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Lucky Peterson, durante su actuación en San Javier. :: RMellado/Jazz San Javier
El incurables blues
CRÍTICA DE MÚSICA

El incurables blues

Tal vez Lucky Peterson lo lleve metido en su gran panza como una solitaria. Todo en él es grande y expansivo, empezando por su expresividad con el órgano Hammond

ALEXIA SALAS

Domingo, 13 de julio 2014, 00:29

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Dicen que el blues es verdad o no lo es. Los pioneros bluesmen negros hablaban de él como de una enfermedad congénita, ineludible, incurable, invasiva. «Yo tengo blues, mi padre tenía blues y mi abuelo también», contaban agarrados a su guitarra como al perro destino. Algo así le pasó a Lucky Peterson, cuyo volumen se ha hecho grande como su ritmo. Tal vez lleve el blues metido en su gran panza como una solitaria. Todo en él es grande y expansivo, desde su expresividad con el órgano Hammond, con esas notas estiradas y esos acordes sostenidos, hasta sus gestos ampulosos, ese histrionismo gesticulante, esos ojos abiertos como paraguas que destacan en su negrura de hermano sureño. Grande como su verborrea al órgano Hammond, como esa poderosa dentadura, como su cuello de camisa volandero, y su incurable blues.

La banda de Peterson le pegó un subidón al volumen amable que había reinado en el concierto del pianista Lluis Coloma, con un armonioso sonido orquestal y ese boogie woogie encantador y trepidante que el catalán profesa como una religión. Le tocó abrir la cuarta noche de Jazz San Javier, en medio de un cartel de primer nivel, y ese maestro de dedos incendiarios demostró una vez más que se encuentra al nivel de los músicos del género americano, pero con un valor añadido -ay, si se cobrara IVA en kilos de talento!-, el de su versatilidad para el lirismo más estremecedor, como sacó en el tema 'En el Central'. El resto fue una master class del género boogie.

El septeto de Coloma fue despeñándose premeditadamente por composiciones de ritmo galopante, como el 'Gointo Malaysia' o ese vital 'Campi qui boogie', inoculando el virus de vibrante alegría al auditorio, que seguía rendido las veloces manos del catalán. Verlo en directo sosteniendo un fondo rítmico prodigioso con la mano izquierda mientras cuenta melodías, emociones y hasta chistes con la derecha es todo un espectáculo. Entre tanto, rinde tributo a canciones de ayer y de hoy en un popurrí de virtuosos, con subidas brillantes de los cuatro metales y el contrabajista como aliado festivo. Se lo pasan de fábula haciendo de aristogatos con esa música feliz y vibrante que han elegido de marchamo, que podría servir de fondo para una persecución de cine o de Piolín y Silvestre.

Así sonó su personal ejecución jazz de 'El vuelo del moscardón', el tema orquesta del Rimski-Kórsakov. En medio de la vigorosa carrera, Coloma se sentó al Hammond para dejar una balada soulera que corta el aliento, ese 'Slow sunset blues' a lo Loonie Smith. Los traviesos chicos de Lucky Peterson le dieron la vuelta hasta el modo 'saturación' porque todo iba a cambiar. De la armonía clásica de Coloma había billete al blues eléctrico, heredero del pacto oscuro y depravado que Robert Johnson hizo con el diablo. Peterson además le pulsa el botón de 'intensidad máxima'. Su versión del 'Trouble' de Ray LaMontagne es incendiaria al Hammond, con el que burbujea todo lo que quiere retando al público, obligando a su banda a seguirle a las mismísimas calderas. Un batería contundente y machacón, un bajo que se destapó al final en un magnético solo impregnado de groove. Y Él, manoteando entre los micrófonos y el órgano, tenía ganas de jugar. Se bajó al foso con su guitarra ya envenenada de rock'n'roll para repartir solos de alto voltaje. Fue a dejarse caer -con toda su humanidad- precisamente junto al alcalde, Juan Martínez, y el consejero de Educación, Pedro Antonio Sánchez, para rasguear un poco de oscuro rock y, ya en lo alto del palomar la lió parda con el 'Johnny be good'. Se paró aún en la escalera central para dirigir desde allí a los suyos con un parpadeo y sudarse un poderoso solo, de esos que salen de las entrañas cuando se ha alimentado uno con cereales de blues. Volvió al escenario para enmarañar, con su histriónica ejecución al órgano, una versión turbia del 'Sweet home Chicago' y enseñar los dientes. Un peligro con esta luna llena.

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