa anarquía tan latinoamericana. Resulta que fue compañero, e incluso amigo, de Simón Bolívar, quien terminó diciendo, en una declaración muy famosa, que él había arado en el mar. Yo creo que todos estos bolivarianos de ahora van a terminar diciendo lo mismo, mientras que Bello hizo un Código Civil inteligente que influyó en una Constitución muy razonable para la época; además, escribió una formidable Gramática para mantener la unidad del idioma, ya que su intención fue la unidad de un mundo cultural que hablaba en español.

-¿En qué está de acuerdo con él?

-Bello decía: hay que hacer reformas, pero hay que hacerlas con mucho cuidado porque no está demostrado que todas las reformas y todos los cambios sean para mejor; a veces, sin duda, son para peor.

-¿No hay que dejarse guiar por el corazón?

-Es mucho mejor hacerlo por el corazón más la razón. Y le diré más: por el corazón más la sabiduría, porque la pura inteligencia no es suficiente. Solo a golpe de corazón, vamos abocados al desastre.

-¿Qué historia personal le ha conmovido especialmente?

-Por ejemplo, la de la protagonista de la última novela que he escrito, María Edwards, una chilena que rescató niños de un hospital de París durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial. Vivía en París con su mucha fortuna y de forma muy elegante, disfrutando del arte y de la literatura, pero cuando llegó la guerra se hizo asistenta social en un hospital parisino. Cuando se dio cuenta de que los nazis se llevaban a las mujeres judías y a sus hijos del hospital, con destino a las cámaras de gas, ella empezó a salvar a niños judíos poniendo en riesgo su vida. Fue detenida y torturada por la Gestapo. Es una novela sobre el dolor, la compasión y el amor a la vida, porque esta mujer no sabía mucho de política, lo que sí sabía es que esos niños iban a morir; así es que los adormecía, los metía dentro de su capa de enfermera y les salvaba la vida. Una persona esencialmente mundana, que incluso llevaba una vida frívola, se transformó en una heroína extraordinaria.

-Volvemos a sufrir en Europa brotes antisemitas, lo que unido a la islamofobia y a los partidos racistas y xenófobos, da lugar a un panorama nada tranquilizador. Parece una pesadilla...

-...es una pesadilla, pero es que en la Historia nada desaparece completamente, sino que todo queda en alguna parte: el nazismo, el antisemitismo... Estamos pasando por un ciclo en el que los integrismos y los fanatismos están a la orden del día. Hay que estar alerta y buscar soluciones pacíficas. Tengo un amigo joven que fue víctima del brutal atentado contra 'Charlie Hebdo'. No trabajaba allí, sino en 'Libération', y ese día había ido a desayunar con sus colegas de la revista y recibió tres balas en la mandíbula. Me lo encontré en París, acompañado por su madre, deformado...

-¿Debería el humor tener límite?

-El humor tiene que tener un límite porque uno no se puede reír de las cosas realmente serias. A mí me encanta el humor, sobre todo en la literatura. No hace mucho estuve en Burdeos, hablando de Montaigne en un congreso de hispanistas franceses. Montaigne tenía un enorme sentido del humor. Allí estaba yo: un chileno en Burdeos hablándoles de Montaigne a los franceses. Eso demuestra una cosa: la cultura universal es de todos.

-¿Optimista?

-No creo que pudiera vivir si fuese un pesimista, pero sé lo difícil que resulta mantener despierto el optimismo.

-¿Qué le resulta esperanzador?

-El mundo está lleno de gente de buena fe, de gente normal, generosa, humana, etcétera; no lo olvidemos. Los fanáticos son una minoría, pero una minoría muy activa, muy audaz y muy peligrosa. Pero hay gente que son un ejemplo de vida. Leí hace poco el 'Diario de guerra' de la Primera Guerra Mundial de Ernst Jünger; parece mentira que saliera vivo porque estallaban a su lado bombas y granadas y resultó herido siete veces.

-¿Qué tiene claro con respecto a Occidente?

-Que el mundo occidental es un mundo que ha llegado a unos niveles de cultura, de civilización y de humanidad muy importantes; pero ahora está todo amenazado: Occidente, la civilización, la cultura... La aparición del Estado Islámico (IS) es algo alucinante, absolutamente horrible, la expresión de un odio increíble.

-Políticamente, ¿qué tal España?

-Aparecen grupúsculos muy extremos, pero creo que la mayoría de los partidos políticos son razonables. Ahora se ve al PSOE usando la vieja bandera española que antes, salvo la derecha, nadie quería usar. Creo que hay un acercamiento muy importante al centro. España es un país básicamente razonable. He podido ver la mejoría de la economía española en este último año y medio. Recuerdo una visita a Madrid, hace dos o tres años, en la que me resultó asombroso el silencio que había en esta ciudad, tan habitualmente bulliciosa. Ahora ha vuelto a tener una mayor actividad. Creo que el país va encaminado en un sentido más favorable. Yo no le tengo miedo a Podemos y a grupos así, que además de que son una minoría, en seguida cuando hablan dicen que ellos son socialdemócratas, no marxistas-leninistas; eso lo decía Salvador Allende en Chile y lo decía Fidel Castro en Cuba. Bueno, ya se tranquilizarán, digo yo.

-¿Es usted de los que cree que la intervención del Papa Francisco ha sido muy importante en el tan esperado acercamiento entre Cuba y Estados Unidos?

-Mire, no estoy seguro. Me parece que el hecho de que el Papa vaya cuatro días a Cuba es exagerado, oiga, porque no ha ido ni un minuto a Chile, por ejemplo. O sea, el Papa parece que se siente un poco fascinado por esta dirección bolivariana, de ultraizquierda, de América; y, bueno, no sé adónde le llevará esto, pero creo que debería haber hecho una visita a Cuba más equilibrada.

-¿Qué le pareció el viaje de Felipe González a Venezuela en apoyo de los opositores detenidos?

-A mí me gustó eso, me pareció bien. Tuve una relación pasajera con él cuando era presidente del Gobierno. Siempre me trató muy bien, incluso me dijo que había sido de los primeros en leer 'Persona non grata'. Lamentablemente, en ese tiempo no se producía un gesto público desde el mundo socialista de rechazo o de crítica de una dictadura de izquierdas. El hecho de que se produzca hoy es un progreso, sin duda.

-En lo personal, ¿de qué es muy consciente?

-De que ya tengo muchos años, sin duda, aunque no me dedico a pensar en la muerte. Parece que mi salud es buena, qué más puedo pedir. Desde que vivo en Madrid, me dedico a escribir y a leer y no hago apenas vida social. En este lugar desde el que le hablo, el cuarto en el que escribo, lo paso muy bien.

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