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Victoria Kent.
La abogada de todos los presos

La abogada de todos los presos

La diputada Victoria Kent inspira la novela 'La candidata', de Elena Moya

Antonio Paniagua

Domingo, 4 de octubre 2015, 08:30

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Victoria Kent, junto a Clara Campoamor y Margarita Nelken, fue una de las tres diputadas de la II Republica y una de las primeras mujeres que accedió a un cargo público. El Gobierno de Azaña la nombró directora general de Prisiones y ella porfió por reformar un sistema penitenciario de tintes semifeudales que dejó la monarquía de Alfonso XIII. Kent mejoró la alimentación de los reclusos, consagró la libertad de culto en las cárceles, amplió los permisos por razones familiares y sustituyó a las monjas por funcionarias. Toda una revolución que le costó el puesto a causa de los miedos y suspicacias que tal audacia generó entre los miembros del cuerpo de prisiones, que temían un despido colectivo. En una España en la que las mujeres vivían uncidas al yugo del esposo y a la tutela del confesor, Kent luchó con denuedo por su emancipación. Las memorias de esta política del Partido Radical Socialista están muy presentes en 'La candidata' (Suma de letras), la tercera novela de Elena Moya, quien ha escrito un alegato a favor de la igualdad de la mujer. "En cuanto al poder de verdad -el económico y financiero- las mujeres están ínfimamente representadas", lamenta Moya, periodista con amplia experiencia en el campo de las finanzas y que desde hace tiempo ha apostado fuerte por la narrativa.

En la novela se cuenta la historia de Isabel San Martín, quien en la soledad de su despacho afronta una prueba crucial: las elecciones generales, a las que concurre como candidata. En principio Martín parte como favorita en las encuestas después de una brillante gestión como ministra de Economía. En su mesa descansa un ejemplar encuadernado en piel con el testimonio de esta mujer que destacó por su defensa de los presos y que murió en Nueva York en 1987.

La escritora siente devoción por Victoria Kent, aunque es consciente de que cometió errores, como cuando abogó por aplazar la aprobación del derecho al voto de la mujer. Kent pensaba que la escasa formación de las mujeres y su fuerte dependencia de la Iglesia hacían que se entregaran políticamente en brazos del clero, de modo que apoyarían en las urnas a las fuerzas de la derecha. "Sí, se equivocó, pero como le ocurre a todo el mundo. También erró Indalecio Prieto y nadie le ha borrado del mapa. Victoria Kent está injustamente olvidada, en parte porque era mujer y perdedora -y ya se sabe que la historia la escriben los vencedores- y porque su partido, el Radical Socialista, no la apoyó. En cambio, Dolores Ibárruri, 'Pasionaria', sí que es reconocida porque el Partido Comunista ensalzó su legado".

Elena Moya cree que España no ha sabido resolver los tres grandes problemas que estaban presentes cuando estalló la Guerra Civil: el nacionalismo, la desigualdad social y el papel de la Iglesia católica. La novelista, que vive en Londres, se sorprende cuando regresa a España y observa cómo la Casa de Alba sigue llenando portadas de las revistas o cómo el cardenal Cañizares exhorta a la ciudadanía a que rece por la unidad de España. "Nuestro país está en manos de veinte familias y en Cataluña pasa lo mismo".

A Moya le irrita que la mujer aún no ocupe el puesto que le corresponde, y aduce que no basta con que haya una vicepresidenta en el Gobierno. "La madre de todos los poderes es el económico-financiero, que es el que hace que las ruedas giren, y ese mundo está diseñado por y para hombres. No se olvide que los grandes bancos mandan más que un gobierno".

¿Qué pasaría si una mujer rigiera los destinos del Gobierno? ¿Lo aceptaría fácilmente la sociedad española? "Claro que lo aceptaría, y eso que España es un país horriblemente machista, pero somos pendulares. En el Reino Unido la ley del matrimonio homosexual tardó 30 años. Aquí se ha logrado mucho más rápido. Soy lesbiana y he viajado por la España profunda con mi pareja, y siempre nos han tratado estupendamente. Los españoles saben adaptarse a los cambios".

Perfecta conocedora de los entresijos de la economía, Moya recrea en la novela la crisis de la deuda que ha vivido el país hasta no hace mucho tiempo. Cuando se le pregunta si es preciso limitar el poder de los mercados, se muestra escéptica. "¿Y cuál es la alternativa? En los mercados hay especuladores dispuestos a beneficiarse del mal ajeno, pero también están los fondos de inversión, que son los que a la postre financian la deuda pública, que permite el funcionamiento de los hospitales, la construcción de carreteras o el cobro de las pensiones. Eso sí, los mercados penalizan si un país tiene un déficit desbocado".

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